Por Rodrigo Valenzuela

Los medios de comunicación y las encuestas habían logrado instalar la idea de que a la derecha le sería fácil ganar las elecciones presidenciales en Chile, y en varios de nosotros cundía el desánimo de ver a nuestro país aún dormido profundamente en las ilusiones que ofrece el sistema.

El 19 de noviembre se realizaron las elecciones presidenciales, de diputados y de Cores en Chile, y muchos despertamos el 20 con la alegría de los resultados del Frente Amplio y de la elección de algunos amigos del Partido Humanista como diputados y cores.

Y si bien puede que algún analista conocedor de lo que sucede “tras bambalinas” tuviera más o menos claro lo que iba a pasar, lo cierto es que lo sucedido sorprendió a la mayoría y abrió la esperanza, a los que así lo queremos, de que las transformaciones estructurales son posibles y están más cerca de lo esperado.

Luego ha venido toda una discusión en torno al rol del Frente Amplio en la segunda vuelta con una declaración conjunta que sorprende por lo coherente y unitaria, considerando los distintos puntos de vista de un movimiento tan diverso, seguido de una, a mi parecer, errática acción de varios de sus líderes incluyendo a la ex candidata presidencial, expresando su “apoyo personal” a Guillier.

La antigua forma de hacer política no termina de irse, hay contradicciones y dudas respecto al nuevo conglomerado, en relación a quién será presidente y cómo se desarrollará el nuevo período presidencial. Pero hay algo que es muy claro y es que este es un nuevo momento, nuestro país no está tan dormido como suponíamos y pareciera ser que, al margen de las sumas o restas que haga el próximo gobierno, el proceso de transformaciones progresistas no tiene vuelta atrás.