El populismo está al alza de la mano de la polarización política, económica y social. Es el arte del engaño, la explotación de las desgracias, de las desigualdades y la mala educación. Por lo mismo suele ir de la mano del nacionalismo.

El populismo surge en tiempos de turbulencias de todo orden, política, económica, social, científico-tecnológica y existencial. Es alentado desde las sombras por siniestros personajes al amparo de discursos grandilocuentes, de frases para el bronce, pero muy especialmente de la incapacidad de gran parte de la población para discernir, reflexionar, analizar críticamente lo que ocurre. Personajes que actúan como pastores que conducen a sus rebaños al matadero sin que estos lo perciban. Ejemplos tenemos por doquier en el pasado y también actualmente, aquí en Latinoamérica, y donde quiera que vayamos.

Latinoamérica desde sus tiempos de independencia, ha experimentado oleadas de populismo. Los hay de derechas y de izquierdas, su común denominador es lo mencionado más arriba: la explotación de una crisis mediante el sacrificio de una o más generaciones por la vía de una oferta quimérica, que no especifica metas ni plazos.

En Europa, la construcción de la comunidad europea, surge a partir de las cenizas dejadas por la segunda guerra mundial a la que fue conducida por el nazismo y el fascismo a nombre de la superioridad racial. Hoy, esta Unión Europea se encuentra en jaque como consecuencia de los populismos y nacionalismos que están resucitando en los distintos países bajo el pretexto de los flujos migratorios, del desempleo y las dificultades de los gobiernos y los partidos políticos tradicionales para abordarlos.

En USA, Trump es la mejor expresión de un fenómeno que se apoya en lo peor del ser humano: el odio, la expulsión, el exterminio de quien es distinto, de los que no piensan como uno. Un inmigrante que toma la bandera del levantamiento de muros físicos, legales y arancelarios para frenar la inmigración.

Populismos y nacionalismos que se alimentan de las lacerantes, persistentes y crecientes desigualdades que las dirigencias empresariales, sindicales, políticas y profesionales han sido incapaces de reducir, junto con la apatía de muchos que se resisten a participar ante la ausencia de liderazgos creíbles y confiables.

Tras los populismos que están entrando en escena hay fanatismos, fundamentalismos y dogmatismos que creíamos haber superado. Sin embargo, por lo que observamos a escala mundial, parecen retornar en todo su esplendor. Así parecen señalarlo los resultados de las últimas elecciones que se han estado registrando en los más diversos países. De fuerzas marginales se están convirtiendo en actores relevantes capaces de inclinar la balanza a uno u otro lado.

No obstante lo expuesto, confío en que más temprano que tarde este proceso se revierta de la mano de lo mejor de cada uno de nosotros. Próximamente, en Latinoamérica, tendremos una prueba de fuego en las elecciones presidenciales que tendrán lugar en Brasil.