Publicamos la tercera y última entrega del análisis que el autor ha hecho sobre el proceso humano.

Por Carles Martín

Conclusiones

En el contexto general de corrupción, de veto a las ideas y de imposición de autoridades en las instituciones que son corruptas, o bien incompetentes, o que tienen las manos atadas para tomar decisiones en pos del bien común, la especie se encuentra especialmente desprotegida ante una enfermedad que nunca hubiera debido ser una amenaza biológica de peso. De hecho, no está amenazada la supervivencia de la especie como tal, sino más bien todo el sistema de relaciones económicas y sociales construido en los últimos siglos. Desafortunadamente, una caída del sistema traería consigo innumerables víctimas, especialmente entre los menos favorecidos en su situación personal y económica.

Si, a lo largo de su proceso evolutivo, la especie fue pasando de una dependencia total de las respuestas naturales y los cambios genéticos hacia cambios tecnológicos y sociales, ya hace tiempo que su destino está en sus propias manos y solamente por una decisión voluntaria de cambio se puede salir de esta crisis acumulativa. Es muy claro que hemos conseguido grandes logros, pero con grandes defectos arrastrados desde tiempo atrás y que ahora toca subsanar. La reparación de la Brecha, antes mencionada, clama por su urgencia. Claman las voces de las mujeres que han sido marginadas por el sistema patriarcal durante milenios y que encuentran ahora resonancia en muchos hombres que reniegan también del modelo social insolidario, que tampoco a ellos les sirve. Las nuevas generaciones claman por la recuperación del mundo Natural que debieran heredar y que, ahora, no parece estar en condiciones adecuadas para seguirnos ofreciendo refugio y alimento de calidad. El clamor por una justicia social y económica surge y resurge en movimientos sociales, que brotan de forma aparentemente espontánea, pero no son sino la expresión de una señal, que desde las profundidades de la conciencia de la especie, adopta formas no-violentas para hacerse oír. Incluso, a veces en conexión con estos últimos, ya clama de modo manifiesto un pujante movimiento en busca de una nueva espiritualidad. En medio del confinamiento global, el silencio reinante nos invita a escuchar el estruendo de todos esos clamores y a interpretar sabiamente su mensaje.

Bueno sería que esta pandemia sirviera para despertar y comprender mejor el alcance de la crisis sistémica que estamos viviendo desde que empezó este siglo, o incluso antes.

Como en el cuento del cielo de los cucharones con mango largo, donde cada uno recibe alimento si le da de comer a otros, en esta pandemia parece una constante la necesidad del cuidado solidario. Por ejemplo, en el uso de las mascarillas: “Yo no te contagio a ti y tu no me contagias a mí”. También en las relaciones entre estados parece ir avanzando la idea de que la ayuda mutua es más eficaz que la guerra por los recursos o por beneficios económicos. Aún queda mucho campo por recorrer y cuando estamos hablando de los gobernantes, nos referimos al sector más “duro” del sistema, en un principio. Pero incluso entre ellos, parece haberse abierto camino cierta tímida manifestación de humanismo y, al menos en lo declamativo, considerar a los seres humanos como más importantes que la economía. De hecho, la medida más extendida y aceptada voluntariamente por amplios sectores, es que todos se esfuerzan para proteger a los pocos que serían verdaderamente vulnerables.

Sin lugar a dudas, este “recodo en el camino” impuesto por las semanas de confinamiento, la disminución del ruido físico en las ciudades, la detención del frenético ritmo de actividades productivas, el cambio de paisaje cotidiano, incluso para aquellos que salen de su casa para el mantenimiento de tareas esenciales y la presencia de un fenómeno inusual de tal dimensión, abren la puerta interna a un proceso reflexivo que no podrá pasar sin dejar huella en las vidas de todos aquellos que lo hayan transitado. No es una garantía de nada, pero es una gran oportunidad de que desde algún lugar en lo profundo del ser humano, aquello que ha impulsado la Vida y a nuestra especie en pos de la conciencia, se haga sentir en muchas personas y sea el germen de nuevas miradas y ojalá de nuevas actitudes.

El confinamiento nos ha aportado un “efecto demostración” de que otra forma de vida es posible. La limitación permanente del movimiento no puede ser aceptada ni considerada como deseable, pero una reducción en nuestro ritmo habitual, una vida menos enajenada y una menor dependencia de los resultados inmediatos han demostrado al mundo entero que son posibles.

