No cabe duda de que el 2019 fue un año que pocos previeron, tanto a nivel nacional como internacional. No sé de nadie que haya previsto que en Chile este sería el año del estallido social, que se abriría la cancha para el cambio constitucional y que la coalición de gobierno viviría su crisis más intensa.

A fines del año pasado, respecto de lo que se venía para este que se está acabando, hice mención a la existencia de una suerte de orden de “doblar hacia la derecha”, caracterizada por un viraje hacia el autoritarismo en lo político con miras a imponer orden y seguridad, hacia el neoliberalismo en lo económico, y hacia el conservadurismo en lo valórico. Todo ello a como dé lugar. Pues bien, en Chile, el estallido social de octubre que sorprendió a moros y cristianos, parece representar un alto en este viraje si nos atenemos a las demandas políticas, sociales y económicas que están tras las movilizaciones. En concreto, un hastío con el modelo neoliberal imperante.

Habrá que ver en qué terminará este cuento. Esto es lo que estará en juego el 2020. Todo parece señalar que será un año en el que habrá cambios en la continuidad de la actual constitución política del Estado, así como lo medular de un modelo al que se le imputa la mayor responsabilidad de la agobiante y creciente desigualdad reinante. Sorprendentemente, el año 2019 termina con una coalición de gobierno hecha trizas, lo que de ningún modo significa que la oposición pueda cantar victoria, porque ella sigue por los suelos sin atinar. Probablemente sea el plebiscito de abril la ocasión en que surjan nuevos clivajes. Dentro de la derecha habrá quienes defenderán con todo la actual constitución y quienes se abran a la elaboración de una nueva. En la izquierda estarán quienes respaldarán el cambio constitucional, y quienes se marginen del proceso por no confiar en él. Lo que posiblemente esté en juego es el ascenso de los extremos, la polarización, o el predominio de la moderación, del sentido común.

A nivel internacional fue un año más previsible: Trump continúa en las cuerdas y el mundo sigue pendiente de una guerra comercial EE.UU.-China, donde sus principales líderes parecen estar jugando como el perro y el gato poniendo en ascuas al resto del mundo que vive al vaivén de sus caprichos.

En Gran Bretaña, Boris Johnson se está saliendo con la suya, siendo un hecho que el 2020 será el año del Brexit,  la salida de la Unión Europea.  Lo ocurrido en Gran Bretaña es expresión del ascenso de los nacionalismos.

Mientras tanto, el cambio climático sigue su curso a vista y paciencia de todo del mundo sin que se visualice capacidad política para enfrentarlo. El fracaso de COP25 en Madrid es una clara señal de la ausencia de liderazgo que se vive a todo nivel.

Resulta paradojal que en tiempos de globalización, estén resurgiendo los nacionalismos en una suerte de reacción del tipo “sálvese quien pueda”. Frente a un tema que afecta a todo el planeta, como es el cambio climático, no existen soluciones nacionales, sino soluciones globales. Más que nunca se requieren acciones a nivel mundial, conjuntas. No hay que ser muy astuto para percatarse que, al paso que vamos, vamos hacia un punto de no retorno. La complejidad del momento que se vive exige acciones globales. Aún es tiempo.