El presente artículo tan solo quiere poner el acento, a raíz de la experiencia adquirida en la difusión de la RBUII, en algunas de las razones que dan lugar a los debates más encendidos.

Por Paco Vaquero

Dejo de lado aquellas propuestas de “rentas” que se cuelan, a la chita callando, en los debates sobre la renta básica, pero que nada tienen que ver con la misma. Es el caso de las llamadas rentas de inserción, mínimas, etc. y que tienen en común que no consideran la incondicionalidad, la individualidad, y la universalidad. O sea, ni son para todas y cada una de las personas, ni son para siempre.

Esta primera selección es, más que nada,  para que los árboles no nos impidan ver el bosque, y viceversa. Una cuestión de “higiene mental” si se quiere.

Así pues, en una primera -y única-clasificación considero:

1.- Los debates de “calculadora”, o sea aquellos que centran sus diferencias en la pregunta ¿de dónde saldría el dinero?.

2.- Los debates de creencias, o sea aquellos que centran sus diferencias en preguntas como ¿hay que trabajar para “ganarse” la vida?¿qué tiene que producir-si es que lo tiene que hacer- el ser humano? ¿la producción ha de ser para el bien común?¿es justo que sea para todas las personas?¿y que sea incondicional? ¿qué harían las personas? etc..

Por supuesto en los debates se suele hablar de todos los aspectos pero, como digo, esta clasificación sólo tiene el interés de aclarar. Vayamos pues al meollo de la cuestión.

Los debates de calculadora

Las ideas establecidas en el medio tales como: “los números no dan” “es insostenible” “hay lo que hay..” “hay cosas más urgentes- y por ello excluyentes- como la sanidad, la educación, las pensiones, etc, hacen que la primera pregunta sea:

¿De dónde saldría el dinero? Es una pregunta razonable que se esquiva, pero que en la mayoría de los casos, los detractores ya la dan por respondida: no hay dinero, y se acabó el debate.

Hay quienes creemos que sí hay dinero, y empieza el debate. Yendo a fuentes nada sospechosas de ser proclives a “veleidades” y echando un vistazo, con atención, a titulares del medio, nos encontramos con algunos ejemplos que muestran la contradicción “no hay/sí hay”:

Los humanistas sabemos que un número no es algo objetivo (afortunadamente) sino todo lo contrario, algo muy subjetivo, como todo lo humano. No es lo mismo dar 5 que recibir 5. El mismo número, distintas perspectivas: Si en lo personal, esto nos condiciona -dar o recibir- imaginemos lo que hace con las políticas económicas de los gobiernos, especialmente los más fieles al sistema cosificador capitalista. Por cierto, conviene que nos acostumbremos a llamarlo con más amplitud, precisión y profundidad: sistema antihumanista

Siendo sinceros, el personal de a pie está cada vez más avispado y, aunque no tenga los números delante, intuye que dinero hay de sobra.

Por otro lado, no entramos a valorar qué es lo que se esconde detrás del dios dinero y la “telaraña de creencias” que lo rodean. Al “poderoso caballero” se le toca las narices cada vez más – y con resuelta insolencia- con monedas y economías alternativas, demos, blockchain, etc.

De acuerdo, aún no desestabilizan al gran sistema mundial, pero antes del chaparrón, chispea. En todo caso, lo interesante no va a ser una sustitución de una moneda por otra, o incluso un sistema por otro, sino que esencialmente se caiga el mito, y el dinero deje de ser el centro de la vida personal y social para convertirse en algo totalmente accesorio.

Quienes defendemos la RBUII, independientemente del matiz sobre la forma de aplicación, sabemos que el dinero no es problema; que lo hay y en cantidad suficiente. Y esto no es una intuición sino que nos hacemos eco de rigurosos estudios hechos por especialistas que, esta vez sí, ven la economía como una herramienta al servicio de las personas.

En la discusión de los números más temprano que tarde, alguien dirá: “no se podrá hacer eso que dices porque no te dejarán los poderosos” -¡cáspita!-

Dicho lo dicho en los párrafos anteriores, cualquiera, sin hacer mucha cábala, puede desarmar los argumentos de cifras que nos ofrecen los agoreros especialistas. Por cierto, que siempre nos los muestran cifrados para que no se entiendan.

