De pronto, todas quieren endilgarse el rótulo de feminista. Desde   Sheryl Sandberg de Facebook a Ivanka Trump, una cantidad sin precedentes de mujeres de alto perfil corporativo se declaran públicamente feministas. Da la impresión que el mercado está colonizando los temas feministas.

Es cierto, identificarse como feminista no solo se ha convertido en materia de orgullo sino que sirve como capital cultural para las estrellas de Hollywood y para las celebridades musicales por igual, tanto es así que la nueva “f-word” [eufemismo de fuck] inundó literalmente los medios sociales y la difusión masiva. Meghan Markle, la novel princesa feminista de Gran Bretaña, es el ejemplo más actual de una larga lista. No sorprende que “feminismo” haya sido la palabra del año Merriam-Webster (Merriam-Webster’s word of the year) en 2017.

Sucede, entonces, que el movimiento por la igualdad de género se va entramando cada vez más con el neoliberalismo, movilizando al feminismo para cumplir fines políticos y resaltar valores de mercado. Sin embargo, y al mismo tiempo, una forma diferente de feminismo empezó inesperadamente a ganar popularidad. A raíz de la elección de Trump y la reaparición del sexismo sin culpa en la esfera pública, una nueva ola de militancia feminista masiva surgió en el escenario político, el cual intenta ir más allá de la simple identificación para facilitar el cambio social.

El resurgimiento de protestas y movilizaciones feministas de gran magnitud, como la Marcha de las mujeres y el movimiento #MeToo, sirven de enorme pasarela a la aparición de toda clase de invocaciones no opositoras de feminismo.

Feminismo neoliberal

Entonces, ¿cómo le damos sentido a este renacimiento feminista contemporáneo con sus manifestaciones tan distintas y conflictivas?

Durante la mitad de la década pasada, hemos sido testigos de la emergencia de una peculiar variante de feminismo, en particular en los Estados Unidos y en el Reino Unido, una variante que se apartó de los ideales sociales como la igualdad, los derechos y la justicia. A este le llamo feminismo neoliberal, porque reconoce la desigualdad de género (se diferencia del post-feminismo, que se focaliza en el “empoderamiento” y la “capacidad de elegir” de cada mujer, pero repudia al feminismo) y niega que las estructuras socioeconómicas y culturales modelan nuestras vidas.

Es precisamente de esta clase de feminismo que informan los manifiestos mejor vendidos, como Lean In de Sheryl Sandberg, en los que las mujeres son personas completamente aceleradas, en continua auto-optimización y empresarias.

Sí, el feminismo neoliberal podría reconocer la grieta de género en el salario y el acoso sexual como señales de constante desigualdad. Pero las soluciones que plantea eluden las realidades estructurales y económicas subyacentes de estos fenómenos. Incitando incesantemente a las mujeres a aceptar toda la responsabilidad por su bienestar y su cuidado personal, el feminismo neoliberal por último dirige su discurso a las clases media y media-alta, borrando de un plumazo a la vasta mayoría de las mujeres. Y dado que su información proviene de un cálculo de mercado, no se interesa ni en la justicia social ni en la movilización masiva.

Con el surgimiento del feminismo neoliberal, que alienta a las mujeres a centrase en ellas mismas y en sus propias aspiraciones, resulta más fácil popularizar, enmarcar y vender al feminismo en el mercado. Esto es así porque encaja casi a la perfección con el capitalismo neoliberal. Este feminismo es también descaradamente excluyente, en su discurso abarca solo a las que se les llama mujeres con aspiraciones. De paso, cosifica el privilegio de clase y el ser blanco, y la heteronormativa, prestándose no solo a la agenda neoliberal sino también a la neoconservadora.

Nada tiene este feminismo que ponga en peligro los poderes.

El feminismo desafiante

Uno de sus efectos no intencionales puede sin duda constituir una amenaza. Precisamente porque el feminismo neoliberal facilitó la visibilidad global y la adopción de la “f-word”, simultáneamente pavimentó el camino de un movimiento feminista militante. Este movimiento promueve la movilización de masas para desafiar no sólo las políticas sexistas de Trump sino también la agenda neoliberal cada vez más dominante que pone la rentabilidad por sobre la gente.

Parte de la infraestructura para la reciente corriente feminista opositora ya estaba claramente instalada. No nos olvidemos que inicialmente #MeToo emergió como movimiento de las bases lanzado por la activista afroamericana Tarana Burke, hace unos diez años atrás y que viene a renglón seguido de otras movilizaciones, como SlutWalk, el movimiento transnacional que organizó protestas en todo el globo contra la cultura de la violación y la culpabilización de su víctima.

De todos modos, #MeToo pudo conseguir una fuerte adhesión en el mundo entero en este momento particular en la historia –con la elección y las políticas de Trump como principales detonadores– porque el feminismo ya se había hecho popular y deseable a través de Sandberg, Beyonce y Emma Watson, por nombrar unas pocas.

Ahora la pregunta urgente es, cómo podemos sostener y ampliar el renacimiento feminista masivo como resistencia y rechazar al mismo tiempo la lógica del feminismo neoliberal. ¿Cómo podemos mantener el feminismo como amenaza para las tantas fuerzas que siguen oprimiendo, excluyendo y privando del derecho a voto a segmentos enteros de la sociedad?

#MeToo ha desarrollado un trabajo cultural importante. Para destacar, expuso de qué manera el machismo satura nuestra cultura. En última instancia, no obstante, esto no será suficiente. Que se exponga no es suficiente para establecer el cambio sistémico.

Pero hay otros movimientos feministas que han emergido en estos últimos años. Feminismo para el 99 %, que ayudó a organizar la Huelga Internacional de las Mujeres, no es más que un ejemplo. Esos movimientos expanden significativamente el marco de género mediante la articulación y la protesta de las numerosas desigualdades que enfrentan las mujeres, las minorías y las poblaciones precarias de forma más general.

Esos movimientos feministas piden transformaciones económicas, sociales y culturales profundas, con la creación de visiones alternativas y de esperanza para el futuro. Y dado que actualmente el futuro se perfila muy sombrío para un número cada vez mayor de gente en el planeta, es precisamente este tipo de feminismo desafiante el que nos hace falta.

Catherine Rottenberg, Marie Curie Fellow in Sociology, Goldsmiths, University of London

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