Por Helodie Fazzalari

A pocas cuadras de la Plaza Yungay, en el corazón de Santiago, nació hace 4 años un proyecto en una cuadra de viviendas abandonadas. En un espacio ahora completamente en ruinas, algunos habitantes de la ciudad, identifican una oportunidad para crear una escuela, libre de instituciones y orientaciones políticas. Así nació la ‘Casa Ocupa’ del Barrio Yungay, que, como nos cuenta Sergio, un hombre de 52 años que aún hoy vive allí, cambió muy pronto su idea inicial: «Para dar vida a una escuela gratuita necesitábamos un lugar ‘libre’, con los espacios adecuados. Cuando vimos esta casa parecía el lugar perfecto. Sin embargo, el proyecto de la escuela pronto entró en crisis, y algunos miembros se fueron, mientras que otros se quedaron a vivir». Día tras día, a pesar de no estar formalizado, el proyecto toma la forma de un centro cultural. Es durante un encuentro y un momento de reflexión común que los miembros de la casa se dan cuenta por primera vez que este espacio no tenía nada de centro cultural. «No teníamos suficiente espacio para que fuera así», explica Sergio, y continúa: «Además, la gente no podía venir aquí por su propia voluntad para poner en práctica su arte, necesitaban que los invitáramos. Así que llegamos a la conclusión de que este sería un espacio donde los propios miembros de la casa podrían ejercer su profesión y desarrollar su inclinación artística».

Hoy en la Casa Ocupa en el Barrio Yungay hay seis adultos viviendo en forma permanente, un niño y actualmente 4 huéspedes del grupo. Cada uno de ellos está dedicado a una profesión específica y los que viven allí afirman no sólo ser parte de una casa ocupada libre de cualquier implicación política, sino formar parte de una verdadera comunidad. Porque para formar parte de la casa es necesario un requisito fundamental, explica Sergio, la capacidad de los seres humanos que la habitan de hablar el mismo idioma. «Al principio la pregunta que nos hicimos fue: ¿qué tiene que tener una persona para poder participar en este proyecto? Respondimos que para formar una comunidad, las personas deben hablar el mismo idioma, sabiendo asumir las dificultades comunes, no señalándose con el dedo, sino reflexionando sobre las cosas. Era necesario que las personas que decidieran formar parte de ella, hubieran hecho o estuvieran abiertas a una experiencia de transformación personal. Este era el requisito esencial para poder comunicarse con los demás. Para poder asumir los problemas que hay en la convivencia, se necesitan personas que no sólo hayan enfrentado una crisis, sino que a partir de ella hayan hecho un profundo cambio en su ser y en su comportamiento frente al mundo». Los que viven en este lugar afirman tener una dirección común: la de ser y hacer algo positivo para el mundo. «Es un espacio de orientación humanista, con el deseo de humanizar la Tierra. Cada actividad que realiza un componente de esta casa tiene como finalidad hacerla crecer como persona y cambiarla profundamente».

Hay otro requisito importante para vivir en la Casa Ocupa en el Barrio Yungay, y es Lisette quien nos lo cuenta, una chica de 32 años, a quien la comunidad no sólo le dio un cambio interior, sino que en los últimos años también le dio un hijo, parte de esta familia. «Es esencial que cada miembro de la casa aprenda un oficio». Desde el principio, se estableció un día de trabajo, que inicialmente fue el jueves, luego el viernes y ahora es el sábado. En esta ocasión todos trabajaron en la reconstrucción del edificio y se invitó también a compañeros externos, amigos y familiares que, si bien por un lado debían su contribución a la reconstrucción, por otro acudieron con la intención de aprender un nuevo oficio. «Aquí los jóvenes están familiarizados con los oficios relacionados con la construcción, las artes, la electricidad y la medicina. No queremos vender nuestro espíritu al sistema capitalista. Por lo tanto, una condición para vivir aquí es que cada persona conozca un oficio o lo aprenda», dice Lisette.

