El gobierno de Brasil, encabezado por Bolsonaro, no ha dejado de sorprendernos desde que ganó las elecciones presidenciales. Su populismo de derecha ejerce una atracción irresistible más allá de sus fronteras. En Chile, tanto Acción Republicana como la UDI siguen de cerca sus pasos y la lógica de sus actuaciones.

Partió su gobierno premiando como ministro de justicia a Moro, el impoluto juez del caso Lavajato, por haber sacado del camino a la presidencia a Lula como candidato, dejando el campo libre a Bolsonaro. Recientemente, se deshizo de Moro al tener este la osadía de no detener las investigaciones que el poder judicial está realizando en torno a su familia, especialmente a sus hijos, y que Bolsonaro intentó interferir.

Ahora está enfrentado con los gobernadores regionales por discrepancias respecto de las acciones a tomar para enfrentar la COVID-19, que está causando estragos. Bolsonaro, desde el inicio, al igual que Trump, minimizó la pandemia, incluso burlándose de quienes advertían la gravedad del fenómeno en camino. Los gobernadores regionales se agarraban la cabeza a dos manos ante la indiferencia de un gobierno central que desoía las solicitudes de adopción de drásticas medidas –cuarentenas, cierre de escuelas, comercios y restricciones al transporte- para frenar los contagios y evitar que se llegara a la realidad que se está viviendo en la actualidad.

Incluso más, tilda de tiranos a quienes apoyan el distanciamiento social al afirmar que “el desempleo, el hambre y la miseria será el futuro de aquellos que apoyen la tiranía del aislamiento social”. Para Bolsonaro la vida debe seguir, al igual que Trump, provocando la renuncia de su segundo ministro de Salud, quien alcanzó a durar menos de un mes en el cargo.

Ya el anterior había sido destituido por no compartir las decisiones de un presidente que frente al COVID-19 ha decidido mirar al techo y alentar a sus partidarios a oponerse a sus gobiernos locales. La política de Bolsonaro es ignorar la pandemia, continuar como si acá no pasara nada, y forzar el suministro de cloroquina a quienes se vean afectados por el COVID-19. Mientras tanto, la pandemia agarra vuelo a vista y paciencia de todos y arriesga extenderse más allá de las fronteras de Brasil.

La lógica de Bolsonaro es muy simple, la simpleza elevada a su máxima expresión: dejar que mueran quienes tienen que morir. Su política es, las cosas son como son, y por lo mismo, hay que dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir. Lo que no puede ocurrir es que se detenga la actividad económica. Es la misma lógica de Trump en EE.UU. y la que tenía Johnson en Inglaterra, hasta que se infectó. Ahí recién le cayó la teja.

No pocos adhieren a esta lógica, caracterizada por su inhumanidad, amparada en la amenaza del desempleo, el hambre y la miseria, como si ese fuese un destino inevitable, desechando abrirse a caminos humanitarios.

 

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