Por Julián Solano

Debemos ver este difícil trance con optimismo y esperanza, porque siempre, tanto en la naturaleza como en la vida, después de la oscuridad viene la luz

“¿Crees tu que no va a sucederte algo que sabes que puede pasar, que ves que le ha ocurrido a muchos?”
Séneca, año 67 de nuestra era.

Cuando llega el invierno soportamos frío, cuando llega el verano padecemos calor, cuando hay cambios súbitos en nuestro ambiente natural o en nuestros alimentos tendemos a enfermarnos. Cuando comemos sal nuestra presión arterial sube. Cuando comemos exceso de azúcar nuestra producción lípida aumenta y engordamos. Parece que el margen de maniobra de nuestra propia acción, es extremadamente pequeño en relación a lo que la naturaleza nos dicta.

Pensamos que si trabajamos y ahorramos con abnegación y disciplina tendremos recursos para el futuro, hasta que una fatalidad económica o, en muchos casos, la ineptitud e irresponsabilidad estatal, provocan que esos recursos se evaporen en medio de una debacle cambiaria o una hiperinflación galopante. De nuevo, nuestro margen de maniobra es pequeño o inexistente ante los avatares de la vida económica y social.

Hay un ganador del premio mayor de lotería entre un millón de compradores cada domingo, y aparece un enfermo de cáncer de hueso entre un millón de sanos, también cada domingo. Empresarios y trabajadores turísticos que durante varios lustros han forjado una mediana empresa hotelera trabajando arduamente y, de la noche a la mañana, una pandemia de coronavirus la hunde en cuestión de días. La suerte o, la mala suerte, hacen de las suyas sin que nada podamos hacer.

El hermoso mar que vemos al atardecer existía mucho antes que el homo sapiens apareciera en sus orillas, y ahí estará cuando este haya desaparecido. Lo mismo el sol y las estrellas. El universo y la naturaleza son indiferentes a nuestra existencia o a nuestra buena o mala suerte. Si el pillo se lleva todo y el justo padece necesidades e injusticia, o al revés, a lo existente le da igual.

La ansiedad y la ira devienen de desconocer esto y creer absurdamente que el universo, las cosas y los hechos DEBEN estar de acuerdo con nuestros deseos. Los antiguos estoicos tenían muy claro que no había consonancia permanente entre nuestros deseos y la realidad. La vida es como es y no como queremos que sea. A veces, incluso por largos períodos, esa sincronía benevolente entre realidad y deseos se da. Se da hasta que una enfermedad grave, la desaparición de un ser querido o la perdida abrupta de un patrimonio o la empresa, o incluso nuestra muerte repentina, nos devuelve a la realidad.

El lado positivo de esto es que esa inconformidad entre realidad y deseos es un acicate para el progreso y la conquista de objetivos cimeros. Al estar inconforme con la enfermedad, la razón humana inventó las medicinas y las vacunas. Ante la falta de agua diseñó y construyó acueductos y canales. Ante la putrefacción de alimentos inventó la refrigeración y para su estímulo y diversión transformó frutos y cereales para fabricar bebidas espirituosas. En lugar de atormentar animales y esclavizar seres humanos para producir y construir, poco a poco la ciencia y la tecnología creó máquinas y usó nuevas energías. A nivel individual luchamos por nuestra educación y la de nuestros descendientes en procura de una mejor vida en relación a la que la que tenemos. Caminamos, en una lucha sin fín, para tratar de armonizar deseos y realidad tanto a nivel individual como colectivo. Ese camino es sinuoso, tiene cuestas y bajadas, a veces se presenta como una autopista y en otros tramos como trillos de barro y piedras. Por ello las caídas y las levantadas son la realidad práctica de nuestras vidas hasta su término. Entre tanto, literatura, filosofías, religiones, ideologías, arte y muchas otras creaciones humanas nos cubren, durante ese camino, de las inclemencias y la incertidumbre inherentes a la existencia del único ser vivo capaz de pensar, de imaginar y de recordar.

Los romanos en muchas de sus monedas tenían de cuerpo entero a una joven hermosa y grácil, que en una mano tenía la cornucopia de la abundancia y en otra el timón de una barca. La joven dibujada con una sonrisa entre burlona y bondadosa, usaba para los humanos uno u otro utensilio de forma caprichosa. Esa joven era la diosa Fortuna.

Conclusión:

Las pandemias son eventos que regularmente han aparecido en la historia de la humanidad. Generalmente la ciencia las ha asociado a mutaciones genéticas de diferentes virus o bacterias. La más mortífera conocida fue la peste bubónica del siglo trece, que mató un tercio de los habitantes de Europa en un solo año. Ahora se dice que el COVID 19 es una enfermedad creada con fines de lucha geopolítica. Como personalmente no creo eso, la asumo como al resto de pandemias que durante miles de años han asolado al sapiens sapiens. También asumo que el desastre económico será peor que en las anteriores dado el grado de interconectividad y cercanía de todo tipo entre los seres humanos, en este estadio de desarrollo y prosperidad de la especie en que nos encontramos.

Seguro que pasará y en dos años será otra enfermedad más, controlable, vacunable y prevenible. El ser humano superará de nuevo un gigantesco obstáculo como lo ha hecho antes. Por ello debemos ver este difícil trance con optimismo y esperanza, porque siempre, tanto en la naturaleza como en la vida, después de la oscuridad viene la luz. El ser humano tiene el tesoro más grande del universo y es la capacidad de amar. Esa cualidad es la tabla de salvación en los momentos aciagos. El amor a los seres queridos y también, aunque menor, al prójimo, es permanente a diferencia de lo contingente de todo lo demás, y es lo único que podemos controlar en nuestra vida. Si a ello unimos nuestra inmensa capacidad de razonar, y la humildad para entender que no somos amos del mundo, creo que podemos amoldarnos mejor a los caprichos inescrutables de la misteriosa diosa Fortuna. Quizás, ese es el humilde y a la vez grandioso sentido de la vida.