Popularmente se dice que la única certeza que tenemos en la vida es que todos vamos a morir. Pero, en verdad, la muerte es un concepto con el cual vamos aprendiendo a convivir en el transcurrir de nuestra vida y superar el miedo a medida que nos aproximamos a ella es uno de los grandes desafíos de nuestra cultura occidental-materialista.

La certeza que realmente todos tenemos es que nosotros nacemos. Por más ingenua que pueda parecer esta afirmación, pensar sobre la forma de nacer nos lleva a pensar sobre la forma de vivir y consecuentemente sobre la forma de morir.

El nacimiento es la salida del nuevo Ser del cuerpo materno al mundo. Es el momento en que emerge el ser humano y en la mayoría de las culturas primitivas, el nacimiento tenía una característica ritual tan importante como la muerte. Los nacimientos eran acompañados por una serie de prácticas y rituales que preparaban a la madre, al padre y a toda la comunidad para recibir el nuevo Ser desde una perspectiva social, cultural, emocional y espiritual. Pero también es cierto que el parto, debido a que es una experiencia compleja con un importante aspecto y actividad biológica, algunos resultados no eran positivos y la muerte a menudo estuvo presente en estas experiencias.

Con el advenimiento de la modernidad, de la tecnología y de una cultura que buscaba la seguridad en sus procesos, desde 1970, en varios países occidentales, el nacimiento dejó la esfera en la que se encontraba y fue perdiendo la característica ritualista que tenía, adquiriendo importancia la garantía de la mayor seguridad posible en la intención de producir buenos resultados. El parto que solía tener lugar en el hogar pasó, en su mayoría, al ambiente hospitalario y, como todo lo que sucede en las instituciones hospitalarias, pasó a estar sujeto a rutinas y protocolos. La experiencia del parto y el nacimiento se vuelve entonces mucho más impersonal, menos íntima y menos individualizada. Es importante recordar que en el parto fisiológico, es decir, con las menos intervenciones posibles, la liberación de sustancias y hormonas se produce tanto en las mujeres como en los bebés que están relacionados por el vínculo, el amor y el bienestar.

Entonces, más recientemente, mujeres y hombres comienzan a querer regresar a esas experiencias de nacimiento, con la certeza de que con el avance de la tecnología es posible tener un mayor control sobre la condición física de la madre y el feto, de modo que el parto puede ser nuevamente una experiencia “completa”. Este movimiento se conoce como el movimiento de “humanización del parto y del nacimiento” y está presente tanto en las políticas públicas como en el sector privado de varios países occidentales.

Lo que este movimiento afirma es que el parto pueda seguir su curso natural en términos de ritmo, es decir, que no se tomen medidas para acelerar el proceso. Además, que sea respetada la fisiología del mismo y que los equipos de atención del parto estén preparados para apoyar a las mujeres en sus necesidades, por ejemplo, ofreciendo medidas de alivio del dolor, pero es la mujer quien decide qué se hará con ella y cómo se hará a lo largo de todo el proceso. Los procedimientos de rutina con los recién nacidos también son muy cuestionados, una vez que hoy sabemos que hay una «hora dorada», es decir, que la primera hora de la vida es esencial para que el recién nacido esté en contacto permanente con la madre para establecer el vínculo entre ellos. En relación con las intervenciones médicas, como la cesárea, son bienvenidas en caso de necesidad real.

Este “movimiento de humanización” lo observamos también con alegría en otro momento significativo: el fin de vida, la muerte. En los últimos años y al amparo de lo que denominamos Cuidados Paliativos y atención de “fin de vida” se vienen desarrollando y perfeccionando una serie de cuidados que dignifican y atienden a las personas en todas sus dimensiones.

Cuidados Paliativos -CP- son un modelo de atención que mejora la calidad de vida de los pacientes con enfermedades avanzadas de pronóstico letal y la de sus familias, por medio de la prevención y el control del sufrimiento con la identificación precoz, la evaluación y el tratamiento adecuados del dolor y otros problemas físicos, psico-sociales, existenciales y espirituales. Entre sus características principales podemos destacar:

– Proporcionan control del dolor y otros síntomas.

– Afirman la vida y consideran la muerte como un proceso normal.

– No intentan adelantar ni retrasar la muerte.

– Integran los aspectos psicológicos y existenciales de la atención del paciente.

– Ofrecen un sistema de apoyo para ayudar a los pacientes a vivir tan activamente como sea posible hasta la muerte.

– Ofrecen un sistema de apoyo para ayudar a la familia en su adaptación durante la enfermedad del paciente y el periodo de duelo.

– Utilizan el trabajo en equipo para satisfacer las necesidades de los pacientes y sus familias, inclusive con posterioridad a la partida, durante el duelo.

En todos los casos, la unidad de tratamiento es siempre paciente-familia-entorno.

La esfera de atención no solo se limita al malestar físico, sino que se trabaja con la persona en forma multidimensional, apreciando además la esfera emocional, social y espiritual.

Adecuado control de síntomas, control del dolor físico, tratamiento multidisciplinario, atención de la persona y su entorno significativo, herramientas para calmar el sufrimiento mental que surge en estas situaciones, ayudar a la reconciliación profunda de la persona consigo misma y con los demás y profundizar en la dimensión existencial-espiritual de quienes transitan el proceso de fin de vida se convierten en objetivos fundamentales de los tratamientos en Cuidados Paliativos.

Nacer y morir son dos momentos de gran significación personal y social que tenemos en común todos los seres humanos. Se observa con esperanza que, aunque sea lentamente e intentando superar muchas dificultades, en diferentes partes del mundo comienza a crecer una sensibilidad humana que se traduce en experiencias y prácticas multidisciplinarias que podríamos encuadrar como parte de un proceso por “humanizar la salud”. Es decir, integrar en la práctica clínica los aspectos que hacen a la interioridad y espiritualidad humana, entendiendo que solamente con una mirada y una atención que integre los aspectos físicos, psicológicos y espirituales estaremos dando respuesta a la totalidad de las necesidades de todo ser humano, y más precisamente en estos casos, a aquellos que transitan por momentos muy significativos como son los “umbrales” de sus vidas.