Las mujeres que conforman la economía informal de Zimbabwe se enfrentan a grandes desafíos en medio de la crisis económica: la competencia por parte de las grandes empresas y la falta de infraestructura.

Por Sally Nyakanyanga 3 de mayo de 2019 para openDemocracy

Caía la tarde en Harare, Zimbabwe, y Rudo Kabete, de 35 años, se sentó al lado de más de 50 mujeres que vendían productos artesanales similares. Ella había perdido toda esperanza de realizar cualquier venta ese día.

Cuando una mujer blanca entró en el cálido y abarrotado mercado en el centro de la ciudad, Kabete corrió hacia ella, tomándola de la mano y llevándola a su mesa.

«Tengo la mejor calidad para usted, señora; estos trajes estampados africanos, animales hechos de madera, bandejas de madera y collares y pulseras africanas, son todos para usted», dijo, registrando su primera venta en tres meses.

Kabete inició su negocio para mantener a su familia. Como secretaria general de una cooperativa llamada Lugwasyano (Tonga para «ayudarse mutuamente»), ella anima a las mujeres a trabajar juntas en lugar de competir en la venta de sus productos.

Fundada en 1987 en una ciudad del oeste llamada Victoria Falls, la cooperativa está formada por más de 100 mujeres que venden artesanías en el comercio informal local.

«Nos unimos cuando nos dimos cuenta de que como mujeres estábamos sufriendo en manos de nuestros esposos y enfrentándonos a la misma situación», me dijo Kabete. «Nuestros esposos, después de haber cobrado sus sueldos o salarios, no traían ni un centavo a casa, y cuando uno preguntaba, nos daban una paliza».

La crisis económica de Zimbabwe, con el aumento de la inflación y el gran desempleo, ha puesto de rodillas a muchas de las empresas de mujeres de Lugwasyano. Ellas luchan por competir con grandes empresas bien establecidas, me dice Kabete, que tienen un acceso más fácil a los mercados, y mejor infraestructura.

Por el contrario, las mujeres de Lugwasyano tienen que vender sus productos en condiciones incómodas en lugares estrechos, lo que dificulta la posibilidad de quedarse en un solo lugar todo el día y atraer a los clientes.

«Luchan por competir con grandes empresas bien establecidas, que tienen un acceso más fácil a los mercados y una mejor infraestructura».

Las mujeres de Lugwasyano no están solas, la situación se repite en otros países africanos. Más del 90% de las mujeres que trabajan en África lo hacen en el sector informal, lo que significa que trabajan por cuenta propia en pequeñas empresas no registradas, que por lo general carecen de protección de los derechos formales y no gozan de condiciones de trabajo decentes, y que a menudo se enfrentan a la pobreza.

Es por esta razón que el movimiento mundial por los derechos de la mujer reconoce que para lograr el pleno empoderamiento económico, las mujeres necesitan tener control sobre los recursos económicos y el acceso a un trabajo decente, así como a una infraestructura de calidad que tenga en cuenta las necesidades de las mujeres y de los hombres.

De hecho, el tema de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas (CCM) de este año, que tuvo lugar entre el 11 y el 22 de marzo, incluyó un enfoque en la infraestructura sostenible para la igualdad de género.

Un informe de peritaje publicado en 2018, antes que la CCM, destacó la necesidad de que la comunidad internacional comprendiera mejor la naturaleza de la economía informal.

Las mujeres en África, decía, » comercializan dentro y delante de viviendas, al borde de las carreteras, en parques, escuelas y en el centro de los distritos comerciales centrales, ya sea en contenedores fijos o móviles y en unidades de exhibición”.

Por lo tanto, las ciudades africanas deben diseñarse de manera que se tenga en cuenta el comercio informal de las mujeres. La «insuficiencia actual» de viviendas, calles, mercados, agua, electricidad, vertederos y sanitarios reduce la productividad y la rentabilidad de los negocios de estas mujeres.

El desarrollo de la infraestructura figura en el programa de muchos países africanos, en particular por medio de la función de la Unión Africana, que trata de fortalecer los sectores del transporte, energía, agua y tecnología en todo el continente.

Sin embargo, muchos proyectos y programas de infraestructura son «ciegos a las cuestiones de género«, lo que significa que quienes se encargan de desarrollar nuevas infraestructuras no tienen en cuenta las necesidades y experiencias de las mujeres, lo que perpetúa el limitado papel que desempeñan en el sector no remunerado y en el sector no estructurado de la economía.

Isabella Ndolo, una activista por los derechos de las mujeres de Kenia, me dijo que las mujeres son las «conductoras» y la «columna vertebral» de las comunidades de toda África, pero que son dejadas de lado a la hora de discutir sobre qué infraestructura se necesita y dónde.

Las mujeres son las «conductoras» y la «columna vertebral» de las comunidades en toda África, pero que son dejadas de lado a la hora de discutir sobre qué infraestructura se necesita y dónde

Además, las mujeres rara vez son contratadas en el sector de desarrollo de infraestructura dominado por los hombres debido a la rígida percepción de los roles de género. «Necesitamos dirigirnos a nuestras jóvenes para la formación y el desarrollo de sus capacidades, en particular a través del aprovechamiento de nuestras instituciones de formación técnica disponibles en la mayoría de los países africanos», dijo Ndolo.

Cheikh Beda, director de infraestructura y energía de la Comisión de la Unión Africana (UA), me dijo que están empezando a involucrar activamente a más mujeres en sus proyectos de infraestructura.

«La participación de las mujeres no es negociable, especialmente desde el concepto, la selección de los programas hasta la ejecución y la puesta en marcha de los proyectos», dijo.

«Tenemos la intención de realizar grandes campañas de concienciación en todo el continente para involucrar a las mujeres, aunque es necesario que ellas se presenten más», añadió.

En Burundi, Catherine Sommer trabaja en una agencia que gestiona proyectos de desarrollo de la infraestructura del Banco Mundial. Afirmó también que «las mujeres tienen que ser más sonoras a todos los niveles, organizarse para asegurarse de que se pueden beneficiar de» estos proyectos.

«Tenemos que ser proactivas, demostrar que existimos, que estamos allí y que siempre estamos incluidas, sobre todo en los asuntos que nos afectan a nosotras también», me dijo.

Eso es precisamente lo que las mujeres de Lugwasyano están haciendo. Kabete describió cómo trabajan juntas para «desarrollarnos a nosotras mismas y a nuestras comunidades» para «satisfacer nuestras necesidades» en ausencia del apoyo de las grandes empresas y del gobierno de Zimbabwe.

La voluntad política parece estar presente desde la Unión Africana hasta la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer. Sin embargo, estos líderes necesitan escuchar las necesidades reales en cuanto a la infraestructura en la que las mujeres africanas trabajan en el sector informal. Solo entonces, las empresas de mujeres de Lugwasyano podrían prosperar.

*Este artículo es parte de una serie sobre los derechos de las mujeres y la justicia económica de 50.50 y AWID, que presenta historias sobre los efectos de las industrias extractivas y el poder de las empresas, así como sobre la importancia de la justicia tributaria para los derechos de las mujeres, las personas transgénero y las personas que no se ajustan a las normas de género.


Traducción del inglés por Rosalía Briones