Por Monique Prada*

Navegar en ríos de estiércol virtual. Mi rutina actual gira en torno a atender un cliente y otro, unas pocas horas al día utilizando aplicaciones y el resto del tiempo, me revuelco en el lodo tratando de diseccionar algunas preguntas feministas sobre el trabajo sexual, mientras intento entender el motivo de tanto odio por parte de determinados grupos en relación a las trabajadoras sexuales que, con mucha dificultad, procuran organizarse.

Hace poco, encontré un artículo titulado “Si tú apoyas el trabajo sexual, no solo eres antifeminista, eres anti-derechos humanos”. Conociendo bien las cuestiones que tenemos que enfrentar; las prostitutas, como categoría laboral, y la dificulta e importancia de nuestra auto-organización, yo me pregunto, ¿a qué derechos humanos se refiere los derechos citados en este artículo? Con certeza, no a todos los humanos.

El artículo está escrito por Adele Asoski. No encontré casi nada sobre la autora en internet, de modo que pido mil disculpas por mi ignorancia. Sin saber con exactitud quién es esta mujer, de cualquier forma, osé en responder. Este artículo me golpea con violencia al igual que a mis compañeras prostitutas y activistas, mientras que nos tachan no solo como antifeministas, sino como enemigas de las luchas por los derechos humanos, dos temas que no son muy reverenciados.

Quiero comenzar diciendo que no me identifico con el feminismo liberal, y tampoco podría. Soy parte de la clase trabajadora de este país, y es con las luchas de las clases trabajadoras con las que me identifico. También quiero reafirmar que no considero que ni la prostitución ni ninguno de los trabajos posibles para mujeres de mi clase social y de mi misma formación académica, son empoderadores. Tal vez esto ni siquiera sea una cuestión para mí. Es necesario admitir que pensar en el trabajo como una herramienta de empoderamiento no es exactamente una opción para las clases menos acomodadas ¿no es así? Escribo un poco sobre esto en mi libro “PutaFeminista”, a partir de mis experiencias dentro del prostíbulo, de modo que no conviene que me extienda en el tema por este medio, sería como andar en círculos. Pienso que tampoco hay espacio para enlistar la inmensa variedad de trabajos ejercidos por las personas con menos instrucción y más pobres, y discutir cuán empoderadores son cada uno de ellos.

En resumen, este punto está fuera de discusión. El hecho es que, sea o no una de las profesiones más antiguas del mundo, la prostitución tiene su lugar, y un increíble número de personas la ejercen, en su mayoría mujeres: cisgénero, transgénero, y muchas son pobres. Levantar la voz contra la lucha por los derechos de estas mujeres es, SIN DUDA ALGUNA, antifeminista y anti-derechos humanos. Punto por punto, puedo explicar los motivos que me llevan a creer en esto, contradiciendo el artículo en cuestión.

Quizás la autora no ha logrado entender esta experiencia porque no vive inmersa en esta puntual realidad. En su visión, posiblemente seamos seres inferiores que necesitamos con desesperación de su apoyo y de su feminismo para liberarnos del trabajo de burdeles y pasar con alegría a ser parte del digno ejercicio de limpiar su casa y las casas de sus compañeras de clase. Thank you, Miss Asoski, we don´t need to be save. We don´t want to be save (Gracias señorita Asoski, no necesitamos ser salvadas, ni tampoco queremos serlo).

No considero que ni la prostitución ni ninguno de los trabajos posibles para mujeres de mi clase social y de mi misma formación académica, son empoderadores. Es necesario admitir que pensar en el trabajo como una herramienta de empoderamiento no es exactamente una opción para las clases menos acomodadas ¿no es así?

Asoski pide que tomemos en consideración las características raciales de las feministas que están “defendiendo el trabajo sexual”, y las describe como mujeres occidentales, privilegiadas y blancas. Sorry, Miss Asoski, but… es muy evidente que, a partir de esta frase, que la señorita nunca se dio el trabajo de conocer los movimientos de defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales alrededor del mundo. Incluso yo, con tenacidad he sido “acusada” de ser rubia, universitaria, y de clase media alta, que no corresponde a este estereotipo. ¡Solo detente y mírame! Entiendo que sea incómodo para las personas como Miss Asoski y sus traductoras detenerse por un momento y dirigir su mirada púdica (SÍ) a una puta. En tal caso, realmente no me importa si no pueden mirarme. Vamos al próximo punto.

