Hoy hemos votado, si lo hemos hecho, para evitar males mayores. Hoy hemos ido a votar para no perder más, no para ganar algo. Hoy nuestro voto ha sido reactivo, no constructor y simiente de una nueva realidad. Hoy hemos votado para no volver atrás, a los tiempos del oscurantismo, no para construir un futuro brillante.

El voto que vibraba se quedó en el pasado, en apoyo de proyectos que hoy están «callados» o que viven en una desadaptación creciente traicionando el espíritu que les dió origen. Esto, por cierto, mantiene paralelismo con las fuerzas sindicales que siguen moviéndose con la mirada puesta en tratar de «perder» lo menos posible, en lugar de comprender que el momento es otro y, por tanto, las causas y las reivindicaciones a defender son muy diferentes.

Hoy hemos vuelto a votar con el hartazgo de hacerlo cuatro veces en cuatro años y sin estar convencidos de ninguna de las propuestas que nos ofrecían.

¿Por qué afirmamos esto? Porque de fondo, fondo, hemos votado para que no avance el fascismo pero sabiendo que con ello estamos ayudando a sostener este sistema. Un sistema violento, en el que unos pocos deciden sobre la mayoría, por cierto, también dentro de las formaciones políticas extraparlamentarias.

No es necesario ahondar en esto respecto a las formaciones de «derechas» (nacidas para defender a quienes detentan el poder) ni de un partido socialista (PSOE) que con sus políticas a partir del Congreso de Suresnes defiende abiertamente y sin rubor los intereses de las grandes companys frente a sus ciudadanos, que niega el derecho a la autoderminación de los pueblos, que utiliza la fuerza policial contra la población, que privatiza los servicios públicos… entre otras muchas medidas contra las personas.

Nos referimos tanto a formaciones de «izquierdas» que nacieron o se salvaron «in extremis», gracias a movimientos como el 15M, a cuyos principios han traicionado reiteradamente, como las autodenominadas «progresistas», cuyo mensaje se ha quedado en un descafeinado «venimos para desbloquear».

Unos, otros y todos se han olvidado de temas tan importantes y vitales para la vida (aunque todos se presenten como «verdes») como defender bien alto en campaña -por ejemplo- el desarme nuclear (algunos lo llevan en su programa pero ni una palabra de ello públicamente), o una renta básica universal e incondicional que permitiría que toda la población tuviera condiciones de vida digna (todos siguen mintiendo y prometen una renta que es para pobres, en realidad, o juegan a decir que se discutirá sobre el tema). Nos queda claro que el interés fundamental son los votos y los asientos, no la gente y los problemas más graves que tenemos y que tienen que ver con la supervivencia.

No entraremos en lo extraordinario que resulta que las cabezas visibles sean hombres en la mayoría de las formaciones y que las «segundas» sean mujeres, cuando en sus programas se declaran, como uno de los primeros calificativos, feministas.Un elemento más que nos resuena a oportunismo.

Pero, ahondando en el titular de esta nota ¿Por qué decimos que seguimos votando al sistema, a un sistema violento en el que una minoría se ha apoderado del todo social? Por muchas otras razones además de las anteriores, pero nos centraremos en una de ellas. Porque también estas formaciones, que rompieron el bipartidismo y que nacieron al calor del Movimiento de los Indignados, en cuyos principios declararon haberse inspirado, muestran igual funcionamiento que el resto de partidos. Además de rodearse de «amigos» (algo que los empobrece definitivamente y pone una condición difícil de superar en momentos posteriores), internamente funcionan en anillos, un pequeño anillo prácticamente hermético de dirigentes afines, que decide, y un gran anillo que sigue poniendo entusiasmo y trabaja cada día, sin que tenga poder de decisión.

Se argumenta que no da tiempo a discutir en profundidad y votar listas o programas, pero esto lo que demuestra es que podemos decir de ellos lo mismo que del resto: «¡Lo llaman democracia y no lo es!«, o reclamarles la misma reivindicación a nivel interno, que sacó a la población española a la calle aquel 15 de mayo de 2011: queremos «¡Democracia Real Ya!«, y que a muchos nos permitió vivir que otro mundo es posible.

Esa justificación de falta de democracia y construcción interna, por la urgente necesidad de resultados electorales, de lo que habla es de una mirada cortoplacista, de falta de visión de proceso y de la réplica de modelos verticales y patriarcales, lo que nos permite afirmar que una vez más, en esta democracia formal, no teníamos otra opción que votar sistema… si es que hemos votado.

Y ¿Por qué reclamarles a los partidos políticos democracia interna? Porque si no existe adentro, no tienen cómo proyectarla afuera, en las políticas que defiendan y cuyas consecuencias nos afecta a todos.

Tal vez, haya que ir pensando en otras formas de relación social y otros modelos organizativos que partan de una visión diferente del ser humano.