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SOS del barco “A pesar de todo” lanzado a hombres y mujeres de todas las latitudes

No hay nadie al timón.
El capitán ha perdido la brújula, desorientado.
¿Deberíamos asustarnos o alegrarnos por esto?
Asustarnos sí, porque estamos a la deriva en medio de una tormenta.
Alegrarnos sí, si es la oportunidad de cambiar de capitán.

A cada intemperie, constatamos los fallos del barco, que
tantas veces nos han llevado al naufragio. Pero siempre
volvemos a puerto,
decididos a nunca más cometer los mismos errores de navegación.
Reparamos las averías o cambiamos de embarcación,
pero no de itinerario.
El combustible1 sigue siendo el mismo
y el motor2 también, a pesar de que tiene fugas por todos lados.
Los capitanes se suceden,
pero siempre terminamos encallados sobre los arrecifes.
Ellos huyen en sus botes salvavidas,
vuelven a su guarida, cargados con su botín,
en algún lugar, allá, en una isla del tesoro.

Muy pronto nos enseñan a remar.
Los que se niegan a embarcar en la galera
están abandonados en la orilla.
Los que reparten chalecos salvavidas… amarillos son lanzados a los tiburones.
Aquellos que abandonan su tierra quemada
están condenados a vagar en su lancha improvisada.

Sin embargo, desde hace mucho tiempo
se están encendiendo los faros,
que Iluminan la ruta a seguir para evitar los escollos, y
exhortan a salvar a los náufragos,
a cambiar de combustible3,
a cambiar el viejo motor por uno nuevo4,
señalan que hay que aligerar la embarcación,
…revisar el mapa.
Pero no pasa nada, nada cambia,
seguimos navegando a ciegas,
sin realmente saber hacia dónde vamos.

Antiguamente surcábamos los mares en goletas,
ahora son verdaderos transatlánticos
y cuando uno se hunde, nos hundimos todos con él.

En el momento en el que escribo estas líneas
una epidemia recorre todas las cubiertas.
Tuvimos que echar el ancla,
la nave se ha inmovilizado
y nosotros con ella, encerrados en nuestros camarotes.
Nos estamos curando con los medios de a bordo;
equipos ad hoc ejemplares están al rescate
(nada que ver con el Capitán Haddock).
Por la noche nos animamos mutuamente,
de lejos, cada uno detrás de su ventanilla.
Los viejos lobos de mar son los más afectados,
pero nadie está tranquilo, yo el primero.
Aguantemos ¡Mil millones de truenos!

La calma está cerca, el viento está cambiando,
pero cuidado, el capitán quiere retomar el timón
y recuperar el tiempo perdido.
Tiene mercancía que entregar.
No nos engañemos, lo va a hacer.
¿Retomará la misma estela que antes?
Es un misterio, pero no soñemos,
hacia babor o hacia estribor, nos arriesgamos a la perdición.
En todas las latitudes
las corrientes submarinas siguen ahí.

Antes de que nos hundamos,
hago un llamamiento a tripulantes cualificados,
navegantes experimentados, pero también a los piratas,
los «sin temores», los «nada que perder»,
los aventureros, los intrépidos,
los muescados, los parias,
las grandes almas, los incorruptibles,
los generosos, los ingeniosos,
los expertos en maniobras,
y también los arrepentidos.

¡De pie ahí dentro! ¡Arriba! ¡Arriba!
¡Todos a los cabos!
¡Suelten las amarras!
Esto es una llamada de auxilio, no un motín,
Eso no mejoraría las cosas:
los que caen primero son siempre los clandestinos,
los tuertos, los sin-piernas,
los discapacitados, los «que sobran»,
los sin-rangos, los que no piden nada, los perdedores,
los sin banderas, los olvidados, los abandonados,
los que no hacen olas, los marineros de agua dulce,
…bueno, una gran parte de la tripulación y muchos pasajeros.

No tenemos más remedio que volver a agarrar el timón;
inventemos algo para estar en la cubierta.
No esperemos a que Poseidón, Tritón o Neptuno interfieran,
volvamos a tomar el mando del barco siniestrado,
pongámonos a flote.
Entonces podremos encargarnos de los supervivientes
y luego cambiar de rumbo,
construir nuevas naves,
tirar el combustible adulterado,
dejar de contaminar,
parar los motores e izar las velas,
tomar aire fresco, soltar un poco de lastre,
ayudar a los extraviados,
dar a todos un salvavidas,
abrir las esclusas de todos los puertos.

Por fin, podremos explorar nuevas tierras,
descubrir mundos aún desconocidos,
dejarnos llevar por los alisios,
visitar islas escondidas detrás de la niebla,
sondear las profundidades,
escuchar el canto de las sirenas.

Entonces, la travesía seguirá siendo salada, pero más dulce
y en las tormentas nos mantendremos unidos codo a codo,
luego miraremos al horizonte
y levantaremos los ojos hacia el cielo
…las estrellas fugaces nos harán soñar.

Y un día dejaremos el barco, la mar, el cabeceo,
para el cielo, la calma, el silencio infinito.
¡Otra aventura en perspectiva!
Entonces, los grumetes de hoy
se harán cargo y descubrirán nuevos continentes.
Y nosotros, con ternura,
desde allí arriba, miraremos hacia abajo a nuestro pequeño bote
navegando sobre las olas de la esfera azul, persiguiendo su destino,
viento en popa.

Era el marinero Moal, bretón de nacimiento, empapado por el rocío del mar de la costa de San Malo, un navegante solitario convertido en bucanero humanista, atado a su mástil como a un silo de granos salvadores.

¡Adelante!

 

Decodificar:

combustible = dinero

2 motor = violencia

3 nuevo combustible = razón y amor

4 nuevo motor = compasión