Los resultados de las elecciones presidencial y parlamentaria sorprenden en circunstancias que no debieran sorprender. De partida, las encuestas hace rato que dejaron de ser instrumentos de medición confiables, ya sea por la creciente abstención, o el alto número de indecisos en la medida que se acerca la elección, como por su manipulación por parte de los poderes fácticos.

La abstención e indecisión se explican esencialmente por la despolitización que se está viviendo, donde pareciera que la vida ciudadana corriera por un carril distinto a la política. Como que la política no afectara nuestras vidas, el rumbo de la nación, como que da lo mismo quienes sean nuestras autoridades. Cada vez más la elección se basa no en un ideario o un futuro, sino que en base a cuán conocida sea la persona. En este plano se explica la explosión de candidaturas de la farándula, muchos de los cuales fueron elegidos.

Es la banalización de la política. Así como se tiene comida chatarra, películas basura, ahora también se tiene política chatarra con una gran cantidad de políticos indiferenciables.

El riesgo que corremos, tal como lo dijera en su tiempo Platón, es que al desentendernos de la política seamos gobernados por los peores hombres.

Por otro lado, las encuestas fallaron. Daban ganador por lejos a Piñera, muy por sobre el 40% y a la candidata del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, le asignaban una tendencia a la baja con porcentaje que superaba levemente el 10%. A partir de las encuestas, y en colusión con los medios de comunicación masivos, se fabricó un escenario de segunda vuelta a la medida: Piñera versus Guillier, pensando en una distancia entre ambos por sobre 20 puntos. Todo ello hizo presumir que la segunda vuelta sería carrera corrida.

Pero la ciudadanía, o al menos muchos de quienes votaron no parecen haberse dejado llevar por las encuestas y patearon el tablero.

En términos de expectativas, Piñera fue derrotado porque no alcanzó lo que esperaba y tendrá que hacer malabares para alcanzar el 50% y ganar en la segunda vuelta. No le bastarán los votos de Kast. Se tendrá que mover hacia la derecha dura y hacia el centro, una suerte de misión imposible.

Por el otro lado, Guillier no se puede dar por triunfador porque salió segundo, pero los resultado sí le permiten ver luz al final del túnel, esencialmente porque la distancia que lo separa de Piñera no es tan grande como se pensaba y porque tiene todo un mundo del Frente Amplio a conquistar, que no quiere que Piñera sea presidente. Tampoco la tiene fácil, no podrá dar puntada sin hilo.

El 20% del Frente Amplio habilita a sus dirigentes a sentarse de igual a igual ante Guillier y su comando. Esas conversaciones tendrán que ser de cara al país, en torno a pocos temas específicos en los que puedan darse acuerdos claros y contundentes.

En todo caso nuestro drama es que tenemos un país políticamente partido en dos mitades casi iguales, donde unos quieren perseverar en el modelo neoliberal individualista y competitivo en todas sus expresiones, y otros que quieren reemplazarlo drásticamente por un modelo solidario. Una mitad levemente superior, del orden del 55% aspira este último modelo.

Se ha intentado romper esta suerte de cuasiempate sin éxito hasta la fecha. Para ello sería necesario un gran acuerdo nacional centrado en la educación, la salud y la previsión, las cuales sean vistas como bienes públicos antes que privados, lo que implicaría un gran esfuerzo nacional para asegurar gratuidad con calidad en educación y salud, y no más AFP tal como se entiende actualmente.