A futuro,  la aplicación de la RBUII ayudará a  bajar al dinero de su pedestal y  nuestro “centro de gravedad” se irá afianzando en otros valores intangibles, pero de una gran fortaleza y presencia en el sentido de nuestras vidas. ¿La economía colaborativa real? ¿La solidaridad entre los pueblos? ¿El cuidado mutuo? ¿El propio sentido de la vida, personal e intransferible?

¡Se verá!.

El choque de creencias

Pero otra cuestión es el debate de las creencias. Aquí hay que hacer un ejercicio de atención especialmente a las argumentaciones ya que, generalmente, los verdaderos motivos no suelen expresarse fácilmente. Es como los iceberg: solo vemos la punta, lo interesante está bajo el agua fuera de nuestra vista.

Los temores (¡cómo no!)

De entrada, sorprende encontrarse con una gran resistencia por ahora -no pierdo la esperanza de que esto cambie- en ámbitos progresistas tales como partidos de izquierda, sindicatos o movimientos sociales que, supuestamente, han enarbolado sus banderas en luchas por la igualdad y los derechos de las personas. Entendimos siempre que tales derechos eran para TODAS Y CADA UNA DE LAS PERSONAS SIN CONDICIONES PREVIAS.

Nuestra sorpresa viene dada porque en la RBUII la Universalidad, la Individualidad y la Incondicionalidad -como la sanidad y la educación- son su ADN. Y se ponen reparos ¡precisamente por esos motivos!

La argumentación es variopinta, pero apenas se “rasca” la primera capa de ideas, aparecen los verdaderos temores. En definitiva son eso:temores.

La mayoría de esas organizaciones nacieron en un medio social determinado y con un esquema de valores que, actualmente, está totalmente desvencijado y que ya cambió por completo. Sin embargo mantienen empecinadamente, con un ligero toque de barniz, sus posturas iniciales.

Personalmente creo que se debe más a una “inercia” a seguir en la linea argumentativa, que a una actualización de sus fundamentos. Estos últimos son de un mundo que ya no existe.

Pero profundicemos. Si un partido, sindicato o movimiento social hace del trabajo en sí mismo su valor fundamental,  valor que -cree- sustenta y da sentido a la existencia de las personas, permitiéndoles que estas desarrollen su proyecto vital, es totalmente coherente que presente resistencias a una propuesta que -cree- pone en peligro ese valor.

Se da así la contradicción de que se está poniendo la defensa del trabajo por encima de la propia persona a la que, se supone, va dirigida esa acción. Constantemente escuchamos decir a derecha e izquierda «Lo que España necesita es la creación de puestos de trabajo». Esto explica la ausencia de adaptación de las propuestas al momento actual.

Por ejemplo, el trabajo garantizado y la cualificación (nuevas tecnologías, emprendimiento, etc). Dichas propuestas funcionan como las “orejeras de los caballos” porque no dejan ver otras posibilidades y otros muchos cambios que, concomitantemente, están sucediendo. No decimos que no sean interesantes y necesarias pero tal y como se defienden y argumentan, limitan el paisaje,  limitan el futuro. No dejan ver, por ejemplo, el cambio en la concepción de lo que es trabajo, remunerado o no, de lo que es cualificarse y para qué se cualifica,  de qué se entiende por calidad de vida, o estado del bienestar, o más profundamente:  el sentido de la propia vida (¿y yo qué pinto aquí?).

Sucede que los humanistas tenemos como valor central al ser humano (¡es de perogrullo!) y no al trabajo. La condición de origen es bien diferente y, por tanto, el “ensamblaje” con otras propuestas ha de ser cuidadoso para no sacar conclusiones erróneas.

Si alguien cree que la RBUII se opone o dificulta a otras alternativas progresistas, es lógico que no busque la confluencia. Nosotros tampoco la vamos a forzar. Pero, tenemos verdadero interés en comprobar cuánto hay de cierto en esa aparente confrontación u oposición con otras propuestas. Habría mucho que hablar.

¡Bienvenido sea el diálogo!

