Este país se desintegra como señal de nuevos tiempos, de otro futuro que esperemos sea luminoso y esté a la altura del ser humano.

El proceso independentista catalán solo es el anuncio de lo que irá ocurriendo en otros puntos dentro y fuera de este territorio.

Es sabido que a mayor concentración de poder -lo que implica mayor imposición y ejercicio de la violencia en distintos modos- mayor desintegración se produce como reacción antes o después. Y esto es lo que está ocurriendo entre España -mejor dicho entre la acción del gobierno de Mariano Rajoy- y Catalunya –mejor dicho también, el gobierno catalán-.

Esto no es ni será un fenómeno aislado. Si hablamos en clave interna, ya han empezado las divisiones entre los independentistas, al imponer Junts X sí a la CUP la dilatación de la puesta en práctica de la independencia de la república catalana, rompiendo los acuerdos y la confianza mutua.

Ayer podíamos ver también manifestaciones independentistas en Valencia. Dentro del estado español, esto es el comienzo de una fuerte desestabilización.

Y si hablamos de fuera de estos parajes, irá ocurriendo lo mismo. Catalunya –no importa cuando concrete su independencia- será el efecto-demostración para muchos otros pueblos envilecidos y nunca reconocidos en condición de igual a igual por sus gobiernos centrales.

Es evidente que esta relación entre concentración y desintegración no queda en el campo de lo político. Afecta a todas las relaciones socioeconómicas e incluso personales.

Todavía hay futuro

Pero es necesario que esto se dé, es necesario que este modelo fracase –el de la concentración, la posesión y la imposición- para dar lugar a otro modelo liberador para los individuos y los pueblos.

La caída de este modelo concentrador será de un modo u otro pero será. Lo estamos viendo muy bien estos días. Cuánto más fuerza esa concentración Rajoy, más crece el independentismo; cuanta más violencia ejerce, más voces se alzan proponiendo la separación.

Puigdemont hoy ha lanzado una nueva propuesta de diálogo pero la violencia es ciega y Mariano Rajoy a través de su vicepresidenta ya ha dicho que no, que “aplicará la Ley”. No conocen otro modo de relación que la humillación y la imposición y con ello aceleran el proceso de descomposición de este modelo y esta Constitución que se dieron nuestros abuelos a sí mismos.

Pero esto no es el final. Vivimos únicamente la llegada a una encrucijada. Ante nosotros, se abren dos caminos: o nos aferramos a lo viejo, a la nostalgia de un pasado que no fue igual de bueno para todos y por el cual estamos en esta situación; o vemos cómo, a partir de la posible separación, de la diferenciación entre unos y otros, nos ponemos a construir desde la base social un nuevo sistema de relaciones solidarias y de reciprocidad para construir otro futuro juntos.

Quizás así, podamos ir destruyendo fronteras –que únicamente existen, por cierto, para las personas- para ir construyendo un solo mundo que desarrolle una cultura universal respetuosa y potenciadora de la diversidad de sus habitantes y que se apoye en lo que los une, eliminando toda forma de violencia y discriminación.

Bienvenida, entonces, la desintegración, las independencias… si ello nos permite fracasar a este sistema deshumanizado y nos acerca a la nación humana universal.

Pero necesitamos ir construyendo en paralelo esa nueva realidad. Y si hablamos de política, necesitamos a corto plazo darnos un Proceso Constituyente YA del que salga un nuevo marco jurídico a la altura del siglo en el que vivimos, un marco que nos permita decidir, que se articule en base a los derechos fundamentales de la personas y que plantee como aspiración un mundo sin fronteras.