Este virus nos ha desnudado.

El silencio ambiental dejó a la vista una ciudad de puros edificios, mudos de vida y vacíos de sentido (aclaro que vivo en el corazón del microcentro de Buenos Aires, donde ni los domingos hay silencio).

También desnudó la condición humana. Por un lado la nunca suficientemente alabada dedicación del personal de salud, la comentada solidaridad espontánea, etc. Pero por el otro, la intolerancia de los que discriminan a enfermeros y médicos y (buscaba un calificativo elegante como el imbécil que ya usé, pero me encuentro con que idiota y estúpido son sinónimos de aquél, caramba, y no quiero decir comemierda, que me parece más descriptivo que pelotudo) la idiocia también se manifestaron con toda su crudeza. Si bien la intolerancia debe ser una forma exacerbada de la idiotez.

Antes de la pandemia se advertía una disminución colectiva de las facultades mentales que se asemeja a la idiocia y parece íntimamente emparentada con la anestesia de la que hablé en nota anterior. Lo cierto es que contra el fondo de  solidaridad que generalizaron los medios, aparecieron los idiotas so capa de hacerse los vivos y romper con las normas sociales.

En el caso argentino el silencio vino a destacar conductas paradigmáticas, de las que Carlos Nino (uno de los pocos intelectuales argentinos notables que lamentablemente no llegó al fin de siglo) caracterizó generosamente como anomia boba, una compulsión irrefrenable por incumplir las reglas, que va a terminar hundiéndonos. Los casos más claros fueron el surfer que llegó al país y la policía acompañó a su casa, para enseguida burlar la orden de cuarentena escapar a la playa. Se convirtió en un paradigma de los anónimos junto con el que molió a golpes al guardia de seguridad de su casa porque le recordó que no podía salir. Y las palmas las lleva el vivaracho que se subió al Buquebus sin avisar que estaba infectado, e hizo encerrar a 400 personas en hoteles, uno murió.

De los famosos destacó en punta y sin parangón el zar de la TV (Tinelli), diciendo, horas antes de dictarse la cuarentena, que se iba a cumplirla a su casa de campo en el sur, y cuando se prorrogó, volvió a Buenos Aires amparándose en la autorización para circular que se concedió a los que quedaron varados en las provincias. Eso sí que es abuso del poder de la fama. Y lo consienten. Y dice que está estudiando para dirigente político (¿?). El rating de sus programas podría llegar a ser una buena medida de esa epidemia psicosocial. Como ya es presidente de la Asociación del Futbol Argentino después de destacarse décadas como dirigente de San Lorenzo de Almagro, ¿quién te dice?

Ése fue el camino que eligió Macri, con quien se cumplió eso de que los pueblos tienen los dirigentes que se merecen. El escarmiento hizo lo suyo y parece que los argentinos se han recuperado. No parece que esta suerte de idiocia aqueje solo al pueblo argentino. Ahí están Piñera, Bolsonaro y Trump que dan pena cuando farfullan en lugar de hablar porque les cuesta encontrar las palabras (¿vieron el video del yanqui queriendo decir “origin” y repitiendo “orange” una y otra vez? a ése le falla grosso).

Y están los que apuestan a la teoría de la inmunidad comunitaria en un proceso de contagio donde los que tenían que morirse lento en cuarentena, morirán más rápido, etc. Los reaccionarios como Trump y Bolsonaro coinciden con revolucionarios que ya estaban enfrentados al sistema, en que el virus es un fenómeno mediático. No soy epidemiólogo y comparto la lucha contra el sistema pero, ¿se puede decir que son producto de los medios los cadáveres en las calles de Guayaquil, en las funerarias de Nueva York, la brutal tasa de aumento en los contagios y muertes que ha sobrepasado sistemas de salud arrasados por el neoliberalismo? Sí, la tasa de mortalidad es baja, pero no me parece que por eso haya que facilitar que nos incorporemos a esa estadística por baja que sea.

El virus por sí mismo se constituyó en un hecho revolucionario: también es cierto que una enorme mayoría padecerá penuria económica pero acá viene Trotsky en mi ayuda, esto agudiza las contradicciones. Y no creo que los desastres que hace el virus en algunas constituciones físicas según se ha leído en la última semana (¿serán también fake news?) se puedan pasar por alto a la hora de opinar sobre la cuarentena. Me faltan datos para dar una opinión certera pero me sobran prevenciones como para saber qué elegir. Si no sé (y ahora sí que no sé), me cuido.

Me asustó sentir que en la ruleta rusa del virus podría tocarme la multiplicación de trombos (lo expuse en nota anterior: El miedo no es zonzo…). Pero más fue como un susto ontológico, filogenético (recomiendo los artículos de Carles Martín “El evento covid-19…”), que abarca todas las regiones de mi paisaje por más tranquilo que esté con mi destino, porque nada de lo humano me es ajeno.

Me asusta el paisaje humano pese a las señales de parto que se pueden relevar. En todo caso, el parto no es el paradigma de un proceso tranquilo.

No es del caso hacer el inventario, pero creo que tenemos que aceptar la propia ignorancia desde el lugar individual de cada uno, y acudir a la prudencia sopesando consecuencias. No me cabe duda de que el manejo ha sido desastroso (salvo en pocos países, entre los que se cuenta, por suerte, Argentina), pero el criterio de la restricción social tiene un tinte de prudencia. Más vale prevenir que curar. No es mala oportunidad para reflexionar sobre nuestros hábitos mentales y el peso de la ignorancia.