La valoración de todo aquello que ahora se echa de menos, las relaciones sociales, la conversación, el apoyo y la comprensión. Se aprecia ver caras amigas, aunque sea por videoconferencia. Un tiempo al aire y al sol, aun desde una ventana, son un tesoro ahora que no podemos ir a pasear por la calle. Tantas pequeñas cosas de lo cotidiano, que no se compran con dinero y que son ahora puestas en valor, nos aportan otra mirada, más allá del materialismo, que podría de algún modo conservarse en parte después de esta crisis.

Pero, por encima de todo, se ha demostrado que es posible que tengamos que enfrentarnos, como especie, a un problema común, todos nosotros al mismo tiempo. Evidentemente, no se ha podido dar la mejor respuesta en esta ocasión, pero ha quedado clara la necesidad de poder dar esa respuesta y que los supuestos cauces institucionales no han sido eficientes ni inteligentes. Queda también claro que este tipo de situaciones que afecten a toda la población humana, pueden repetirse y es probable que lo hagan. De modo que la coordinación mundial no es un sueño ni un capricho, es una necesidad desde ahora. Evidentemente, eso sí representaría una escalada de conciencia y el principio de un nuevo paradigma de relaciones integradoras entre los pueblos, abriéndose el camino hacia una Nación Humana Universal.

Las consecuencias

Ciertamente es pronto para saber a dónde nos va a llevar esta situación sin precedentes. Todos los escenarios son posibles, dentro de ciertos parámetros.

En primer lugar, el colapso económico está asegurado. Muchos pequeños dramas personales y familiares llegarán por el período de inactividad, la caída del empleo, el cierre de pequeñas empresas, la caída aun mayor del consumo. Los precedentes de otras crisis económicas indicarían que, una vez más, quienes tienen el poder en sus manos utilizarán los resortes, que solo ellos manejan, en su propio beneficio, para mantener y aumentar sus privilegios. Si ellos controlan los gobiernos y los medios de comunicación, invaden con sus bots y sus memes las redes sociales, dirigen las instituciones y manejan las universidades, no parece que nadie se lo pueda impedir. Nuevas circunstancias han aparecido para mostrarles a su vez las nuevas herramientas de control social que pueden utilizar en lo sucesivo. La monitorización de las personas, apelando a su responsabilidad ante una emergencia de salud. El acceso informático a su privacidad. La obligatoriedad de respetar un toque de queda en el domicilio o de internarse en un centro de aislamiento preventivo en caso de sospecha de infección… La lista de posibilidades no ha hecho sino empezar a desplegarse. Como, efectivamente, el control total de la pandemia puede llevar meses, pueden tener tiempo de implementar paulatinamente muchos de estos procedimientos de control, para no ser retirados después. Lo cual les sería muy conveniente, si las restricciones económicas en la base social crecen y se pasa de un confinamiento confortable, subvencionado y abastecido, en los países desarrollados, al menos, a una situación de posible desabastecimiento, encarecimiento insostenible de la vida y escasez de recursos económicos generalizada.

Una visión más optimista dejaría margen para la humanización de algunos dirigentes y la apertura del sistema a otras opciones de gestión de la sociedad, menos enfocadas a la economía y más solidarias con los débiles. Aún no hay indicadores de esto, pero nunca se sabe. Fenómenos así han irrumpido en ocasiones, aunque nunca de forma general, todavía.

Y, en un plazo más largo, cabe esperar que el poso de este evento en la memoria colectiva buscará expresarse y se abrirá camino en algún momento para producir cambios positivos en el mundo. Tal vez las nuevas generaciones que han visto esto y que lo tendrán como parte de su paisaje de formación, puedan asumir tareas que, ahora, nosotros no podemos ni visualizar todavía.

Algunos criterios de acción sí se ven claros, si no lo estaban ya antes del evento actual. Poner en marcha redes de intercambio y de solidaridad. Promocionar el buen conocimiento y las redes informativas que lo extiendan, no solamente en el dominio del saber, también en cuanto a mejores pautas y estilo de vida. Compartir, facilitar y difundir el acceso al contacto con lo Sagrado por cuantas vías se presenten, incluyendo el Arte.

Y, ante todo, predicar con el ejemplo de la práctica, en las relaciones interpersonales, de la Regla de Oro: “Trata a los demás como quieres que te traten”.

Carles Martín es miembro del Centro Mundial de Estudios Humanistas y tiene una larga trayectoria como humanista militante y con experiencia en los medios. Actualmente es acupuntor y terapeuta según la Psiconeuroinmunología.

El artículo original se puede leer aquí