Las desafortunadas declaraciones de Donald Trump lleva a que quienes participan de la caravana de migrantes que van camino a los Estados Unidos deban aclarar a cada momento que entre sus filas no hay ni maras, ni delincuentes, ni terroristas.

El diario mexicano La Jornada sigue los pasos de los viajeros, que buscan atravesar los casi 4000 kilómetros que separan la frontera sur de México con Tijuana, en el borde con los Estados Unidos.

“Los caminantes del éxodo centroamericano llevan en los pies calzado de pobres: sandalias, tenis, crogs de hule. Casi nadie va con botas de suela gruesa. Cargan en su mayoría una cobija por familia, mochilas y carriolas de segunda mano para los bebés”, explican en una de las crónicas.

Para luego explicar que duermen en el piso, a la intemperie, que no tienen duchas, que comen lo que hay y a deshoras. Que desahogan sus necesidades donde pueden y que entre el asfalto y el sol, sufren unos calores agobiantes.

Lo único reconfortante son las manos solidarias que no faltan a su paso, para contrarrestar las diligencias gubernamentales que los maltratan allí donde los cruzan.

“Así como van, difícilmente van a llegar”, pronosticó el presidente Enrique Peña Nieto, que desde su gobierno declaró ilegal la caravana.

Las sospechas los acompañan a lo largo del camino, si los financian unos u otros, si son utilitarios a la campaña antiinmigrantes de Donald Trump o buscan desestabilizar al gobierno mexicano. Muchas hipótesis, pero lo cierto es que el pueblo hondureño vive años de horrores y no necesitan incentivos externos para buscar mejorar su situación particular.

“De acuerdo con el Informe Global sobre Desplazamientos Internacionales del Departamento de Estado, a finales de 2017 habían salido de sus lugares de origen 435 mil centroamericanos del llamado Triángulo del Norte. A simple vista, los hondureños cubren la mayoría de esta cuota desde hace años, específicamente desde 2009, cuando se consumó un golpe de Estado en Tegucigalpa con la bendición de Barack Obama”, expone La Jornada.

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