Digámonos la verdad: el aire que hoy atraviesa nuestro país no es bastante. Parece que de repente Italia se ha llenado de gente reaccionaria, racista, por lo menos intolerante a todo lo que huele remotamente a solidaridad, altruismo o empatía hacia aquellos que viven en peores condiciones que las nuestras. Además, muy a menudo son precisamente aquellos que critican todo esto los que se expresan de una manera más o menos explícitamente pesimista, como si todo esto fuera un destino irreversible. Lo que falta, en pocas palabras, es la única actitud que podría cambiar las cosas: la rebelión contra el destino aparente.

Después de todo, ¿qué es el destino? Si hiciéramos un análisis retrospectivo de las diferentes fases que decreta un destino determinado, como si estuviéramos ante una especie de película, descubriríamos que la primera fase se refiere a las «creencias», aquellas creencias tan profundas que a menudo están ocultas a la conciencia. Pero las creencias pueden ser reveladas porque se convierten en «pensamientos». Y los pensamientos muy a menudo se convierten en «palabras». Pero las palabras que realmente cuentan son las que se convierten en «acciones». Entre todas las acciones hay algunas que se convierten en «hábitos» y son precisamente estos hábitos los que constituyen la base de los «valores». Al final, ¿en qué pueden convertirse los valores sino en «destino»?

Así que a eso nos referimos cuando hablamos del destino. De algo que surge en primer lugar de las creencias y luego, si las creencias cambian, diferente será el destino mismo.

Por ello, el destino de los nuestros, como el de todos los países, no es irreversible, sino sólo aparente. Porque todo lo que tienes que hacer es cambiar tus creencias iniciales.

Pero, ¿por qué se desarrollan ciertas convicciones que determinan el destino aparente de todo un pueblo? Probablemente, una parte considerable de la gente está atravesando una profunda crisis psicosocial al mismo tiempo, lo que puede traducirse en algunas creencias con un sabor inequívocamente negativo:

– «sentirse desesperado», es decir, creer que los objetivos deseados no se pueden alcanzar, debido a lo cual, lo que se hace ya no es importante, por lo que no hay diferencia si se hace o no se hace algo, ya que todo está fuera de control y te sientes como si fueras sólo una víctima;

– «sentirse impotente», es decir, que los objetivos deseados podrían alcanzarse, pero crees que no pueden lograrse;

– «No sentirse digno», es decir, crees que no mereces alcanzar las metas deseadas.

Si todo parte de este tipo de creencias, el destino adquirirá una apariencia coherente con ellas.

He aquí, entonces, la rebelión.

La rebelión contra el destino aparente se traduce en algo que puede cambiar estas creencias en uno mismo y en los otros.

Por eso la esperanza nace ahora y no mañana. Porque el camino está ahí y sólo tienes que empezar a andar por él.

He aquí, pues, la rebelión contra el destino aparente, si en el cuestionamiento y en el cambio de las creencias que le dan forma nos acercamos, nos unimos y pronunciamos las palabras correctas y luego ponemos en marcha las acciones correctas y los hábitos correctos que se convertirán en los valores correctos en los que basar dicha rebelión.

Carlo Olivieri, médico psiquiatra, Partido Humanista

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez