Tal como en tiempos no tan remotos, en los más diversos países se vivieron olas dictatoriales, transicionales (hacia la democracia), hoy parece que se estuviera ingresando a una nueva tendencia nacionalpopulista.

Batista en Cuba, Trujillo en República Dominicana, Pérez Jimenez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Somoza en Nicaragua, son algunos de los cabecillas de una ola dictatorial militar a mediados del siglo pasado. Tras todos estos gobiernos estaba el respaldo de una oligarquía que hacía la vista gorda ante las penurias que vivían sus respectivos pueblos. Dictaduras que no eran sino el aparato armado de los sectores más pudientes en sus respectivos países, y que contaban con la anuencia de USA, que se había erigido como el adalid de la democracia a nivel mundial. No meto en este saco a Perón en Argentina, porque su retrato no calza cabalmente con el de las dictaduras mencionadas.

En la década de los 50 y 60, los niveles de pobreza eran tales que la prédica marxista al influjo de la revolución bolchevique en Rusia, se hizo sentir fuertemente en el grueso de los países latinoamericanos, aunque sin la fuerza para acceder a las esferas de gobierno. A fines de los 50 con el triunfo de la revolución cubana al mando de Fidel Castro, alienta a las fuerzas de izquierda, pero sin lograr proyectarse mayormente. Las democracias se sostienen a duras penas, formalmente, con sus respectivos poderes ejecutivos, legislativos y judiciales de dudosas independencias en contextos de ebullición política marcados por aspiraciones de justicia difíciles de contener.

El desencuentro entre las demandas populares y la (in)capacidad del sistema social, político y económico para satisfacerlas, hacen crujir las frágiles democracias imperantes. Los poderosos sectores dominantes de lustrosos apellidos, no trepidan en invocar a las Fuerzas Armadas en sus respectivos países a poner coto al desorden que se estaba generando. Así es como desde la caída de Goulart en Brasil, las FFAA brasileñas dan inicio a una nueva ola dictatorial de corte militar. Ésta se caracteriza por la imposición de una doctrina de seguridad nacional fraguada en la Escuela de las Américas bajo la dirección de las FFAA de USA para extirpar el llamado “cáncer marxista”. Como un efecto dominó, Uruguay, Argentina y Chile caen en esta ola, de la que recién salen a fines de los 80, dándose inicio a lo que se ha llamado la fase de transiciones hacia la democracia, que no pocos dan por terminada, pero que para otros aún no ha concluido.

Hoy pareciera que estamos inmersos en una nueva tendencia cuyo perfil está en construcción, pero sus principales características están dándose a conocer. Una ola nacionalista, populista, derechista, ya no con las FFAA por delante, sino que por detrás, debido al desprestigio que dejó su paso por los gobiernos en los distintos países. Desprestigio ganado por la brutalidad de sus acciones atropellando los más elementales derechos humanos de sus conciudadanos, como por el reguero de corrupción efectuada no solo en su propio seno, sino que en prácticamente todos los ámbitos, sean estos políticos, religiosos, sindicales como deportivos. Se trata de una fuerza que nace como consecuencia de la incapacidad de los gobiernos para resolver las dificultades que plantea la actual realidad social, económica y política. Una tendencia no exenta de contradicciones, porque se postula como nacionalista, en circunstancias que sus principales líderes descienden de inmigrantes; con ribetes populistas pero cuyos impulsores tienen raíces en los sectores más pudientes, cuyo razonamiento es de causa-efecto sin matices y parcial ante desafíos complejos que ameritan un mayor desarrollo; y se postula como derechista porque prioriza, por sobre toda otra consideración, el orden y el derecho a la propiedad.

La tragedia radica en que al amparo de las democracias vigentes no pocos países están sucumbiendo a esta ola de la mano de siniestros personajes, entre los que destaca con luces propias Bolsonaro. Éste, sin pelos en la lengua, acumula una interminable cantidad de frases descalificatorias, propias de un anticomunismo que adquiere ribetes enfermizos, porque hace rato que el comunismo se batió en retirada, sepultándosele sin pena ni gloria.

Hagamos un esfuerzo para escapar de estas olas y ser dueños de nuestro destino a partir de un sistema capaz de priorizar la armonía con la naturaleza, para originar una ola humanista. Una ola en la que creamos firmemente en nosotros, en nuestra capacidad de reflexión, de decisión, sin dejarnos tentar por cantos de sirena.