En las ciudades como Macondo todo bulle de manera incansable, afanosamente, en un ir y venir en el que las actividades humanas se despliegan sin cesar. Colores, risas, transporte y desplazamientos, sonidos, humos, gases, rutinas de las que se desprende una suerte de permanente zumbar, un pulso auditivo extenuante.

Salvo cuando un virus obliga a todos los seres humanos al confinamiento dentro de sus moradas.

Una proteína microscópica y también las medidas de control para defendernos de ella, que en algunos lugares de esta Latinoamérica asombrosa van acompañadas del toque de queda a cargo de los militares, como resabio de una memoria de la que no hemos podido librarnos.

El caso es que si ya de día los que circulan actualmente con sus mascarillas son cada vez menos personas, de noche ni un alma en pena se divisa en toda la urbe.

Y entonces, anoche, desde las montañas empinadas que rodean Santiago uno de sus habitantes se inquietó ante tal silencio y resolvió incursionar por varias comunas, con su majestuoso caminar, cual soberano absoluto del lugar. Un puma salvaje. Un felino de primera, de esos que pueblan las historias del surrealismo mágico de la literatura de nuestro Continente.

Mientras desde las afueras de Junín en el sur, en plena Patagonia argentina, también bajaron de los cerros gran cantidad de ciervos, en manada, para posicionarse haciendo propia la ciudad.

Los animales retoman sus espacios, buscan volver a su lugar, aprovechando el confinamiento humano o quizá simplemente para hacernos caer en cuenta de que compartimos con ellos esta maravillosa existencia.

Las imágenes son de las redes sociales