La Psicología no es una ciencia “establecida” porque cada teórico la hace según su punto de vista y así surgieron las distintas corrientes. El estudio de la dinámica psíquica fue desplazado en el siglo XX por la psicoterapéutica, principalmente, en un nivel teórico, por el psicoanálisis. Freud se convirtió en el punto de referencia que otras teorías cuestionaban o del que se diferenciaban. Lo que tienen en común es que no son teorías para una práctica del sujeto que es su objeto, sino teorías para operadores de una práctica delineada a grandes trazos. De ahí se derivaron enormes diferencias en los tratamientos y sus resultados. Tienen en común que hacer terapia es algo así como “entrar en el taller” (al estilo de un auto o cualquier mecanismo). Uno va a que le hagan algo. Aunque todas las líneas dicen que es uno el que hace, lo concreto es que hay un ámbito que opera sobre uno.

La vieja Psicología observacionista y experimental no quedó totalmente de lado, pero sí pasó a un cono de sombra, en el que se difuminaron trabajos tan interesantes como el de Jean Chateau, por caso, que hizo una suerte de filogenia de la imaginación.

El otro carril del estudio de la psiquis fue el que derivó en las llamadas ciencias de la mente o cognitivas, que siguieron el patrón clásico de los experimentos biológicos, haciendo aportes fundamentales para entender el psiquismo. Acá tengo que destacar la desatendida escuela neurobiológica argentino-germana, hoy representada por los trabajos de Mario Crocco y su equipo, quizás única en explicar cómo se integran todos los niveles de la materia que resultan en la dinámica psíquica y cómo actúan en ella. Aporta un concepto, la  cadacualtez (aquello que hace de cada psiquismo que eclosiona en un cuerpo un fenómeno único e irrepetible) que apunta a resolver el hiato que señalo, pero lo sigue señalando desde afuera, como dice el pensador mendocino Silo, desde “el lado de las cosas”.

En todos los estudios prima siempre el mismo punto de vista objetivista. Se mira al psiquismo desde afuera. De modo que siempre se piensa que algo se le puede hacer. Aunque suene aventurado, ése es un emplazamiento confortable que no conmueve lo que hay que poner en cuestión, el propio mecanismo yoico.

En materia de los filósofos de la mente formados en los estudios del lenguaje, creyeron poder rescatar el momento subjetivo introduciendo el punto de vista de “la primera persona”, reduciendo lo subjetivo a un concepto gramatical que no resuelve el vacío que se produce en lo teórico, el hiato entre el término que nombra y el fenómeno que es nombrado. Podrá decirse que entre significante y significado siempre existe, y es así, pero éste es de otro nivel de fenómeno semántico: cuando digo piedra, la que tengo en la mano tiene un lazo de continuidad con la palabra que la nombra, pero cuando digo “primera persona” o “el yo” o “cada cual” no existe esa continuidad que da la percepción porque no son fenómenos visibles. A menos que se participe del materialismo duro que pretende que soy un cuerpo.

Castoriadis llevó la filosofía materialista clásica hasta el borde mismo y se sentó en él a contemplar lo que llamó “lo Sin Fondo”, lo “Profundo”, el “Abismo”, vislumbrando un magma de significaciones imaginarias sociales que fluían desde un imaginario colectivo a través de las imaginaciones individuales y refluían hacia aquél, unificándolo en el campo social-histórico que habitualmente se conoce como “sociedad”. Instaló la imaginación como el momento bisagra entre la materia y la idea, y al tiempo como la sustancia capaz de alterarse y en esas diferencias generar todo lo conocido.

Pero el sujeto en su momento vital, en la expresión de su actualidad, sigue sin figurar.

Silo dejó unos apuntes que permiten desbrozar las distintas franjas del fenómeno humano y nos dan la ilusión de contar con una teoría homologable a las vigentes. Pero no. No constituyen una teoría y son algo más y mejor que eso: trazan un mapa del territorio a investigar, la experiencia interna. Como Guía que fue, deja las referencias, los mojones principales que delinean esas regiones de experiencia. Un conjunto de ideas o conceptos que sólo se resuelven en ella. Porque a eso apuntan.

Su estilo discursivo es el mismo, objetivista en apariencia. Destaca las presencias separadas que en el esquema fenomenológico, que se supone toma por referencia, se disuelven en la unidad de la estructura noético-noemática, más fantasmática y precisa que la de acto-objeto, pero ésta tiene la ventaja de ser operativa. Además, resuelve el aparente solipsismo del que se acusó a Husserl, ya que el objeto sigue siendo “eso que está ahí”, afuera, arrojado a la vista del sujeto. Y no un momento analítico de la dinámica intencional de la conciencia.

Desde ese punto de vista “teórico”, el objeto que ocupa el lugar del sujeto es “el yo”, que de objeto no tiene nada pero sirve a reunir las variaciones diversas que padece el fenómeno de la referencia subjetiva.

Pero fuera de los Apuntes, introduce un concepto que objetiviza ese momento bisagra en que se constituye la realidad: la mirada. Apenas la describe en grandes trazos al inicio de “El paisaje humano”, ubicación que sirve para entender el lugar que ocuparía en una teoría. Su desarrollo podría resolver lo que en la historia de la filosofía han quedado como aporías, porque en ella se constituye el punto de vista que domina todo paisaje. De ella brota la diversidad y unifica a la vez, la multiplicidad. Claro que en dos momentos distintos del pensar.

Así que voy a ver si puedo emprender un camino para llevar la mirada a modificar el estado actual en que se encuentra, aunque no parezca, una notable zona de confort donde el remolón resistente, el yo, mantiene su impunidad.

Para llegar allí habrá que dar un largo rodeo, pero tenemos tiempo.