Las mujeres con menos opciones son las que están ejerciendo el trabajo sexual, como acertadamente dice Mackinnon. Son estas mismas mujeres con menos opciones que, estaremos barriendo las calles, empacando las compras, limpiando las heces de personas ancianas en asilos y cuidando a los hijos de la burguesía, mientras que nuestros hijos sufren por nuestra ausencia. No lamento enfrentarlos, pero lamento que no adviertan que la vida aquí abajo es dura, tal como les estamos contando. A algunas de ustedes tal vez les parezca que freír papas y preparar hamburguesas hasta el cansancio para calmar el hambre de un ejercito de adolescentes de clase media sin habilidades culinarias para preparar sus propios almuerzos es una elección totalmente libre y empoderadora. ¡Oh sorpresa! No lo es.

El punto importante a seguir reside en el hecho de que las malditas papas y hamburguesas sí están en venta. ¡Nosotras, las mujeres, no! Nosotras las trabajadoras sexuales, no lo estamos. Del mismo modo que preparamos emparedados, estamos prestando un servicio al vender sexo (hablando de manera superficial del trabajo que ejercemos). Salimos y regresamos con nuestros cuerpos íntegros. Quizás ustedes ni siquiera se han detenido a pensar como esta idea de la venta de cuerpos se deriva de un dogma profundamente patriarcal en el que no hay mujeres, ninguna mujer, que quede íntegra después del sexo. Necesitan dar o vender algo.

¿Por qué les conmueve tanto que intercambiemos sexo por dinero, y no les conmueve cuando intercambiamos nuestra habilidad de freír papas?

Sobre el poder coercitivo del dinero, él está también ahí cuando frío papas. ¿Por qué les conmueve tanto que intercambiemos sexo por dinero, y no les conmueve cuando intercambiamos nuestra habilidad de freír papas? Es posible que ya hayan hecho cuentas y ¿ya repararon que de vez en cuando intercambiar sexo por dinero nos trae un mejor rendimiento que freír papas?

Les voy a dar una sugerencia, ustedes que están inmensamente preocupadas por este tema; convenzan a los lugares de almuerzo a que nos paguen por freír papas lo mismo que nos pagan por el tiempo de sexo. Eso sí podría tener un efecto sobre la prostitución; conviertan el esfuerzo brutal de freír papas hasta el cansancio en algo que compensa financieramente el trabajo sexual. Mejoren los salarios de las otras actividades precarias disponibles para nosotras, quizá sea algo que nos ayudaría a pensar en cambiar de actividad.

Porque, al contrario de lo que la autora quiere insinuar, nosotras no ejercemos el trabajo sexual porque fuimos abusadas en la infancia. Este no es nuestro terrible destino. ¡No señor!, veamos; el hecho es que la inmensa mayoría de las mujeres, inmensa, llega a la edad adulta habiendo sufrido abusos al menos una vez durante la infancia y/o la adolescencia, y la mayoría de veces dentro de sus hogares. Los números son absurdos, y no voy a poner aquí un número cualquiera, una estadística fluctuante, porque el tema es demasiado serio para estar jugando. Entonces pregunto ¿si hay un número flagrante de mujeres que sufren abusos durante la infancia y la adolescencia, por qué no todas las mujeres están ejerciendo la prostitución a la edad adulta? ¿En realidad sería el abuso infantil un factor para sentenciar mujeres a la prostitución? Esta es una falacia violenta…

La autora explica a partir de esta falacia que, no es posible que una actividad en la que el 70% de las mujeres involucradas hayan sido abusadas siga existiendo. Entonces, ¿podríamos decir, a partir de esto, que todas las ramas de trabajo están condenadas, debido al altísimo número de mujeres que hoy las desempeñan y experimentaron violencia en la infancia y adolescencia? No me parece en absoluto.

