Un día, en la urgencia del Hospital de Quilpué

Por Dolores Pizarro Vidal

Luego de las declaraciones del Ministro de Salud Jaime Mañalich, en un matinal de T.V., respecto a la Salud en Chile en el que señala: «Nuestro sistema salud es uno de los mejores del planeta” no me queda, aunque sin conocerle, definirle sólo con una palabra “soberbia”… y ¿qué es la soberbia? Nada menos que uno de los pecados capitales o también llamados vicios, a los cuales la naturaleza humana está básicamente impulsada. Y se llaman capitales porque generan otros pecados, otros vicios…

El pecado de mentir por ejemplo, u omitir también, en este caso porque no hay un conocimiento de causa real. Pienso que esto demuestra la causa raíz de los problemas sociales en el mundo. “No ponerse en los zapatos del otro”. Sería un buen requisito inicial que cada servidor público además de que fuera del área según a la Cartera que fue designado, como requisito para los Secretarios de Estado, vivir desde las bases el servicio, solo así convendrían ser aptos para representar las necesidades sociales, ente caso en salud sus prácticas y carencias.

Justo se consideraría entonces que el Ministro de Salud fuese médico de turno en un hospital público por un día, de preferencia la Posta Central o la periferia de Santiago. Ciertamente él ya lo hizo cuando realizó su residencia en el Chile antiguo, pero no estaría demás actualmente, y por qué no también como un paciente o usuario. Esto le daría los fundamentos necesarios para validarnos a un nivel planetario, asignándonos un descomunal estándar.

Injusto es no confesar que hemos avanzado, y no distinguir a los que construyeron antes, profesionales que estuvieron detrás, como es el caso de la Escuela de Salubridad de la U. de Chile y la Fundación Rockefeller, entre otros. También las mejoras en política públicas, tecnología, investigación científica, infraestructura, etc., pero hay algo que he visto no ha mejorado y es tan y más importante aún: la olvidada “empatía”, aunque éste es un tema que no se ha “tratado”, refiriéndome en el sentido que los médicos en Chile – y no todos- porque existen muchas excepciones, y curiosamente según los ciudadanos, la generalidad de los médicos extranjeros quienes han conseguido palear la falta de profesionales en los servicios (SAPU, SAMU, urgencias, etc.), en el contexto de la atención pública , poseen una actitud humana y se han bajado del pedestal de “dioses” en el trato con los pacientes y sus acompañantes.

Desde la vereda que en lo personal me ha tocado vivir, y la innumerables vivencias compartidas con otros compatriotas en las salas de espera de los Hospitales públicos de Santiago y también en Región, que me permiten ser la voz de los que no tienen mi pluma para emitir sus descontentos, sus humillaciones, la indolencia, y todo lo que ocurre en un hospital en Chile, donde además está prohibido pedir o exigir una explicación profesional, al contrario las personas se sienten discriminadas y acalladas al respecto toda vez que es sancionado por el personal de salud, si se intenta siquiera registrar evidencias desde fotografías o audios con lo que ocurre dentro de los hospitales.

Desde que la salud se privatizo, el sistema ha consistido en un tremendo fracaso, en todos los sentidos. Transformándose no solo en un tema de, presupuesto, infraestructura, gestión. Así lo comprobé en situ, en la urgencia del Hospital de Quilpué. Quede tan impresionada; una sala de espera muy moderna, televisión Led grandísimo sobre la oficina OIRS, asientos nuevos de metal, baños limpios con jabón, y papel higiénico, guardias de seguridad en todas las puertas de acceso – cual Banco Internacional- (todo esto ocurría a una semana del estadillo social en Chile) en fin… imagine que por dentro la sala de urgencia sería igual ¡cual fue mi sorpresa al encontrarme, a los hospitalizados en las sillas de los pasillos de emergencia, sillas sucias y quebradas, no habían camas ni camillas suficientes. Imposible entender y solicitar asistencia, o entender algo si los auxiliares se paseaban cual fiesta, con una música del horror que salía de los nuevos parlantes, de un lugar a otro. Todo esto, en la mínima empatía ante los enfermos o aquellos de nosotros que necesitábamos asistencia, información e insumos. De hecho ante los vómitos de los enfermos, las auxiliares acercaban los contenedores de basura ¡que horror! mientras afuera unos tremendos afiches muy bien enmarcados por el Ministerio de Salud, explicaban los derechos y deberes de los pacientes.

Mi madre una anciana de 89 años, postrada, en es estado de salud grave, hecho notorio aunque no fueras médico, fue ingresada a éste servicio tres veces, y tres veces dada de alta. Estas fueron las esperas del terror, primero para que a ella como a 60 personas o más, que rotaban según la hora del día y que estaban en las mismas condiciones fueran primero ingresadas, para luego pasar por otra oficina para la toma de signos vitales, incluso aquellos que estaban moribundos y por último la llamada a la “sala” de urgencia, y allí esperar en la moderna sala de espera. Estas etapas pueden significar una espera desde el ingreso a la salida con suerte, 6 horas hasta 24 horas mínimo (contado el pernocte de los acompañantes) para que además (como fue nuestro caso) sin diagnostico claro y eficiente. La segunda etapa de estas urgencias continúa con que tendrás información solo a punta de seguir al médico que “tocara” en el turno, por todo el hospital incluso a la sala de operaciones, pidiendo información, luego esperar una cama para hospitalización, y si requiere cirugía, la espera puede ser días, meses y años. Como ha sido el caso de miles de chilenos que han fallecido esperando su lugar en la lista, como si su enfermedad pudiera esperar…

Las políticas públicas en salud indudablemente deben mejorar. Aumentar el presupuesto para lo importante; camillas, ambulancias, insumos, medicamentos, etc., supervisión integral de la gestión, mejorar la espera vs./horas en las etapas de identificación (información, síntoma diagnostico y tratamiento) intervención, hospitalización, cirugías, etc. Identificar el tema real del recurso de profesionales médicos, (1.500 de ellos dejan el Servicio Público) pero que esto no signifique crear solo incentivos económicos, medida que solo empeora la calidad. Hay que buscar asesorías externas y expertas que perfilen profesionales de la salud con vocación de servicio, criterio y sentido común y por sobre manera humanizar a la nueva casta de “médicos” por egresar. Recordarles en sus aulas académicas que son parte de las “Ciencias de la Salud” y que deben sustentar el juramento Hipócratico que realizan al egresar de su carrera, que dice:

Extracto Juramento Hipócratico:

…”Juro por Apolo el Médico y Esculapio y por Hygeia y Panacea y por todos los dioses y diosas, poniéndolos de jueces, que este mi juramento será cumplido hasta donde tenga poder y discernimiento.

…No operaré a nadie por cálculos, dejando el camino a los que trabajan en esa práctica. A cualesquier casa que entre, iré por el beneficio de los enfermos, absteniéndome de todo error voluntario y corrupción, y de lascivia con las mujeres u hombres libres o esclavos….”

Y volviendo a nuestro sistema de salud en Chile, todo empeoró cuando sutilmente se cambio la palabra de “paciente por usuario”. Los ciudadanos se niegan a ser usuarios, quieren ser “pacientes” (en el primer sentido etimológico de la palabra) ´patiens´: sufriente, sufrido. Con dolor y malestar”, que sufre, que está frágil e indefenso.

En conclusión lo que queda luego de la declaración de la más alta autoridad en salud de Chile, es pensar en ser un buen “paciente” (en el segundo sentido de la palabra) ´pati´: es decir TENER MUCHA PACIENCIA.