Los profesores chilenos se encuentran prácticamente un mes en huelga sin que se vislumbre solución alguna. Recién en la última semana la ministra de Educación, Marcela Cubillos, se ha dignado a reunirse con el presidente del Colegio de Profesores, Mario Aguilar. De mala manera Cubillos lo citó imprevistamente y todo indica que seguirán conversando, pero el paro no se baja hasta que los profesores no visualicen un camino de solución a sus demandas, una y otra vez pospuestas hasta el cansancio.

La ministra se ha resistido a dialogar por considerar que se trata de un paro con un claro tinte político e ideológico. Cuesta entender este argumento difícil de recoger sin definir estos conceptos. Cualquiera sea la acepción que demos a lo que entendamos por un paro político e ideológico, sin duda alguna la postura ministerial también lo es.

En democracia las distintas posturas no se imponen, se conversan, y lo que hemos podido observar en estas semanas es una suerte de ninguneo al profesorado, por parte del gobierno y de sus medios de comunicación, un propósito de desperfilar un movimiento cuya convocatoria y prolongación ha superado todas las expectativas. Ello explicaría el giro copernicano en la postura gubernamental de abrirse a sentarse a dialogar.

Las razones del movimiento descansan esencialmente en la persistente postergación de demandas que se arrastran desde tiempos del innombrable y de promesas que no se cumplen. Se busca el reconocimiento de una deuda histórica que se remonta al año 1974, cuando las remuneraciones de los profesores comienzan a disminuir significativamente, eliminándose su asignación profesional y rebajando el reajuste trianual que recibían. En 1981 se intenta compensar este deterioro por la vía de una asignación no imponible, y que por lo mismo afectaría sus futuras pensiones. Se asumía que cuando se municipalizó la educación pública se iba a reparar este deterioro a los profesores traspasados. Nada de eso ocurrió ni ha cambiado hasta la fecha.

Desde entonces son muchos que están esperando, y no pocos han muerto sin recibirla. Afortunadamente las nuevas generaciones de profesores no bajan los brazos en defensa de quienes solo piden lo que se les quitó en tiempos de dictadura y que a la fecha la democracia ha sido incapaz de responder positivamente. Mientras se afirma que no hay recursos, el país observa estupefacto cómo desde las más distintas esferas y al más alto nivel se defrauda al fisco en miles de millones de pesos.

Sobre la mesa, a lo anterior se agrega la necesidad de reconocer las horas fuera de aula que demanda el trabajo dando clases, esto es la planificación y preparación de las lecciones, la confección de las pruebas, sus evaluaciones. La falta de recursos para el mantenimiento de los establecimientos educacionales, los atrasos en los pagos de los sueldos, las permanentes evaluaciones a las cuales son sometidos, los cambios curriculares sin la apropiada participación de la comunidad educacional. En síntesis, hay cansancio, agobio, el que se ve agudizado por estar frente a un gobierno que mira al techo, que pareciera buscar el deterioro de la educación pública creyendo que ello será compensado con creces por la educación privada.

Frente a frente se encuentran dos personajes cuyas posturas los retratan de cuerpo entero. Por un lado, en representación del gobierno, se tiene a una ministra cuya ideología, historia, personalidad y postura tiene un fuerte sesgo autoritario, que pone todas sus fichas en la educación privada. Eso de abrir espacios de conversación sobre temas que supone zanjados, no le acomoda. Mal que mal, en sus tiempos mozos, para el plebiscito del 88 estuvo por el Sí, por la prolongación del régimen que encabezara el innombrable.

Al otro lado, luego de décadas de un Colegio de Profesores a cargo de dirigentes comunistas, por primera vez su referente máximo es un humanista, de tomo y lomo. En tal sentido, resulta lamentable que el gobierno y su ministra hayan estirado tanto la cuerda para sentarse a conversar con quien profesa un ideario humanista, cuya ideología pregona la paz, la no violencia activa, el entendimiento, el respeto por el otro, y que ha logrado concitar la adhesión de muchos gracias a su talante conciliador, no agresivo.

El gobierno debiera aprovechar la oportunidad de tener al frente a una figura respetada por sus bases y a quien solo le anima justicia, reconocimiento, valorización de la función docente, punto de partida indispensable para reconstruir la educación en Chile, no solo la pública.