Concretamente, se trata de una verdadera familia, en la que todos preparan el almuerzo para los demás por turno al menos 1 o 2 veces a la semana, donde un día lo dedican a una reunión en la que planifican, discuten los problemas y evalúan las peticiones de los que quieren entrar y ser miembros de la comunidad. «Si una persona quiere entrar aquí, debe venir con una propuesta clara. Primero le mostramos el espacio y cuando se va lo discutimos. Cada uno tiene su espacio aquí, pero normalmente desayunamos y almorzamos juntos; nos gusta cocinar para los demás y aplicarnos con nuestras artes culinarias», explica Lisette sonriendo.

¿Pero cuál es el cambio personal del que nos hablaron, que los trajo aquí?

Sergio se dice a sí mismo: «He formado una familia en mi vida, tengo dos hijas ya crecidas. Sentí la necesidad de dedicarme a cosas que fueran ‘más sociales’ y esto es lo que buscaba. Antes de venir a vivir a la comunidad vivía en el barrio y cuando apareció la posibilidad de poder venir aquí pensé que podría ser una oportunidad para realizar esta necesidad mía. En estos 4 años ha pasado mucha gente por aquí y siento que este lugar ha ayudado a mucha gente, además de mí. Mis hijas vinieron a visitarme y siento que todos los que han pasado por aquí han recibido una energía que revitaliza. Siento que esto ha sido bueno para la gente que he traído aquí. Creo que la situación política y social en Chile puede darnos respuestas y puede hacernos tomar decisiones que nunca hubiéramos pensado como comunidad. Siento que vamos en esta dirección, que no era una idea loca, pero que ahora van a pasar muchas cosas. Obviamente esta elección ha tenido costos porque la vida en comunidad es incompatible con ciertas actividades, pero creo que todos los costos personales que esta elección ha implicado han sido más que compensados».

Lisette responde a la misma pregunta: «Estaba en una situación de crisis, tuve que dejar la casa de mi madre y esto podría haber sido una posibilidad. Hoy tengo ganas de reírme, pero hace unos años me vi obligado a venir aquí porque tuve que dejar todas mis cosas. Tenía miedo de vivir en un lugar que tuviera como principio la resistencia política. Me convirtió en un aspirante a ocupante, y hasta el día de hoy me doy cuenta de que este espacio me ha dado posibilidades muy profundas de cambio. Yo era una Liz sin hijos, ahora tengo un hijo. Una Liz que conocía muchos oficios pero que hoy en día tiene un camino específico. Hoy, más que un aspirante, me siento parte de un proyecto fundamental, que he seguido por intuición. Esta intuición, que fue intensa pero no sin complicaciones, me mostró la oscuridad más profunda, pero también la parte más hermosa que un ser humano puede tener. Esta no es una comunidad consanguínea, sin embargo, es un proceso de cambio lleno de amor y se sostiene gracias a este amor y al hecho de que las decisiones se toman en comunidad. El hecho de poder hablar y expresarse libremente conduce a un crecimiento no sólo personal sino también colectivo».

Sergio explica que cuando hablamos de la casa ocupada en Santiago la gente está acostumbrada a pensar en un espacio donde hay mucha libertad, mucho alcohol y uso de drogas. «Para implementar la transformación de la que hemos hablado, no necesitamos el uso de alcohol o drogas. Somos una casa ocupada muy atípica. Esto significa que no consumimos, pero ese no es nuestro objetivo. La gente viene aquí porque hemos creado un espacio para el diálogo. En el período de la lucha social ha sido un espacio donde hemos acogido a mucha gente porque aquí todos somos hermanos. Si alguien tiene un cumpleaños tenemos una pequeña fiesta, si alguien quiere venir a comer algo puede hacerlo. No digo que no se pueda consumir alcohol o drogas, pero la gente que viene aquí no viene porque puede hacerlo en casa».

De estas palabras se puede percibir que la Casa Ocupa en el Barrio Yungay ha sufrido no sólo una transformación externa, ya que ha sido completamente reconstruida, sino que todos sus componentes son protagonistas de un profundo cambio interior, que continúa día a día guiado por dos componentes fundamentales: el compartir y la importancia de lo colectivo.