Conversando en Berlín con un amigo, le consulté por su posición política respecto de la actual canciller de Alemania, Angela Merkel. Me dijo que no había votado por ella. No dejó de extrañarme, haciéndole ver mi admiración en virtud de su postura frente a un tema candente como es el de la inmigración, resistir las presiones por sumarse a las políticas antiinmigratorias de otros gobiernos europeos. Sí, me respondió, su postura en esta materia es intachable, pero no olvidemos que Alemania se encuentra entre los 5 países mayores exportadores de armas, junto con Estados Unidos, Rusia, China y Francia.

Esto último no deja de ser una contradicción cuando los mismos países son quienes están en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, organismo creado después de la Segunda Guerra mundial con el propósito de promover la paz en el mundo. Lo expuesto da cuenta de la hipocresía imperante en el ámbito político internacional. Mientras los dueños de las empresas fabricantes de armas de los mayores países exportadores se enriquecen, los países que más compran se desangran en guerras que los empobrecen más y más.

Otros países que destinan una importante proporción de sus recursos a la compra de armamentos, lo hacen bajo el argumento de la necesidad de aplicar políticas nacionales de defensa disuasivas. Los que más necesitan para la educación, salud y previsión, terminan destinándolos a financiar a sus Fuerzas Armadas. Éstas, tal como lo demuestra la historia de América Latina, han terminado por disponer de un poder político que ni siquiera las transiciones democráticas han sido capaces de desmontar como es debido.

Actualmente, el tema migratorio está condicionando la política alemana produciéndose una primera crisis en la coalición gobernante, gatillada por la postura antiinmigratoria de uno de los tres partidos de gobierno, la CSU (los otros dos son la CDU y el SPD). Esta posición de la CSU, así como la creciente oposición que está enfrentando Merkel al interior de su propio partido, la CDU, se explica por la gangrena que se está produciendo con el crecimiento del AFD, una fuerza populista de ultraderecha y que se asocia a los neonazis, quienes alimentan la xenofobia y el populismo. Hasta la fecha, no sin grandes esfuerzos, Merkel ha logrado sortear las dificultades que la realidad actual plantea.

Alemania y Europa en general, deben entender que el flujo migratorio no es por azar. Nadie se va de su país, de su hogar, por voluntad propia. Lo hace escapando de guerras, pobrezas, persecuciones. Cuando el diferencial social, económico, cultural excede ciertos rangos, las migraciones son imparables. La historia así lo señala. Mal que mal, todos somos hijos de migrantes. Incluidos quienes proponen restricciones que sus propios antepasados habrían sido incapaces de sortear.