Por Manuel Manonelles*

Hace tiempo que especulamos sobre cuál sería el momento del traspaso del liderazgo global de Estados Unidos a China, de Washington a Beijing (por el poder político), de Nueva York a Shanghái (por el poder económico); pues bien parece que este momento ya ha llegado.

Algunos vieron los Juegos Olímpicos de Beijing (2008) y en especial su ceremonia inaugural como un intento por parte de China de visualizar dicho relevo, pero no terminó de cuajar. Otros lo vieron más tarde, con la creación del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras (2015), en contraposición con el sistema de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) que durante décadas ha sido pilar fundamental de la hegemonía estadounidense.

Con Barack Obama (2009-2017) y Xi Jinping parece que llegó una cierta tregua, y la confirmación de facto de un nuevo régimen bipolar que incluso podía tener efectos puntualmente positivos para la gobernanza global, como el pacto de los dos líderes sobre cambio climático que hizo posible el Acuerdo de París, también de 2015.

Pero con la llegada de Donald Trump y su «Make America Great Again (hacer Estados Unidos Grande otr vez)», la aceleración de la lucha por este liderazgo global incrementó su velocidad y visibilidad. Los ejemplos más relevantes, hasta ahora, han sido la guerra comercial entre ambos países, con la Organización Mundial de Comercio (OMC) como rehén; o la batalla abierta sobre el control del 5G, con la polémica de Huawei en medio.

Otros son menos evidentes a la opinión pública general, pero motivo de debate constante en entornos especializados. Un ejemplo es la ofensiva en toda regla que China ha hecho sobre el sistema multilateral, tomando posiciones importantes de primer nivel, pero también en el sotogoverno clave de estas instituciones, ante la dejadez y política de «silla vacía» de los primeros años de la administración Trump.

Un caso es el de Ginebra, donde la administración estadounidense ha dejado vacante durante más de tres años el cargo de embajador de esta plaza clave, la ciudad con más actividad diplomática del mundo.

Tres años le ha llevado al Departamento de Estado a darse cuenta del espacio que China y otras potencias estaban ocupando aprovechando el vacío de Estados Unidos.

Y lo hicieron nombrando un nuevo embajador de alto perfil político en noviembre del año pasado, cuando la batallas por el futuro de la OMC o el liderazgo de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (clave en la gestión de las órbitas satelitales, en la gestión del espacio radioeléctrico o la gobernanza del mundo digital) ya estaban bien avanzadas.

Pero la historia es caprichosa, y de nuevo lo inesperado acaba precipitando cambios copernicanos.

Nadie esperaba el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo el 28 de junio de 1914 con la cadena de fatalidades que seguiría; como tampoco se podía prever que una torpe rueda de prensa la tarde del 9 de noviembre de 1989 condujera a un colapso inmediato del Muro de Berlín, algo que ninguna de las agencias de inteligencia occidental había anticipado.

Y entre finales de noviembre y principios de diciembre pasado algo pasó en el mercado de Huanan, en la ciudad de Wuhan.

Parece ser que el 17 de noviembre se dio el primer caso de lo que acabaría trastornando el mundo. No fue hasta el 31 de diciembre que se comunicó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de un brote de “neumonía desconocida” en esa ciudad. El mercado de Huanan fue clausurado el 1 de enero. El 2 se confirmó el nuevo virus, entonces con el nombre SARS-CoV-2.

El 16 de enero Japón informó del primer caso, el 17 lo haría Tailandia. El 21 fue Taiwán y Estados Unidos. El 24 Francia informaba de los primeros tres casos dentro de la Unión Europea, el número de países va en aumento y se empiezan a dar los primeros cierres de fronteras, sobre todo en los países limítrofes con China.

El 30 de enero la OMS declara la Emergencia de Salud Pública Internacional, el mismo día que Italia informaba de su primer caso, al día siguiente es España quien lo hace al mismo tiempo que el virus ya está presente en la India, Rusia, Filipinas o Australia. El 11 de marzo la OMS declara la pandemia global y, mientras el mundo tiembla, el liderazgo mundial transita.

El 20 de marzo, mientras en la Casa Blanca o en Downing Street aún se flirteaba con el «negacionismo» respecto a la covid-19, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China anunciaba un plan para apoyar a 82 países en su lucha contra este virus.

Dos semanas después, mientras el virus hace estragos por los hospitales de las dos costas de Estados Unidos y el primer ministro británico está ingresado en una Unidad de Cuidados Intensivos, 18 países de África central y occidental ya habían recibido toneladas de donativos de material sanitario chino, y 17 más estaban a la espera de recibirlo en cuestión de días.

Pakistán, Corea del Sur, España o Italia son otros países que han recibido ayuda. En este último la ayuda no es solo de material, también lo es en expertos y personal médico.

La Rusia de Vladimir Putin también aprovechó las primeras semanas de la pandemia para jugar el papel de potencia, enviando personal militar a Italia -ante el silencio y bloqueo escandaloso de las instituciones europeas- o ayuda en material sanitario a su «amigo» Trump…

Pero todo indica que estas actividades de carácter más bien simbólico se han ido replegando conforme covid-19 avanza por Moscú y otras ciudades y regiones de la Federación. Turquía también lo intentó, respondiendo a la petición de urgencia de España a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), pero pronto cambió de política viendo cómo se deterioraba la situación en Ankara y Estambul.

Es demasiado pronto para evaluar el alcance total de la covid-19. De hecho, nadie puede saber a estas alturas cuál será la evolución y el impacto global de la pandemia, ni en términos de salud, ni humanitarios, sociales o económicos.

Las perspectivas no son buenas, preocupa también el impacto incierto que puede tener en zonas del mundo con sistemas sanitarios deficientes, viendo cómo ha afectado a los países de renta más alta.

Pero todo indica que habrá un antes y un después en la gobernanza y en el liderazgo global.

De nuevo la arbitrariedad de la historia precipita el cambio. Los estrategas, las agencias de inteligencia, los “think tanks (centros de pensamiento)” que hace años que debaten y conspiran desde Lagnley pasando por Georgetwon, Xijuan o Gouguan no habían previsto lo que acabaría eclosionando en un mercado de provincias, en Wuhan.

Sin embargo, lo que sí parece bastante claro es que, en medio del drama, estamos siendo testigos del traspaso del relieve de la hegemonía global.

 

*Profesor asociado de Relaciones Internacionales – Blanquerna/Universidad Ramon Llull

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