Toda vez que en nuestra región han soplado vientos de cambio, ha sido porque los pueblos convergieron en una misma aspiración histórica: la búsqueda de la soberanía política y económica que nos permita desarrollarnos sin renunciar a nuestras raíces ni al paradigma de solidaridad que caracteriza a nuestras culturas. Así fue como a principios del milenio en varios países los pueblos apoyaron gobiernos que, con mayor o menor éxito, buscaron avanzar en esa dirección transformadora.

Y toda vez que en nuestra región han soplado los destructivos huracanes del neoliberalismo, ha sido porque los intereses mezquinos del poder económico han logrado controlar el poder político, mediante estrategias regionales pergeñadas desde los centros de poder del Norte. Así fue como en las décadas de los 70 y los 80 sufrimos las dictaduras militares más sangrientas, que impusieron las recetas neoliberales mediante la fuerza bruta, destruyendo vidas y derechos. Así fue también cómo en los 90, a partir de la caída del socialismo real, convencieron a las poblaciones de que había una verdad única, y había que someterse y resignarse a avalarla en las urnas.

Hoy nos encontramos frente a un nuevo desafío, porque el mismo autoritarismo del poder económico que otrora se impusiera mediante las armas, ahora lo está haciendo a través de una siniestra troika conformada por los medios de comunicación, el poder judicial y sus socios políticos, funcionales a su estrategia de destruir cualquier fuerza política que se les oponga y encarcelar a sus líderes. Todo bajo el mentiroso manto de la “legalidad” de una cruzada contra la corrupción. Desde luego que corrupción ha habido entre muchos funcionarios y empresarios, pero la búsqueda selectiva de corruptos del bando enemigo, la proliferación de causas puramente mediáticas, las prisiones preventivas sin pruebas ni condena, y la judicialización arbitraria de cualquier medida política tomada por los gobiernos anteriores, expone claramente el afán persecutorio.

No es casual que a Dilma la hayan derrocado mediante un golpe institucional acusándola de haber maquillado el presupuesto, porque nunca pudieron acusarla de corrupción. Tampoco pudieron demostrarle nada a Lula, y sin embargo mantienen encarcelado a quien encabeza las encuestas de intención de voto, adjudicándole un apartamento que nunca fue de su propiedad. Tampoco es coincidencia que ahora persigan a Rafael Correa, por una absurda acusación de haber ordenado un secuestro en Colombia. Y ni hablar de la estigmatización mediática del Kirchnerismo en Argentina, donde los medios de comunicación condenan y los jueces encarcelan, mientras todos los miembros del actual gobierno siguen fugando dinero a paraísos fiscales, sin que la justicia repare en ellos. Obviamente lo que se busca es proscribir a Cristina Kirchner, y demonizar a toda su fuerza política. Y no nos sorprendería que en cualquier momento la prensa boliviana vuelva a inventarle algún otro hijo a Evo Morales, para luego encontrar jueces que lo persigan.

Nada es casual, son los nuevos vientos del norte que están soplando, buscando perpetuar el neoliberalismo en la región, mediante la proscripción de toda fuerza política que se les oponga. Y todo esto es muy delicado, porque cuando el autoritarismo acorrala a los pueblos, la impotencia se puede transformar en violencia como ya ha pasado. Cuando el poder económico se apoyó en los militares para anular la voluntad popular, tarde o temprano surgieron grupos armados que respondieron a la violencia con violencia. Hoy han reemplazado a los militares por el poder judicial, que opera impunemente sin tener que rendir cuentas al pueblo y puede perseguir y encarcelar a quien le dé la gana. Por ahora el apoyo mediático intenta darle legitimidad a su accionar ante la opinión pública, y los políticos mantienen la formalidad de un sistema democrático, pero cada vez son menos creíbles. Las políticas neoliberales son tan funestas para la población, que no hay forma de mantener la mentira mucho tiempo. Por eso necesitan que el poder judicial se convierta en represor y disciplinador de la política. Pero ese nivel de arbitrariedad y autoritarismo, tarde o temprano puede generar reacciones violentas, y entonces subirán la apuesta y apelarán nuevamente al aparato represivo policial y militar como en los 70.

Por todo esto es necesario tomar conciencia de que hoy la forma de neutralizar al autoritarismo no es ni la trampa de la violencia ni la trampa de la democracia formal. La resistencia de las poblaciones se debe organizar mediante herramientas de lucha no-violenta, a través de movilizaciones, huelgas, desobediencia civil y un boicot total a los grandes medios de comunicación. Las alternativas políticas para que el pueblo recupere el poder, se deben construir sobre cimientos de democracia real, y no detrás de liderazgos personalistas que sean blanco fácil para los dardos del enemigo. El enemigo es el poder económico y fundamentalmente el capital financiero internacional que se está adueñando de todo; los políticos que hoy lo representan, no son más que títeres ocasionales.

Y será precisamente en la construcción de esa organización de la gente, que se podrá simultáneamente ganar fuerza para la resistencia no-violenta a la opresión, y alcanzar la masa crítica para recuperar el poder en las urnas. Hoy las tecnologías de la comunicación facilitarían enormemente el ejercicio de la democracia real, y ese es el camino para renovar la política y empoderar a la gente, para luego avanzar hacia una reforma constitucional que siente las bases de un nuevo paradigma de República. Una República en la que los funcionarios no se empoderen sino que sean simples mandatarios del pueblo, que mantendrá el poder real y su capacidad para revocar sus mandatos. Una República en la que los jueces dejen de ser una élite aristocrática, para pasar a ser elegidos y revocados por el pueblo. Una República en la que los medios de comunicación no tengan poder de manipulación. Una República en la que la economía deje de ser el valor central, para abrirle espacio al Ser Humano y su Futuro Infinito.