La comedia italiana de siempre. Ante la posibilidad de que la Comisión Europea inicie un procedimiento de infracción por deudas excesivas contra Italia, algunos políticos italianos han levantado la voz, golpeando la mesa con los puños, mostrándose a las cámaras como defensores inflexibles de las opciones italianas en materia presupuestaria. Muchos miembros del Gobierno juraron que no harían una maniobra económica correctiva, como pedía Europa. Por el contrario, el líder de la Liga, Matteo Salvini, ha relanzado la iniciativa diciendo que «la única manera de reducir la deuda es recortando los impuestos».

De hecho, entre bastidores del televisor, con las luces atenuadas y las cámaras apagadas, el Gobierno italiano ha atendido las peticiones europeas de corrección de las cuentas públicas. Así, el 2 de julio el Consejo de Ministros aprobó un proyecto de ley de ajuste presupuestario por un importe aproximado de 7.600 millones de euros, para reducir el déficit del 2,4 al 2% del PIB. Se trata de 6.240 millones de euros de mayores ingresos (2.900 millones de euros de mayores ingresos fiscales, 700 millones de euros de mayores ingresos por aportaciones, 2.740 millones de euros de otros ingresos corrientes y de capital), además de la congelación de 1.500 millones de euros de recursos disponibles (de hecho, un ahorro en el gasto).

Obviamente, uno puede o no estar de acuerdo con este tipo de medidas de gobierno, pero está claro que de hecho se han aumentado los impuestos para reducir el endeudamiento. A partir de estas cifras podemos medir la enorme distancia entre las proclamaciones y la realidad, entre la propaganda y la política actual.

Nando Pagnoncelli en su nuevo libro, «La Penisola che non c’è (La Península que no está ahí)», cuenta las muchas inconsistencias de nuestro país. Las principales causas son el desconocimiento de la realidad que nos rodea, debido a la decisión, cada vez más frecuente, de basar nuestra información en la inmediatez, en una necesidad de actualización casi compulsiva pero superficial, satisfecha por la televisión e Internet. Es evidente que, de esta manera, nos convertimos en presa fácil de noticias falsas y distorsionadas, y corremos el riesgo de perder credibilidad como pueblo y como nación.

Hoy, en un momento en que las comunicaciones fluyen a un ritmo imparable, la frase de Nicolás Maquiavelo parece aún más cierta: «Gobernar es hacer creer a la gente». En consecuencia, no podemos culpar a Demóstenes, un hábil orador, que dijo tres siglos antes de Cristo: «Nada es más fácil que engañarse a sí mismo, porque lo que todo hombre desea, él también cree que es verdad». También se aplica en política, especialmente en Italia.


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide