Por Julián Solano Bentes

Adam Smith y Karl Marx creían en el trabajo como la fuente del valor de las cosas. Da ahí, este último extrajo la engañosa noción de la plusvalía. Alfred Marshall sabiamente colocó el valor de un bien o servicio en su demanda -o escasez- del mismo. Todos ellos fundamentaron sus teorías en un modelo de medios de producción finitos: tierra, capital y trabajo. Hoy la base de la riqueza es un bien infinito y que crece exponencialmente: el conocimiento útil (big data), el cual se crea y se retroalimenta exponencialmente a través de información abierta y universal vehiculada sobre una autopista tecnológica que está incluso al alcance de los niños.

Para comprender el cambio profundo que estamos viviendo y que tiene como fundamento el declive del industrialismo y la cultura que lo envuelve, debemos repensar la economía como una ciencia que debe incluir el principio físico de la termodinámica (de ahí el nacimiento de una economía ecológica). La segunda ley de la termodinámica nos dice que la energía -y por ende la materia-, se transforma, pero en el proceso pierde parte de esa energía (deja de estar disponible). Es la denominada entropía. Si un león se come a un venado, se come una parte de él (un 20%), parte que se transforma en energía disponible para el funcionamiento del organismo del felino, pero, la otra parte de la energía, un 80% de ella -que estaba disponible en forma material en el cuerpo del venado dentro de huesos, piel, etc.-, se pierde. Se transforma en átomos de carbono y otros, pero deja de ser utilizable.

Toda forma de vida requiere energía y la lucha por la supervivencia en la naturaleza es una competencia brutal por captar energía útil y asegurarse su flujo continuado a través de los sistemas vivos. Desde el principio, el Homo Sapiens se dedicó a captar energía almacenada en las plantas y animales silvestres. Su vida comenzó como cazador-recolector. Luego, con los cereales y la domesticación de animales para el trabajo pesado (y con la esclavitud después), logró excedentes de energía que le permitieron paulatinamente complejizar y organizar sociedades dedicadas a multiplicar y acumular excedentes cada vez mayores de energía. Excedentes que permitieron que hubiese tiempo disponible no usado en extraer energía de la naturaleza para usarlo en otras actividades civilizatorias. Sistemas hidráulicos para llevar el agua de un lugar a otro, obras de ingeniería, cerámica para guardar alimentos, astronomía para prever las cosechas e inventar las religiones, las artes metalúrgicas para fabricar utensilios y acuñar monedas, establecer pesos y medidas, fabricar armas de guerra para conquistar tierras y esclavos, inventar las matemáticas, la contabilidad y la escritura, mecanismo básico éste último para la comunicación y coordinación dentro de civilizaciones grandes territorialmente hablando.

El antropólogo G.G. Mc Curdy describe la experiencia humana como un viaje evolutivo hacia el aprovechamiento de una cada vez mayor cantidad de energía utilizable. La habilidad de las personas y grupos humanos para utilizar más eficientemente las formas simbólicas (arte, lenguaje, normas, creencias e instituciones), así como las herramientas mecánicas y las estructuras institucionales para capturar y utilizar una cada vez mayor cantidad de energía, les ha permitido extender su poder y aumentar su bienestar. El progreso individual y colectivo puede medirse por el consumo energético per cápita al año, traducido este en la cantidad de bienes y servicios para cubrir las necesidades -reales o imaginarias- humanas. Luego de la invención y fabricación de velas, se necesitaban seis horas de trabajo para elaborar las velas necesarias (energía lumínica) para leer durante una hora, hoy se necesita un segundo de trabajo para lo mismo. El costo del trabajo necesario es prácticamente inexistente para producir dicha energía necesaria para leer durante una hora. Imaginemos lo que eso significa si lo generalizamos a todas las actividades humanas que necesitan suministro de energía.

Si partimos de el gran salto que significó la Revolución Industrial inglesa, primeramente movió la economía el carbón (caro, de difícil extracción y ubicado en ciertas partes del mundo), luego, el petróleo (caro, de difícil extracción y ubicado en ciertas partes del mundo), después aparecieron la energía nuclear y la hidroeléctrica (caras y de difícil producción), y ahora estamos y vamos, en los próximos veinticinco años, a energías prácticamente gratis e infinitas (sol, viento e hidrógeno), que serán fáciles de producir en todo momento y lugar.

La economía centralizada (basada en energías caras y de difícil extracción, además existentes solo en ciertas zonas del mundo que explotan al resto), que ha sido coordinada dentro de y, por Estados-nación, será inevitablemente sustituida por una economía descentralizada -nacida por estas nuevas energías casi gratuitas producidas localmente por sus propios consumidores-, y que será gestionada políticamente por pequeñas unidades de autogobierno, en necesaria coordinación y cooperación con otras unidades, a través de la red de redes. El poder de la cúpula (el Estado vertical y central) pasará al poder horizontal de la base (probablemente municipios u otras formas de autogobierno local). No existirán productores ni compradores, sino proveedores y usuarios. ¿Para qué carro propio, oficina o casa propias si podemos compartirlos dentro de una red?. Una vez financiados los costos fijos (construcción de infraestructura), los costos variables de producir energía serán casi cero. Con ello, los precios en general caerán en cascada. ¿Qué orientará entonces los costos marginales de los bienes y servicios, incluidos los salarios y la rentabilidad empresarial?.

La revolución de las tecnologías de la información y de la inteligencia artificial, están alterando en sus fundamentos, la naturaleza de gran parte de la actividad económica. Es previsible por ejemplo, que los bancos desaparezcan, y las nuevas monedas digitales llenarán las necesidades de particulares ecosistemas de usuarios y proveedores. Los servicios bancarios serán ofrecidos mediante plataformas on-line, sin costos administrativos, llevando ello a tasas de interés de cero e incluso negativas. Igualmente preparémonos a la desaparición de numerosos supermercados y un nuevo sistema de distribución basado en una parcelación del mercado segmentado y un gusto de consumo individualizado. Cuanto más diversa o diferenciada se hace una sociedad, más se modifican las condiciones sociológicas y económicas locales, más rápidos se hacen los cambios y más variación existe de un momento a otro. Esta sociedad post-industrial produce bucles de retroalimentación de alta diversificación y aceleración.

Históricamente, la economía y las características del Estado político han dependido de la forma de producción y distribución de energía (bienes y servicios) e información dentro de un lugar y tiempo determinados. Las energías renovables alternativas y la sociedad en red que están llevando a una economía de coste marginal cero, incidirán indudablemente en el paulatino decrecimiento del Estado tradicional que conocemos y una producción cada vez más limpia -en relación a la producción de entropía-, y más abundante y barata. Podemos, a partir de ello, prever cambios profundos en las relaciones de poder, en las relaciones familiares e intergeneracionales, en la distribución de la riqueza, en la producción diferenciada y personalizada (en lugar de la producción masiva), en las formas de trabajo y empleo, en la naturaleza y el carácter de las empresas, en el uso de los tiempos de ocio, en los sistemas de salud , de la educación ( que dejará de ser masificada y orientada a crear la fuerza laboral del industrialismo), en la demografía, en la distribución territorial de la población, y consecuentemente en los sistemas políticos y de sus actores clásicos como los partidos y los poderes del estado, etc.

Todo ello en un tiempo mucho más rápido que lo que imaginamos.