En la mañana del 10 de septiembre de 2018, mi hijo, que ni siquiera tenía cuatro años, tuvo que sufrir la humillación de ser separado de sus compañeros de preescolar, gracias a una orden dada por el director de la escuela a la maestra. Aunque estábamos en regla con todos los documentos pertinentes, como exige la ley de vacunación obligatoria y la circular de la Región de Piamonte, tuvimos que sufrir este abuso, por lo que presentamos una denuncia ante la Fiscalía de Ivrea.

Lo que sigue es una carta que quería dedicar a mi hijo, en relación con este absurdo asunto.

Nunca más podré sacar esa imagen tuya de mi corazón y de mis ojos, aislado en el gimnasio de la guardería, lejos de tus compañeros de clase. No puedo y no quiero, más bien, mi intención es tener esa imagen siempre viva, porque representa la síntesis de todos los sufrimientos experimentados por los niños, hijos de una sociedad que no tiene piedad de ellos.

Tú también eres una pequeña víctima del miedo que impregna nuestra sociedad en todas partes, de la ignorancia, de la insensibilidad y de la necesidad de evitar la responsabilidad. ¿Qué mejor que forzar el aislamiento de un niño que no se puede defender? ¿Qué mejor oportunidad para aterrorizar a los padres? Pero esta vez el coche se atascó, el sistema se encontró con una anomalía incómoda: ¡dos padres que se opusieron, que no se doblegaron y que hicieron valer sus derechos! Entonces, la mentira se encontró con el valor de la verdad. Es una verdad simple: cuanto menos temes, más obtienes. Es una verdad que parte de lejos y que habita en los corazones de todos los que sienten, como propios, los sufrimientos del mundo y se hacen cargo de ellos. Una actitud que no permite el aliento de la indiferencia y que exige afrontar cada injusticia con el máximo compromiso, tanto el propio como el de los demás.

Hay que tener mucha fuerza para hacer frente a esto. No debemos ceder ante la desesperación y la frustración, que siempre ha generado contradicción y, por tanto, violencia. Tuviste la suerte de nacer en un momento de oscurantismo, que anuncia el inevitable fin de la prehistoria humana; un fin que, gracias a las nuevas generaciones encarnadas por ti, ilumina una nueva luz y una nueva forma de entender la existencia.

No me sorprende lo que ha ocurrido, cómo una profesora cariñosa y profesional puede transformarse, de la mañana a la noche, en una figura que, siguiendo órdenes, participa en tu aislamiento. Cómo un director no se toma cinco minutos para ver una ley en un momento tan particular. Cómo una institución como la escuela italiana primero hace alarde de intenciones de acogida e integración y luego saluda con tanta suficiencia el antiguo esplendor del apartheid y del segregacionismo.

No, cariño, no estoy exagerando. No estoy tratando de tirar gas al fuego. A veces es necesario, aunque duela, llamar a las cosas por su nombre, para que el eco de la vergüenza llegue lejos, a lugares remotos donde otros puedan hacer suya nuestra indignación y convertirla en una condición permanente de fuerza.

¿Quién sabe si algún día aquellos que están perpetrando tanta injusticia y dolor podrán encontrar algo de paz? Eso espero, porque no debe ser fácil vivir con una carga de contradicciones tan pesada como la de ellos. Sí, quiero decirte que, más allá de esa imagen de tu soledad, llevo otro peso en mi corazón: la soledad de tu maestra, la soledad del director, la soledad del ministro, la soledad de todos los que señalan con el dedo y no hacen otra cosa que alimentar a la bestia que, algún día, los devorará.

Mira, tengo mucha ira dentro, pero no estoy resentido con nadie. Esta es la diferencia, este sentimiento que todavía me permite tener las puertas del futuro abiertas y la fuerza para luchar un día más. El odio es mortal, el odio es miedo, el odio es el arma de los tontos, es a quien se venden más fácilmente para conseguir su venganza, para lavarse de todo dolor. No es así, recuerda siempre que no es así y que los caminos de la reconciliación conducen al triunfo de la vida, mientras que los del odio están generando monstruosidades, como la que permite, en el 2018 del siglo XXI, segregar a un niño en su escuela donde está regularmente matriculado.

Pero quiero decirles más: ¡ganaremos esta batalla por la dignidad! ¿Sabes por qué estoy tan seguro de mis palabras? Porque ya la hemos ganado, en el mismo momento en que dijimos NO, no les permitiremos ir más allá: más allá de la ley, más allá de la ética, más allá del respeto que queremos tener por nosotros mismos; más allá del vacío de ciertos actos que ya no tienen nada de humano. En el momento en que decidimos ir más lejos.

Y ahora, en el silencio de tu mar tranquilo, en la respiración profunda del mundo que se mueve lentamente en el ritmo inevitable de lo nuevo que vendrá, te pido que me ayudes y me des la fuerza para protegerte cada día de los males de la vida y darte amor, confianza en ti mismo y en los demás y entusiasmo por las cosas que, poco a poco, irás construyendo.

Estoy seguro de que esta experiencia que estamos viviendo sólo fortalecerá nuestra unión, nuestros sentimientos y nuestras convicciones. Nada puede detenernos si nuestras acciones van más allá de nosotros mismos, si nuestras intenciones gritan muy fuerte el nombre de la humanidad redescubierta, si cada palabra que decimos, somos capaces de honrarla con una acción coherente.

Ahora te abrazo con toda la fuerza que puedo, seguro de que tus manitas de hoy sabrán que mañana, una vez que sean grandes, devolverán algo de justicia a este mundo enfermo.

Tu padre

Ivan

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez