Mientras escribo esta nota, los diputados discuten el proyecto de ley para despenalizar el aborto. Es un proyecto cuyo tratamiento se reclamó muchas veces antes, pero esta vez –¡por fin!– se lo discute y se vota.

Se llega hasta acá después de marchas numerosas a favor y en contra en todo el país; después de casi dos meses de audiencias públicas donde 738 personas presentaron a los congresistas sus argumentos en apoyo y en rechazo a la propuesta; después de que el tema obligara a los formadores de opinión, artistas, deportistas y etcéteras, a tomar posición públicamente. Obviamente se llega, sobre todo, después de una lucha fuerte y fraternal, sostenida durante mucho tiempo y contra toda marea, por los miles de mujeres que somos, como dicen las hermanas zapatistas.

Ahora la ley se está discutiendo y en los medios de difusión se explica una y otra vez que el resultado es incierto, que el número de los que apuestan por sí y por no es muy parejo, que unos tienen dos porotos más y otros dos porotos menos. Pero ya está. Cést fini. Esto no lo paran más.

De modo inevitable, esa acumulación silenciosa que era un secreto a voces creció y se convirtió en rumor, en murmullo, en ruido y hoy es un clamor cada vez más fuerte, totalmente imparable.

Saltó la barrera generacional y hoy las pibas adolescentes encabezan las marchas que antes encabezamos las veteranas. Y lo hacen como nosotras con convicción, pero además con un desparpajo y una alegría refrescantes que arrasa la solemnidad de los agrios. Saltó la barrera de género y hoy muchos (muchos) hombres se definieron clarísimos defensores de la ley y la reclaman solidarios. Saltó las dos barreras y hoy los adolescentes varones rechazan la discriminación de género y cambian el lenguaje para hablar «con la e». Saltó la barrera de los partidos, y ministros y legisladores oficialistas y opositores hacen causa común por la legalización.

Esto es imparable a pesar de que en la otra vereda militen los oscurantistas, siempre con su cuota de poder mal habido. Desesperados, han estado apelando a todos sus recursos centenarios: la mentira, la desinformación, el golpe bajo, la promesa de castigo con el puño levantado desde el púlpito, la amenaza. Tensos, enfurecidos, apretando los dientes, arañando las paredes, hacen berrinches y asisten incrédulos a los últimos días de su dominio sobre las conciencias. Los últimos, sí. Serán un mes o un año más o varios, pero mirados en perspectiva, se les termina la cuerda y nosotras (nosotres) festejamos.

En todo caso, eso tampoco importa ahora. Importa que hemos dado un paso gigante y no tiene vuelta atrás.

–“¿Y si la ley no sale?”
–“¡Te digo que sale! ¡Sale!”

–“¿Y si no?”
–“Y si no, arremetemos otra vez. Como siempre.”

–“¿Y el Senado?”
–“Ya veremos qué hacemos con el Senado. Al pescado se lo come por partes.”

Por ahora queda esperar hasta la madrugada a que terminen los discursos y la votación, la respiración contenida, el corazón en la garganta. Y después a reírnos como locas que somos, a llorar abrazadas si cabe y a prepararse para lo que sigue, que todavía queda tanto por ganar.

“Aborto legal, seguro y gratuito. ¡Que sea ley! ¡Que sea ley!”