Sin duda, la urgencia del momento es saber cómo detener o al menos cómo frenar esta epidemia, y sin duda este no es el momento para detenerse en controversias desagradables o problemas secundarios. Pero es imposible detener el tumulto de pensamientos y observaciones que surgen ante esta situación.

Vivo en República Checa, viajo mucho y no es nada agradable ser visto como un virus. Así como tampoco es agradable tomar el avión con la preocupación de ser rechazado en el aeropuerto de llegada o puesto en cuarentena, solo por ser italiano. No es agradable pasar frente a una escuela y leer un gran cartel pidiendo a cualquiera que haya estado en Italia que se comunique con las autoridades. En resumen ¡me tratan a mí, un italiano civilizado y culto, como un chino o un africano! ¡Cosas nunca antes vistas! ¡Ya no hay respeto!

Me dije a mí mismo que de 60 millones de italianos, solo 2.000 están infectados. ¿Cómo pueden verme como un virus? ¡Soy Gerardo y no uno de los muchos italianos! Pero luego entendí que tienen miedo y deben identificar al posible propagador de plagas, el enemigo externo del cual defenderse. Del mismo modo, los italianos estamos tratando a los chinos y asiáticos en general. Sin mencionar, más allá del coronavirus, lo que pensamos de los inmigrantes. El otro, el chino o el inmigrante, ya no es una persona concreta con un nombre, sino un miembro anónimo de un grupo peligroso, y como elemento de ese grupo, es peligroso por sí mismo. ¡Pero ahora soy yo, el italiano, un elemento de un todo peligroso! Todo esto lo tenía claro incluso antes, pero experimentarlo en carne propia es diferente.

Cierto es que como italiano soy más afortunado que otros. Es entendible que no me identifiquen fácilmente, y más aún cuando toso en el tranvía. Pueden confundirme, obviamente no con un noruego, más bien con un español o un francés. Pero, ¿qué posibilidades tiene un hombre negro que vive en Italia de que no descubran a qué grupo peligroso pertenece?

¡Qué arrogantes somos los italianos, y qué engreídos! Sintiendo que estamos entre las personas más civilizadas del mundo y juzgando desde lo alto de nuestra posición a otras civilizaciones que ni siquiera conocemos. Pero estamos aprendiendo que las cosas pueden cambiar en muy poco tiempo y que estar y sentir de un lado de la barricada es solo un punto de vista o una cuestión de tiempo. Las cosas pueden cambiar muy rápido y como nos enseña la la carta del Tarot  “Rueda de la Fortuna”, los que un día se sienten ganadores, en un abrir y cerrar de ojos pueden estar hundidos en el mar de la desdicha.

Antes de juzgar a otra persona, tal vez un italiano que vive en el departamento de al lado o una persona con ojos almendrados o de piel negra; antes de aislarlo y verlo como un elemento anónimo de un todo, se debería considerar por un momento que esa persona podría ser yo…

¡Que este maldito virus nos sirva para despertar inteligencia, solidaridad y otras cualidades esenciales, todas útiles para no sentirse tan pobres por dentro!


Traducción del inglés por Maria Paula Alvarez