Hoy es el Día del Padre, ya que no pude darle el regalo a mi padre, dadas las distancias y la imposibilidad de colmarlas, la fábrica en la que trabaja desde hace más de 30 años se ha ocupado de ello.

Para honrar la fiesta y cumplir con las prescripciones de los distintos decretos, lo llamaron a trabajar, a producir trenes, indispensables en este período de lockdown (encierro). (después de haber decidido, bajo la presión de los sindicatos, cerrar durante un mes)

Mi padre es un metalúrgico, uno de esos trajes azules que admirabas en las buenas películas de los 70, vivió la parábola de la descendencia del proletariado italiano, experimentó la precariedad antes de que se convirtiera en una moda. Aprendí primero el concepto de fondo de despido que el de justicia social. La fábrica está oficialmente en crisis, pero continúa extrayendo valor del trabajo de los pocos que quedan.

Mi padre lleva un año en la jubilación anticipada del amianto, reconocida por la ley. Mi padre es un jubilado que trabaja, porque el INPS no tiene dinero para financiar su pensión y la de muchos colegas antes que él.

A menudo he culpado a mi padre y a sus compañeros de trabajo de perder la indispensable función de centinelas de los derechos de los trabajadores. A menudo lo he culpado a él y a ellos por el atasco del ascensor social. Porque lo máximo a lo que puedo aspirar es a que el hijo de un trabajador, que se jubile pronto, pero en el trabajo es un puesto precario, pagado a 6 euros la hora.

En estos días de cuarentena, en un clima de sospecha y militarización, se pide a los ciudadanos que sean responsables y se queden en casa. Se aprueban medidas draconianas, pero tienen un defecto básico, aunque tienen por objeto salvaguardar un interés público, la salud, y conciernen a una parte de la ciudadanía. Las universidades están cerradas pero las fábricas se dejan abiertas. ¿Por qué?

Si es cierto (y es cierto) que estamos tan en emergencia que limitamos los derechos individuales, ¿por qué seguimos violando el derecho a la protección de la salud de quienes se ven obligados a trabajar para ganarse la vida?

Se hace porque detener la producción durante un mes atascaría el intocable sistema de producción-consumo-crepa.  Se hace porque al interferir el mecanismo, los ciudadanos recuperarían la posesión de su tiempo, aunque en una nueva rutina para construir. Y sería un momento de construcción colectiva de lo nuevo (aunque en forma mediada).

Esta construcción de lo nuevo abriría muchas alternativas posibles al sistema mencionado anteriormente, rompiendo el dogma de: no hay alternativas al sistema.

Gracias a esta gestión de la cuarentena comprendí que era un error culpar a mi padre y a sus colegas por no haber velado por el respeto de los derechos adquiridos en años de lucha, debí culpar a todos por estar físicamente pero no conscientemente presentes en la obra del sacrificio, en el altar del progreso económico, de los derechos de todos.

Permanecer lúcido, incluso en momentos delicados como estos, no es ni un hábito ni un capricho, sino un deber. Reconocer a los culpables desde el principio hará que sea menos fácil olvidarlos cuando todo haya terminado y todos retomaremos nuestra rutina habitual.

#chiudete le fabbriche (#Cierren las fábricas)


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide