Todo se va dando en un torbellino de sucesos. Esa velocidad nos impide ver la concatenación de hechos y la imposición de los medios de ocultamientos masivos con agendas superfluas, que nos tapan una realidad que aparece evidente.

La avanzada de las tropelías de Estados Unidos en la región latinoamericana se ha vuelto un ataque frontal a los organismos creados por los progresismos del continente para defender y aumentar las capacidades soberanas y de negociación frente a estos embates, hoy alimentados por muchos gobiernos entreguistas.

Venezuela no tiene más remedio que defenderse prácticamente sola frente a la complicidad de sus vecinos en la confabulación para sacar del gobierno a Nicolás Maduro. La OEA siempre fue un ariete de los Estados Unidos, pero bajo la conducción del uruguayo Luis Almagro, esa funcionalidad cipaya se ha llevado a límites insospechados.

Unasur ha sido desmembrada, vaciada de autoridad. La salida de Argentina que se concretó junto a la de Brasil, en realidad es la continuidad de la dejadez general y de la apatía de la mayoría de gobiernos, cada uno ensimismado en los frentes locales, que fueron perdiendo de vista la capacidad de responder colectivamente a los problemas. Las desapariciones de Néstor Kirchner y de Hugo Chávez no encontraron relevos de la misma talla.

Los acuerdos de Libre Comercio que perpetúan que los países del Pacífico le den la espalda económicamente a sus concontinentales, conllevan además políticas neoliberales extremas que van destruyendo todo lo público, no sin convulsiones políticas como en Perú o guerras internas como en Colombia o contra el pueblo mapuche en Chile.

La degradación del empresariado local abre las puertas al desembarco de las grandes empresas norteamericanos de reconstrucción y obras públicas, que habían estado ocupadas en Medio Oriente y África, pero que ahora quieren extender sus negocios, tras las campañas mediáticas y judiciales que han socavado a sus posibles competidoras y gobiernos díscolos a la extranjerización de la obra pública.

Nuestro continente sufrió una guerra mucho más sofisticada que los continentes antes mencionados, con una estrategia diplomática y de cooptación de cómplices a través de la extorsión y las prebendas derivadas de los servicios de inteligencia.

Fiscales y jueces suicidados o muertos en extrañas circunstancias, golpes de estado parlamentarios, acciones contra las monedas de los países y la infiltración de funcionarios y dirigentes que sirven a potencias o consorcios extranjeros se han vuelto habituales en América Latina. Presos políticos y empresariales para extorsión y que se cedan grandes obras de infraestructura a consorcios estadounidenses porque es un continente donde también se juega la guerra comercial entre los Estados Unidos y China, además de las tensiones geopolíticas con Rusia.

Esa guerra comercial que tiene al mundo convulsionado y que logró algo que parecía imposible, la alianza entre rusos y chinos, lo que termina de frenar la consolidación de los Estados Unidos como imperio global.

Los halcones de Washington continúan alimentando la intervención militar de Venezuela, para la que necesitan la complicidad de Colombia y Brasil, que parecen bastante dispuestos a ser la avanzadilla de la autodestrucción continental.

Sin embargo, pese a un futuro cercano de enorme incertidumbre, con el desembarco reciente de un hijo de genocida en la presidencia del Paraguay y un candidato maleable a USA en El Salvador, también se les metió por la ventana Andrés Manuel López Obrador en México. Y el país azteca tiene un peso propio muy grande en la región. No vaya a ser que se materialice un nuevo eje regional de resistencia junto a Evo Morales en Bolivia, un Uruguay que mantiene cierta dignidad, una Cuba reformista y la díscola Venezuela. Argentina tiene una chance de aportar un nuevo gobierno que se apoye en los vecinos para salir de la encerrona económica que ha confeccionado el gobierno de Mauricio Macri con la complicidad de amplios sectores empresariales y políticos que necesitaban destruir el empoderamiento popular generado por el gobierno de Cristina Kirchner.