Hay una isla en el Mar Egeo Meridional que, hasta hace unos años, sólo era conocida como destino turístico, luego fue el «Hotspot» o el Centro de Recepción de Refugiados que fue ignorado, y luego, últimamente, llegaron los medios de comunicación.

Los medios de comunicación llegaron para contar las historias de lo peor de la humanidad, los daños infligidos a los seres humanos, por los seres humanos. Para explicar las horribles condiciones de vida, la dependencia de tiendas de campaña en lugar de refugios adecuados, las largas colas para acceder a los alimentos, las limitadas instalaciones de lavandería, las ratas, las serpientes, la violencia de género y los inodoros y duchas rotos, nunca suficientes inodoros y duchas.

A lo largo del día, un altavoz emite instrucciones que se pueden escuchar no sólo en el Centro de Recepción, sino también en el viento que sopla sobre la ciudad circundante. Instrucciones para recoger un código de barras que le permita unirse a otra cola para recoger sus tres comidas al día, cada una de las cuales puede llevar muchas horas. O instrucciones para asistir a su próxima reunión, o para advertir de incendios que estallen en el espacio circundante, un espacio donde la gente vive en tiendas de campaña, sin alojamiento adecuado, o debidamente protegido del fuego, de las serpientes o de la deshidratación causada por el calor.

Esto es lo peor de la humanidad.

Sin embargo, dentro de este espacio hay una segunda historia. Una historia de miembros de la comunidad de refugiados, que cada día ofrecen sus propias habilidades, su propia amabilidad y su propia generosidad de corazón, para trabajar como voluntarios en una de las ONG de la isla. Que trabajan como traductores, que cocinan comida para otros, que hacen té, que proporcionan un espacio agradable y acogedor para escapar del Centro de Recepción, que apoyan las clases de música, de fitness, de yoga, de inglés, de griego, que lavan la ropa de otras personas. Gente que está atrapada en el limbo esperando un proceso de asilo que mantiene a la gente en una isla durante meses, durante años. Estas personas ofrecen esperanza a los demás, un lugar para venir, una cara sonriente, apoyo lingüístico en una reunión legal o con un equipo médico, proporcionan apoyo a personas que de otra manera podrían estar luchando.

Se habla mucho de las organizaciones de voluntarios y de los voluntarios que vienen de todas partes del mundo para apoyar a los refugiados, pero no tanto de los propios miembros de la comunidad de refugiados que trabajan incansablemente para apoyar a los demás. Esta gente son lo mejor de la humanidad, atrapados en un espacio lleno de lo peor. Existe una gran dependencia del sector voluntario para hacer frente a esta situación, en la que el Estado y los actores internacionales han fracasado. En Grecia, en Italia, en los Estados Unidos, en todo el mundo se reúnen individuos y se forman grupos para llenar los vacíos que ni siquiera deberían existir.

Sin embargo, no deberían necesitarlo. En las fronteras de Europa se está produciendo una crisis humanitaria y un aumento de los partidos políticos, que en el mejor de los casos son apáticos y, en el peor, crueles. Los Estados, los agentes internacionales, los individuos, todos deben hacer algo mejor para combatir una situación que es cruel, injusta y que está traicionando a un gran número de personas que huyen de la persecución, el sufrimiento y la guerra. La búsqueda de asilo no debe prolongar el sufrimiento, sino ponerle fin. En la isla de Samos hay ejemplos de lo mejor y lo peor de la humanidad. Colectivamente, debemos seguir luchando por lo mejor y acabar con lo peor.

 

Traducción del inglés por Antonella Ayala