Hay gente que primero te dice una cosa y luego hace otra. Hay gente que trata de joderte cuando puede. Hay personas que reclaman derechos que ya han negado a otros. Hay personas que esperan más atención de los demás y luego se resienten. Hay gente que se siente culpable pero no lo demuestra. Hay personas que están llenas de contradicciones y que no lo admiten.

Creo que todos podemos identificarnos un poco y todos podemos reconocer cuando otros lo hacen, pero al final seguimos dándoles el voto, financiándolos con nuestros ahorros, comprando para ellos, pidiéndoles permiso, viviendo con ellos, considerándolos como personas. Pero no a los drogadictos, ellos pierden su dignidad como seres humanos ante la mirada de juez de la sociedad y, a menudo, ante su propia mirada y la de sus seres queridos.

Hace dos días, de camino a casa, después de ver la película sobre los últimos siete días de la vida de Stefano Cucchi, intenté definir qué sentimientos había despertado. Esa visión, con una sencillez desgarradora, saca a la luz una realidad escalofriante desde el punto de vista humano y existencial. Miedo, culpa, humillación y un profundo, profundísimo prejuicio. Los que consumen drogas, así como otras categorías de personas que ahora están en aumento, destacan el hecho de que este modelo de sociedad neoliberal occidental, individualista y productivista, no funciona. Su promesa de felicidad es tan falsa como la promesa de las drogas. Y luego, el poder legalizado, para defenderse y borrar esa evidencia, adopta las modalidades de las organizaciones criminales: intimida, humilla, chantajea, reprime y castiga. Y por lo general queda impune. Pero no esta vez. Esperemos que no.

Así que traté de imaginarme si todas las drogas, blandas, duras, químicas y naturales, fueran legales en todas partes. Como el alcohol, por ejemplo, que provoca un buen número de muertes al año, incluidos los accidentes y las enfermedades relacionadas con su consumo. Anduve pensando en el negocio farmacéutico con los productores de sustancias psicotrópicas y, por qué no, con los narcos. Con el tiempo, podrían concebir nuevas estrategias para atacar el mercado mundial de forma legal, a la luz del día y con transparencia. Quizás los precios bajen, los estados ganen un poco más con los impuestos sobre esos productos, los médicos tengan que mostrar todos los nombres de posibles enfermedades para justificar el uso de sustancias ahora etiquetadas como criminales, como la cocaína, la heroína, las metanfetaminas, el cannabis. Se crearán nuevos productos y se anunciarán en los medios de comunicación. ¿La gente tomaría menos sustancias? Tal vez lo haga. Tal vez al principio habría una euforia general, pero luego, como ocurrió en los Países Bajos cuando se legalizó el cannabis, el fenómeno retrocedería y se normalizaría (1). Sin embargo, la gente continuaría buscando esas endorfinas en las sustancias que este modelo de vida no es capaz de producir naturalmente en nuestras glándulas. Para eso necesitamos más, necesitamos un nuevo horizonte, un horizonte de evolución y esperanza que debe construirse con actos de coherencia y solidaridad en la vida cotidiana. El pensamiento, cuando está en sintonía con el sentimiento y la acción, produce en nosotros sustancias que son capaces de hacernos sentir fuertes, con una fuerza que no se puede describir bien. Cuando logramos tratar a los demás de la misma manera que nos gustaría que se comportaran con nosotros, esa fuerza se intensifica y sale de nosotros, nos hace sentir unidos con otras personas.

Si las drogas fueran legales, el problema del consumo de drogas probablemente no cambiaría mucho, pero la despenalización pondría al descubierto una realidad a la que todavía no se quiere hacer frente. Vivimos en una sociedad que está enferma. El demonio de la tristeza se ha apoderado de las mentes de mucha gente y no puede imaginar el futuro.

Y tal vez Stefano Cucchi sería visto con menos desprecio e indiferencia. O tal vez no, pero estaría más cerca de los sentimientos de todos y la legalidad eliminaría el riesgo de que acabaran en la cárcel, en manos de algún enfermo como ellos, pero con el uniforme y el poder para ejercer la violencia.

(1) http://www.ecn.org/hemp/Legislazione/Fenomeno.htm#15

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez