El propósito es de un niño brasileño de 10 años. Se lo dice a su madre, que vuelve con la desolación grabada en su rostro: “¿Lula ya está preso? Yo voy a ser Presidente. Tal vez Temer ya no esté más vivo, pero yo voy a ser Presidente y me voy a llamar Lula dos” (*).

La frágil civilización de nuestros días, sacudida por la crisis terminal del sistema capitalista y sin un modelo de sociedad a escala humana que pueda reemplazarlo en lo inmediato, está atravesada por el dolor y el desaliento. En todo el planeta, militares, políticos y jueces corruptos son los instrumentos utilizados por los banqueros para sostenerse sobrevolando las ruinas en una burbuja ajena a la realidad de las personas.

En su caída el sistema derrumba sus propias torres: la democracia, la legalidad, la República…lo necesario para conservar la ilusión del poder. Es cierto que las instituciones surgidas de la “revolución” francesa, vacías de contenido, han ido muriendo lentamente a pesar de sucesivos maquillajes; pero aún guardan cierta credibilidad en los países beneficiarios de la ficción. No obstante, los abusos del poder imperial para apropiarse de recursos naturales estratégicos o mantener gobiernos títeres en países o regiones necesarias a sus designios ya son evidentes.

Latinoamérica, quizás por su condición de subcontinente colonizado, donde permanentes intentos de liberación han sido aplastados, va a la vanguardia en el descreimiento y, por tanto, las fuerzas del oscurantismo no necesitan discreción, ni compostura. En todo caso, desde finales del siglo pasado y en forma creciente en este, han contado con expertos en comunicación que fabrican un discurso que sustituye a la realidad y con eso basta.

El caso de Brasil es una plantilla que puede colocarse sobre cualquier punto del mapa terrestre en los próximos años. El caso de África es similar, aun cuando sus intentos de rebelión han sido menos frecuentes, han sido ahogados con mayor brutalidad y sin respeto por un mínimo de humanidad.

En Brasil se destituyó a la Presidente -¿hace falta decir elegida democráticamente?- con una acusación falsa, proveniente de políticos y empresarios corruptos y cuando se comprobó la inexactitud de la denuncia, no se restituyó a Dilma Rousseff a su cargo. Tras eso, Michel Temer -un muerto político- que fungía como presidente fue acusado de delitos que, a pesar de las pruebas, fueron desestimadas por los jueces. La situación política -la apariencia institucional- parecía a punto de resolverse con elecciones en el mes de octubre de 2018, en las cuales el ex presidente Luis Ignacio Lula Da Silva seguramente triunfaría con amplia diferencia. ¿Qué ocurrió entonces? Se inventó un hecho delictivo (la posesión de un departamento aparentemente recibido como coima) para perjudicar a Lula y se lo encarceló, sin prueba alguna en su contra. Los militares, que sostuvieron entre bambalinas el golpe de Estado legal contra Rousseff, intimaron al Juez de la causa, Sergio Moro, para que su resolución fuera condenatoria so pena de intervención directa. Una bravuconada innecesaria: el Juez Moro -según fuentes indirectas- se formó con otros jueces del Lava-Jato en Estados Unidos de Norteamérica (Wikileaks).

Deliberadamente no hemos querido entrar más allá de lo estrictamente necesario en la crónica política ni en la policial, mucho más rica todavía porque esa información está, debidamente condimentada, en muchos medios de difusión. Sólo queremos llamar la atención del contexto mundial en el que se desarrollan los hechos: la caída del capitalismo y los esfuerzos de sus beneficiarios para sostenerlo a cualquier precio. Es mucho el dolor y el sufrimiento que nos queda por padecer -los sistemas caen sobre la cabeza de las personas-; pero hay razones para ser optimistas en el largo plazo. Lula es un hombre y es un pueblo, pero hoy se ha demostrado que también es un mito de raíz latinoamericana que encarna una esperanza que trasciende generaciones y fronteras. Habrá Lula, o Lula dos. Y el sistema caerá.

(*) El niño se llama Luis Esteban Lettis. Su nombre viene al caso porque es hecho real, no un recurso literario.