Desde un inicio se pudo constatar que el paro de los profesores no iba a estar exento de dificultades. En una primera columna afirmé que el diálogo con las autoridades gubernamentales iba a ser difícil, pero imprescindible. Siempre observamos a un Colegio de Profesores en disposición de sentarse a la mesa a conversar. No se vio igual disponibilidad por parte del gobierno, el que se abrió recién a la cuarta semana del paro al constatar la adhesión que lograba atraer el movimiento de los profesores y el rechazo a su propia conducta.

Iniciadas las conversaciones, el gobierno se allanó a abordar puntos accesorios, pero no los sustantivos, manteniéndose en su posición, particularmente, la de no tener los recursos económicos para satisfacerlos, en especial, aquel relativo a la deuda histórica cuyo origen se remonta ya a casi cinco décadas, cuando en 1974 se inicia un sostenido deterioro en las remuneraciones de los profesores, que se ven congeladas y reducidas en un contexto inflacionario, y se agudiza con el proceso de municipalización de la educación pública y la recesión económica a comienzos de la década de los 80. Este deterioro ha trascendido lo meramente económico-financiero afectando el valor que antaño la sociedad asignaba a la educación pública y a quienes cumplen un rol estelar en ella, sus profesores.

Todos los intentos por revertir este proceso se iniciaron con el retorno de la democracia, pero han sido discontinuos, parciales, marginales, siempre con la excusa, la permanente excusa de que no existen los recursos para financiar los gastos que involucra dejar atrás, de una vez por todas, la deuda histórica.

El Colegio de Profesores ha sido persistente y sus máximos dirigentes, a lo largo de todas estas décadas, han bregado al máximo en procura de resolver lo que es a todas luces injusto. Su dirigencia actual ha tenido una fuerte voluntad de diálogo, encontrándose con una débil respuesta por parte de un gobierno que parece apostar por el desgaste del movimiento.

Ahora se está en uno de los momentos más complejos, al tener que decidir los profesores entre deponer o continuar el paro. La decisión adoptada por las bases refleja cabalmente esta complejidad, al revelar una división que no deja de ser profunda. La de quienes apuestan al todo o nada, y la de los que privilegian hacer un alto en el camino, una suerte de repliegue, para respirar, para repensar, para recuperar fuerzas, para evitar el desgaste de un paro que se prolonga por más de un mes y que ya estaba mostrando signos de agotamiento. La votación alcanzada por ambas alternativas es ilustrativa de una fractura en partes prácticamente iguales que de hecho debilita a todos.

Continuar el paro en las actuales condiciones, con una mitad disponible para deponerla, lo debilita fuertemente. Es hora que los dirigentes que pregonan una y otra postura se reúnan y acuerden un camino que considere el sentir de las bases. En el minuto actual, este sentir pareciera invitar a deponer y continuar. Deponer por un período de tiempo, para unificar criterios, plantear propuestas de solución concretas a las autoridades, y luego de un tiempo prudencial, de uno a dos meses, en caso de no verse satisfechas las demandas básicas, continuar el paro.

A las negociaciones hay que ir con papel y lápiz en mano, sabiendo sumar, restar, multiplicar y dividir, sabiendo cuántos son los recursos involucrados y no olvidar cuántos son los recursos que se han llevado por fraudes, por sobresueldos, por gastos reservados, por nepotismos, por compras directas sin licitaciones. A eso hay que hincarle el diente, porque ahí están los recursos.