Hoy asomo a los telementiras oficiales, y la noticia es la celebración del orgullo de ser ciudadano y ciudadana españoles. Desde siempre me resultó clarificador, para entender el mundo en que nos movemos, las celebraciones nacionales, tanto la de España, como las de los países de esos mundos de por ahí. No escapa uno (creo). Pero me centro en éste y valga lo que digo para el resto.

Por Paco Vaquero

A tenor de la forma en que se celebra el día nacional, parece que lo único que refleja el orgullo de todo el país, es su poderío militar, la marcialidad con que desfilan sus ejércitos y cuerpos y fuerzas de seguridad, el diseño de sus uniformes de gala, o la velocidad de desfile de algunas unidades «históricas».

Es como si todo el año, lo único que hace funcionar al país, hacer que prospere, que sus distintas generaciones tengan una vida mejor, reciban una atención y cuidados generosa, una educación que los pertreche de herramientas para su desarrollo personal, y aún en el ocaso de sus vidas, vean su futuro abierto y luminoso, sean esas instituciones representadas en ese desfile. No digo que sobren. No las denosto. Digo ¿es lo único que nos hace sentir orgullosos de vivir y pertenecer a esta comunidad?.

Soy consciente de que, a día de hoy, las connotaciones políticas de dicha celebración, a nadie se le escapa, tiene todo el sesgo de demostración de un «espíritu nacional» que sólo tiene esta forma de celebrarse.

Un orgullo que no se le ve, ni se le espera, en las colas del paro, donde la dignidad personal es ultrajada a golpe de papel y requerimiento administrativo. Un orgullo que no aparece, ni por asomo, en las listas de atención hospitalarias (hoy se dictó la primera sentencia que admite que un ataque de ansiedad de una trabajadora, por exceso de trabajo, es un accidente laboral).
Un orgullo que es claramente absentista en los centros educativos del país.

Un orgullo que agita la ley solo para decir que hay que someterse a ella, como una diosa desconocida, y no que debería protegernos.

¿Es, entonces, esa celebración la única muestra del orgullo de vivir y ser de este país? ¿cómo puedo sentirme identificado con una bandera que nunca aparece cuando la necesitamos de verdad? Una bandera que viaja a ultramar a defender oscuros intereses, junto a otros ejércitos, en aras de un bienestar, que corroe el alma e hipoteca el futuro de las gentes de bien.

Hace menos de una semana, recorría la playa de las Canteras, en una marea rosa, abrumadoramente femenina y festiva, apoyando moralmente, no solo a las enfermas de cáncer de mama, sino también a sus familias y gente querida. Me sentí orgulloso.

Hace unos días, unos compañeros docentes, me comentaban actividades suyas como si hablaran de lo que les importa de verdad. Me sentí orgulloso. Cada día recibo mensajes de personas que, a su manera, tratan de cambiar las condiciones de vida. No la suya solamente, sino la de todos. Y me hace sentir orgulloso… y esperanzado.

Es inmensamente superior y más profunda la solidaridad y el orgullo de este país, como para que pueda quedar reflejado en una celebración que de lo único que se preocupa es del brillo de sus armas y lo impoluto de sus uniformes.

Así que sí, hoy me siento orgulloso de pertenecer a esta humilde, pero potente representación de la Humanidad, que día a día sigue adelante sorteando desánimos y agravios, como si la cosa no fuera con ella.