Si la imagen física para la gran mayoría de las personas es importante, para los adolescentes es motivo de obsesión. Da igual cómo se llamen o dónde vivan. Aunque vivas en el Puerto, que a uno le rapen la cabeza a la fuerza duele

Por Gabriel Barba

Desde hace meses en el Centro de Realojo Temporal La Esperanza rapan con máquina el pelo de algunos de los chicos que ingresan allí. Ni se hace siempre, ni se hace con todos. Principalmente se hace con chicos que no residen en el Centro y que son detenidos por algún ente policial. Si se trata de un protocolo de salud pública, nadie les ha explicado que el corte a la fuerza cumpla tal función, y explican que algunas veces se lo hacen y otras no.

Esta semana las redadas policiales han interceptado a decenas de menores. La asociación Maakum, que acompaña a estos jóvenes que viven en la calle, se ha hecho eco en sus redes sociales de la indignación y la impotencia de estos chicos. Algunos de ellos relatan que el miedo a perder su cabello es uno de los múltiples motivos por no querer “subir a La Esperanza”.

Además de la violencia con la que viven este corte de pelo, que la sienten como un ataque a su dignidad, les identifica, les marca y les estigmatiza a ojos de aquella parte de la población que rechaza su presencia en las calles de Ceuta.

En otras épocas se ha asimilado que la rapada de pelo es un atentado contra la dignidad de la persona. Durante el franquismo, algunas mujeres veían desaparecer su melena como una forma de “humillar, vejar y marcar”.

 

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