La necrofilia es parte de nuestra historia: la masacre de 10 millones de indígenas, millones de negros, los pobres de Canudos, Caldeirão, Contestado, Pau-de-Colher, los coroneles del sertão*, llegan hoy a las bandas y milicias de la periferia urbana brasilera. Matar es constitutivo de nuestra historia.

Sin embargo, hay novedades. La liberación de armas aumentaría inevitablemente la violencia en la clase media, como sucede en Estados Unidos. Es literalmente una cultura de la muerte. Yo mismo he escrito un texto sobre este tema

No es adivinación, es lógica. Los únicos con poder para comprar armas son la clase media y los ricos. Así, la tendencia es que las masacres aumenten en los centros comerciales, escuelas, cines, teatros, plazas públicas, en definitiva, en los espacios ocupados por estos sectores de la sociedad. Sucedió en la Catedral de Campinas, ahora en una escuela de Suzano.

Los países más pacíficos del mundo son los que tienen las mejores tasas de educación, salud y distribución del ingreso, en resumen, los más civilizados. Donde reina la injusticia, reina la violencia.

Los rifles están mucho más en los condominios que en los barrios bajos. Tener armas poderosas y detentar el poder de matar, es privilegio de algunos.

La cultura de la muerte se ha extendido en la política, en las iglesias, en diversos sectores de la sociedad, en nombre de la seguridad e hasta de Dios.

En contraposición, hay sectores de la sociedad que defienden la construcción de una cultura de paz. Si existe una cultura de la muerte, es posible construir una cultura de paz.

La mejor obra de cultura de paz que conocí en estos largos años de viaje, tuvo lugar en la diócesis de Floresta, Pernambuco. Allí, una de las regiones más violentas de Brasil, en pocos años, un trabajo con unos ocho municipios que alcanzaban a más de 6000 maestros y más de 100.000 estudiantes, redujo las tasas de violencia en toda la región. El trabajo organizado por la Diócesis de Floresta y los Departamentos Municipales de Educación estudió los temas con los profesores, quienes elaboraron materiales didácticos que fueron re-estudiados transversalmente con los alumnos durante el año escolar. Hoy este trabajo se está replicando en la Prelatura de São Félix do Araguaia y se está retomando en la diócesis de Floresta.

Construir la paz es difícil, requiere que cada uno de nosotros sea el cambio que proponemos a los demás, requiere justicia social y respeto por la vida humana y todas las demás formas de vida. Una sociedad armada será represiva, policíaca, militarizada, pero no pacífica.

Hay posibilidades reales de una cultura de paz, pero Brasil –a partir de su presidente– prefirió la cultura de la muerte. Es inevitable: quien siembra viento cosecha tempestades.


* Zona agreste, mediterránea, en el interior de Brasil.