El 6 de noviembre de este año, Rubens Ricúpero, diplomático de carrera y exministro (primer ministro del medio ambiente que tuvo nuestro país) dio una charla en el auditorio de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNICAMP, en Campinas. Fueron dos horas de una explicación muy rica en la que algunos puntos específicos llamaron especialmente mi atención y que utilizaré para anclar esta discusión.

Ricúpero dijo que incluso bajo el mandato de Barack Obama, los Estados Unidos tenían un claro paradigma para los denominados tigres y dragones asiáticos: a medida que se desarrollaran económicamente, su cultura estaría cada vez más marcada por la matriz cultural occidental. Funcionó para Japón y Corea del Sur, pero no para China. Estados Unidos alentó fuertemente el crecimiento económico de estos países y ahora terminó por crearse un gran problema: desde los días más intensos de la Guerra Fría no vio su hegemonía global tan amenazada por otra nación como la ve hoy por China; el factor agravante: el dragón asiático es la primera potencia global de matriz cultural no occidental desde el Imperio Turco-Otomano. ¿Cuáles serán los impactos de esto? No se sabe…

Los estadounidenses, al darse cuenta de que la estrategia no había funcionado, según Rubens Ricúpero, cambiaron su postura frente a China y ahora defienden su posición de poder hegemónico. Ahí, en mi opinión, es donde entra en juego el golpe de Estado en Bolivia (no creo que sea necesario tener miedo a usar este término para referirse a lo que está sucediendo en el país vecino). Donald Trump y Ji Jinping chocaron en la guerra comercial, en cuestiones diplomáticas como Corea del Norte y en disputas territoriales en el Mar de China, pero, al igual que ocurrió en la Guerra Fría en relación con la Unión Soviética, el campo tecnológico parece ser uno donde la disputa territorial entre las dos potencias se hace más latente. Que una potencia sea más exitosa en esta rama que la otra  es parte de esta «competencia» que puede garantizar la hegemonía global. Por esta razón, los Estados Unidos no miden los esfuerzos para rebasar a Huawei en la carrera por el predominio mundial de la tecnología 5G  (una alta ejecutiva de la empresa china fue incluso detenida en Canadá) y muy probablemente no tomaron ninguna medida para evitar que Evo Morales fuera juramentado para un nuevo período de gobierno.

Bolivia tiene la reserva de litio más grande del mundo (50% de todas las reservas de litio del planeta). Evo, de hecho, no había iniciado la exploración de todo el potencial que el país andino tiene para este mineral, pero planeaba hacerlo y gran parte de la continuidad de sus políticas dependía de los dividendos que se obtendrían del litio. Pero, ¿qué es lo que pone a este mineral en una posición tan estratégica y cómo asegurar un fácil acceso a este puede poner a Estados Unidos en ventaja en esta carrera tecnológica contra China? Así lo explica un reportaje de la agencia de noticias alemana Deutsche Welle:

«El litio es el metal más ligero y menos denso entre los elementos sólidos. Debido a su peso ligero y capacidad de recarga, es el principal ingrediente de las baterías de iones de litio, consideradas actualmente la mejor tecnología disponible para suministrar una enorme diversidad de productos, incluyendo teléfonos móviles y automóviles eléctricos. Según un artículo publicado a principios de 2016 por la revista británica The Economist, el precio internacional del carbonato de litio puro, uno de los elementos utilizados en la producción de baterías, casi se duplicó entre diciembre de 2015 y enero de 2016, llegando a 13.000 dólares por tonelada. Este pico en un período tan corto de tiempo ha estimulado a varias compañías en todo el mundo a ir tras las reservas de litio».

¿Dónde entra Brasil, que aparentemente apoyó activamente el proceso ocurrido en Bolivia? El país, bajo el actual gobierno, ha dado cada vez más la espalda a la tradición diplomática brasileña, fundada por el Barón de Río Branco. En este sentido, la interferencia brasileña en la soberanía de los países vecinos es cada vez más constante y se ha adoptado una pauta de autoalineamiento con los Estados Unidos en nuestras relaciones exteriores. Los procesos de toma de decisiones de nuestra diplomacia están cargados de ideología y casi vacíos de visión estratégica. Nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores ha venido actuando desde enero de 2019 para cometer errores y luego corregirlos. La embajada brasileña en Israel fue trasladada de Tel Aviv a Jerusalén; el país sufrió represalias por parte de los países árabes, grandes compradores de nuestra carne y la ambiciosa propuesta se convirtió en nada más que una pequeña oficina. Nuestro presidente votó despotricó contra China y cuando los chinos subieron el tono, tanto Mourão como Bolsonaro tuvieron que ir al país asiático para hacer las paces y hoy es el mayor inversor extranjero que opera en Brasil. Además, el acuerdo comercial tan celebrado entre la Unión Europea y Mercosur está amenazado por la mala conducta ambiental brasileña. Así, creo que la posible participación brasileña en la agitación política que se ha apoderado de Bolivia en las últimas semanas no es más que una cruzada ideológica de personas que vieron en Evo Morales una amenaza comunista o socialista sin mayores estrategias y ventajas políticas, económicas o diplomáticas en el fondo.

