Por Carlos Noriega (Fotógrafo)

A lo largo de mi vida el tema religioso se ha mantenido latente.

Nací en una familia mormona practicante. Mi hermano mayor realizó un voluntariado religioso en Colombia durante dos años. Durante ese tiempo podíamos comunicarnos con él por teléfono, tan solo dos veces al año. Ese era el mecanismo con el que la iglesia mormona aseguraba que toda su atención y su esfuerzo estuviesen centrados en Dios y en la misión que le había encomendado.

En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (mormones) todos los hombres, al llegar a los 19 años, tienen la obligación de servir a su iglesia durante dos años. Fue así que, al alcanzar esa edad, viví mi primera gran separación con la Iglesia. Aduje mis problemas de salud para no cumplir con ese mandamiento, aunque en realidad se trataban de “problemas” de fe.

Yo no sentía ese llamado de Dios como lo hacía mi hermano, o como lo había sentido mi papá. Aproximadamente un año después, decidí dejar de asistir definitivamente a las reuniones de los domingos junto a mi familia. Esta determinación trajo consigo grandes diferencias con mi madre, por lo que tomé finalmente la decisión de salir de la casa e intentar valerme por mi cuenta.

Después de estos acontecimientos no he vuelto a pisar una iglesia, a menos que sea para fotografiar a sus fieles. Quizás intento encontrar en ellos respuestas a las creencias que se me impusieron…a una espiritualidad que fue forzada y que, sobretodo, me sigue resultando extraña, aunque fascinante de cierta manera. Después de todo, la fe o la negación de la misma es parte fundamental de las experiencias humanas.

Con Penitentes estreno la primera serie de varias entregas que tendrán como eje central la fe y la espiritualidad. Estas imágenes realizadas durante la Procesión Jesús del Gran Poder (Quito 2017).


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