Tenemos un enigma para ustedes; si esta es la opresión, la opresión de haber sufrido abuso, la que está pariendo prostitutas, ¿porque hay tantas mujeres realizando actividades distintas a la prostitución? A esto no se lo llama “hecho”, se lo llama “dogma”, a esto se lo llama mito.

En cuanto a la coerción financiera, necesitamos hablar sobre la leyenda en la que la prostitución es la única opción disponible para mujeres en la pobreza. Además de la importancia de esforzarnos sin cesar y con todas nuestras fuerzas para eliminar la miseria del mundo, me pregunto por qué motivo veo mujeres en situación de pobreza realizando otras actividades, también opresivas, por supuesto, y me cuesta creer que alguien quiera convencerme de que ejercer trabajo doméstico o separar residuos reciclables son trabajos empoderadores. Aun así, a estas mujeres se les da la posibilidad de auto-organizarse en la lucha por sus derechos, como es debido. ¿Por qué deberíamos seguir persiguiendo a las trabajadoras sexuales que hacen lo mismo?

No hay la menor duda de que las feministas que intentan (intentan, pues estamos aquí, y seguimos siendo feministas) excluir a las prostitutas que no quieren ser “rescatadas” por el feminismo pueden llamarse SWERFs; y deberían porque son exactamente lo que el acrónimo dice. En realidad, no hay ofensa en el acrónimo, hay verdad. No me rehuiré en usarlo para hacerle frente a ese artículo tan violento, pero rechazo la acusación de que uso el acrónimo para desviar la atención del tema. No. Por el contrario. No hay como estar en contra de la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales sin adoptar una postura “radical” contra ellas. Necesitamos desmantelar la falacia contenida en la idea de que hay grupos “contra la prostitución, pero a favor de las prostitutas”. Estos grupos están de nuestro lado, sí, tal como lo está el pastor que ama al pecador, pero odia el pecado. Sus dogmas no cambian, su ceguera es severa. Sentencian a mujeres a la exclusión, la clandestinidad, y al estigma social.

El artículo cita el suceso en el que países donde el trabajo sexual es legal hay más mujeres ejerciendo la prostitución, incluso migrantes. Ahora, si hoy en día hay más mujeres que ejercen la prostitución donde es legal, cualquier persona con el más mínimo sentido común entendería que esto sucede porque actuar dentro de la legalidad vuelve a la actividad más segura. La legalización no tiene como objetivo extinguir la actividad.

Considerando los países donde es ilegal, como Tailandia, donde también el número de mujeres en la prostitución son muy elevados (a pesar de la ilegalidad). La criminalización de la prostitución en ese país hace que incluso la atención médica básica sea más difícil, ya que la criminalización impide a las mujeres portar preservativos, usados como EVIDENCIA de prostitución.

En cuanto a las ETS, que se aborda de forma estúpida en el artículo, debo decir que sí, en teoría somos una comunidad más vulnerable que la de ellas debido a un mayor número de compañeros sexuales. Sin embargo, cabe destacar, que en conjunto con la comunidad LGBT, fueron las prostitutas las grandes responsables por contener la primera epidemia de VIH en el mundo, educando a sus clientes y evitando que padres de familia traigan enfermedades a sus hogares. Ustedes, esposas, hermanas, hijas de estos hombres, nos deben mucho por este trabajo de educación preventiva. Trabajo impulsado por los gobiernos, sí, y hecho para preservar la salud y vida de ustedes, personas “decentes” que nos atacan. Para mí, está bastante claro que, si solo las prostitutas corrieran el riesgo de infectarse, al estado no le importaría una mierda (necropolítica). La vida de algunos grupos no tiene ningún valor, ni para el estado ni para ciertos segmentos del feminismo.

Monique Prada, trabajadora sexual, feminista, activista por los derechos de las prostitutas. Coeditora del proyecto MundoInvisivel.ORG, una de las fundadoras de CUTS— Central Única de Trabajadoras y Trabajadores Sexuales. Hoy es parte del Grupo Asesor de la Sociedad Civil de la ONU: Mujeres en Brasil.


Traducción del portugués por Erika Rodriguez

El artículo original se puede leer aquí