Exagere o no, me da miedo ver cómo el mundo se asemeja hoy en día a el de los años anteriores a la Conferencia de Berlín hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, un período de poco más de 50 años que ahora pasa más rápido ante nuestros ojos. En el siglo XIX, las fuerzas parecían ser complacientes: Portugal y España habían cedido sus lugares como grandes potencias hegemónicas a Inglaterra y Francia, Holanda «se mantuvo al margen». Llegó la segunda revolución industrial, los procesos de independencia en América y en Europa, la unificación de Italia y Alemania y todo el tablero diplomático se desbarató  (nuevos jugadores entraron en la jugada: los ya mencionados Alemania e Italia, Bélgica, Estados Unidos y el Imperio Japonés). Además, el imperio Turco-otomano, comentado por Rubens Ricúpero, comenzó a disolverse. Entonces, junto con la partición de África, comenzó una carrera por averiguar con quién estaría cada parte de este inmenso territorio desde el norte de África hasta la Península Arábiga (estos dos temas comenzaron a causar fricciones entre las potencias consolidadas y las potencias emergentes). La Conferencia de Berlín sirvió para postergar las tensiones hasta llegar a las vías reales, pero el polvorín explotó inevitablemente cuando el Archiduque de Austria fue asesinado en Sarajevo. Después de la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas se repartieron el territorio del antiguo Imperio Turco-Otomano: la Unión Soviética abarcaba los Balcanes, los británicos tomaron el actual Irak y los franceses tomaron el Líbano y Siria. «La Sociedad de Naciones» fue creada como el cuerpo moderador de la diplomacia mundial.

Se creía en ese momento que las fuerzas se habían acomodado (un engaño ledo). Alemania, que en un primer intento expansionista con Bismarck se había detenido en la República de Weimar, ahora con Hitler retomó la tarea. La Segunda Guerra Mundial estalló y todo el sistema internacional se derrumbó una vez más. Sólo allí se completó el proceso iniciado en el siglo XIX. Con el fin del conflicto, EE.UU. y la URSS emergieron como grandes potencias mundiales, se crearon las Naciones Unidas y se consolidó el llamado sistema basado en reglas, apoyado por las instituciones de Bretton Woods. El fin de la Guerra Fría no desmanteló el sistema internacional, como lo hizo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, sino todo lo contrario: se acomodó aún más al juego de poder, consagrando a los EE.UU. como la única superpotencia mundial.

Ahora presenciamos el surgimiento de nuevas potencias que, como en el siglo XIX, están desordenando todo el tablero de ajedrez de las relaciones internacionales: China y Rusia, que tras el desmantelamiento de la Unión Soviética, están intentando recuperar su papel protagónico. También vemos (volviendo a las ideas defendidas por Rubens Ricúpero en su conferencia) que se puso en tela de juicio el orden internacional fundado después de la Segunda Guerra Mundial. El mundo fue barrido por una ola de presidentes que juegan a la de «matones». Trump, Bolsonaro, Putin, Erdogan, Duterte y otros similares golpean la mesa, hablan duro, ven la negociación como un símbolo de debilidad y se niegan a usar las organizaciones internacionales como espacios de mediación, prefieren resolver los asuntos con otras naciones a través de actitudes punitivas unilaterales, como sucede ahora, con los impuestos sobre el hierro y el aluminio de Brasil y Argentina impuestos por Trump.

He mencionado aquí unas cuantas veces el Imperio Turco-Otomano y es necesario, para entender mejor la actual situación mundial, revisarlo una vez más. El proceso de fragmentación de este antiguo imperio, después de la Primera Guerra Mundial, sigue siendo inconcluso hasta hoy. Un vasto territorio, étnicamente diverso y rico en petróleo, que permaneció unido bajo un gobierno fuerte y centralizador que, cuando finalmente se derrumbó, se dividió de acuerdo a los intereses de las potencias internacionales, sin pensar mucho en las lógicas étnicas ni en los intereses de cada pueblo que vive allí. El resultado: conflictos como el de Bosnia (que resultó en un genocidio), Yemen, Kosovo, la actual guerra de Siria y la cuestión kurda, por ejemplo, se producen en territorios que formaban parte del imperio Turco-Otomano.

Todo este caldo hace que el planeta hoy en día sea un mundo erosionado.


Traducción del portugués por Erika Rodriguez