Las igualdades

“No todas las personas tienen el mismo derecho a percibir una cantidad de dinero que les asegure una vida mínimamente digna, si ya gozan de una situación privilegiada. Primero, y exclusivamente, están los pobres y necesitados”

A primera vista, parece encomiable este criterio (sin entrar en las raíces filosófico-religiosas que pueda tener) pero, por la misma regla de tres, habría que eliminar del sistema  educativo del país, de salud, o  de pensiones, a aquellas personas que tienen recursos económicos suficientes para costearse esas necesidades.

De fondo, se consideran las circunstancias de las personas, más importantes que las personas mismas: de nuevo la contradicción. Y por esta misma razón, las actuales ayudas están ligadas a esas circunstancias y no a los individuos: Si se es pobre -¿quién dice cuándo se es pobre?- si se vive en familia, cuántos son, etc..

Los humanistas, insistimos, estamos en el lado diametralmente opuesto a este criterio porque partimos de que es el ser humano el valor central a considerar, a cuidar, a proteger. Y que todos los seres humanos somos iguales.

Ah claro ¡y nosotros también decimos que somos iguales! me han dicho en más de una ocasión.

Pero ¿en qué somos iguales? Este extremo (el de la igualdad) nunca se especifica y se suele dar por sentado que todos entendemos lo mismo y, claro, esto lleva a mucha confusión.

Hay quienes creen que somos iguales porque tenemos la misma cultura, o las mismas creencias, o somos del mismo país. Si preguntamos en nuestro medio inmediato, seguramente encontraremos muchas referencias sobre lo que se entiende por igualdad.

Pero eso nos pone en una situación en que hay muchos “tipos de igualdades”, o sea nos pone en una contradicción total con el propio enunciado. Como se suele decir: “unas personas son más iguales que otras”

Pues bien, el Humanismo Universalista considera que todos los seres humanos son iguales en el valor de su vida. La vida de un ser humano tiene valor y dignidad por el hecho de ser eso, un ser humano. Ya sea taxista, limpiadora, empresario, militar, religioso, o esté en la indigencia..

Como se ve, esta igualdad no está ligada a las pertenencias, las  capacidades, la cultura, religión, sexo, las creencias políticas o la orientación sexual y mucho menos a la situación económica. No hay que olvidar que nadie, absolutamente nadie, elige dónde nacer y en qué circunstancias hacerlo. Así pues, la vida de todos los seres humanos tiene el mismo valor. Coherentemente con esto, la RBUII ha de ser para todas y cada una de las personas.

La existencia: ¿a qué nos dedicamos?

Esto se pone interesante ya que entramos en la  existencia misma de las personas. “¡Algo tendremos que hacer en el mundo!” nos dicen. Los que tienen el trabajo como valor central tienen fácil la respuesta: ¡trabajar!..con todas sus consecuencias claro.

Entendemos perfectamente que si a esas personas les desaparece el pilar del trabajo como motivación de la propia vida, les produzca una fuerte sensación de vértigo ante el aparente vacío. Hasta ahora hemos hablado desde una perspectiva personal, pero no hay que olvidar que los seres humanos somos seres históricos y sociales. O sea, tenemos una memoria colectiva que nos permite mejorar nuestra calidad de vida apoyándonos en los avances de nuestros antecesores y que además, nuestro avance se ha multiplicado exponencialmente por el trabajo conjunto durante miles de años hasta llegar al momento actual.

Hacemos aquí una pequeña digresión: Es coherente concluir que nadie, absolutamente nadie, puede ser propietario de lo desarrollado por todo el conjunto. Esto incluye las patentes, la tecnología, la medicina, la arquitectura.. incluye lo natural y lo humano. La Humanidad entera es la heredera. Los humanistas lo expresamos así: “No habrá progreso si no es de todos y para todos”

Pero rebobinemos. Cada persona ha de ser dueña de su propio destino; ha de descubrir cuál es su sentido en la vida, y ha de responderse (o no) a las preguntas que considere fundamentales. Nadie puede escribir el guión de los demás.

Si creemos esto en profundidad, entenderemos que no se puede irrumpir, como un elefante en una cacharrería, diciendo: “ud tiene que hacer algo en el mundo: ud tiene que trabajar (como yo le diga) y eso es lo que justifica su existencia y es lo que le da derecho a vivir”. No hay mucha diferencia en esta visión, con aquella otra del medioevo que decía que el mundo lo hizo dios, y como tal es perfecto. O sea, que si eres pobre es porque él lo quiso y tienes que aceptarlo. Sí, suena fuerte incluso para los creyentes actuales, pero era lo que estaba socialmente aceptado. Y mejor era no salirse del plato.

Es lógico pensar que tenemos que satisfacer nuestras necesidades, y que tendremos que hacer algo para ello. Pero eso no justifica el sentido de la existencia humana. Necesito comer, pero ¿es comer el sentido de mi vida?.

Velozmente: lo que al principio de los tiempos fue una obligada interacción colaborativa entre humanos para sobrevivir a las duras condiciones que imponía la Naturaleza, con el paulatino dominio del medio natural, llega la agricultura y el surgimiento de las primeras ciudades. El desarrollo tecnológico y las nuevas herramientas, propicia la subdivisión de trabajos y categorías sociales. Y entonces encontramos personas que no necesitan “hacer algo para ganarse la vida” y heredan de sus antecesores ese privilegio y lo dejan a sus sucesores. Eran personas que vivían gracias a otras personas, sin tener que hacer nada para justificar su lugar en la sociedad.

Siendo muy benévolos, podríamos aceptar que en los primeros tiempos, la palabra trabajo tenía un sentido más profundo y coherente con el desarrollo de los grupos humanos. Había un reparto de actividades, sin entrar en muchas disquisiciones sobre cómo era ese reparto, que variaba de una cultura a otra y de un continente a otro, impulsado por las necesidades del conjunto. “Ganarse el pan con el sudor de la frente” es una máxima que arraigó por miles de años en nuestro sistema de valores, y  se transmitió a las sociedades actuales como  el “tener que trabajar” y de ahí se pasó al “derecho al trabajo”. Finalmente esto se convierte en proclama de sindicatos y partidos progresistas desde que existen. En ningún momento del proceso, se discute esa regla moral que nos presentaba el trabajo como justificación de la existencia. En todo caso, se entró en matices: Tú sí tienes que trabajar, y tienes que hacerlo para mi, que no lo hago, ni tengo porqué hacerlo.

Hoy en día, esa misma visión da un paso más y dice: no todas las personas tienen derecho al trabajo. Es más, las mismas paupérrimas ayudas que se ofrecen están siendo puestas en tela de juicio porque “el sistema no puede sostenerla”… ¿y quién quiere seguir con el mismo sistema?

Resumiendo, nos dicen:

-Lo que dignifica a las personas y da valor a sus vidas, es el trabajo.

-Hay que trabajar, de la forma en que está establecido en el medio social imperante.                                  -Las ayudas a las personas está condicionada a su situación personal diferenciando incluso, dentro de esa situación, variadas circunstancias: si se está solo o con más personas, si se tiene algún tipo de ayuda (que es seguro que no le soluciona el problema de fondo, etc)

-Para mantener las ayudas, es necesario cotizar.

Por tanto, por lo que hay que luchar es por conseguir un trabajo, y garantizarlo, para todas las personas.

Resumiendo, decimos:

El valor y la dignidad de la vida humana, viene dado “de fábrica” desde su mismo nacimiento.

La aportación a las necesidades del todo social, no puede tener una sola versión y que ésta sea impuesta.

Que todas las personas tengan asegurada sus necesidades básicas, genera un estado de confianza y fe en los demás que invita a dar lo mejor de si al conjunto. Es la primera aplicación colectiva de la regla de oro: “Trata a los demás como quieres que te traten”.

Hay que trabajar porque cada persona tenga no solo los mismos derechos sino, sobre todo, las mismas oportunidades. En tal sentido afirmamos que la RBUII es un paso cualitativo, que no definitivo, en la igualdad de oportunidades para todas las personas. No se erige como una política económica global, acabada y lista  para aplicar y atender las necesidades del país. Sería como creer que bajar la ratio del alumnado en las aulas, es la solución a toda la problemática que tiene el sistema educativo que tenemos.

Sin embargo entendemos que es un gran paso adelante de inimaginables posibilidades, en la consecución de una sociedad que tenga como valor central a las personas que la forman, o sea humanista.

Nunca se ha construido o logrado algo que antes no hayamos imaginado, que no hayamos “visto”.Es hora de que abramos nuestra imaginación y junto con la “razón” usar la “co-razón”.

 

Paco Vaquero es miembro de Humanistas por la Renta Básica