Llorando y riendo: así viví como espectadora cada una de las actuaciones del último CareSlam. Yo ya sabía que el mundo de los cuidados puede ser divertido. Algunos de mis amigos trabajan en este ámbito y sé que a menudo alivian las tensiones a base de bromas. Sin embargo, lo que viví aquella noche en el antiguo parque de bomberos reconvertido en teatro, en el barrio berlinés de Friedrichshain, me hizo darme cuenta de lo que realmente significa el día a día de la gente que trabaja con personas que se encuentran en sus momentos más vulnerables, con miedos y sin esperanza, o que quizá se encuentran en el último estadio de su vida. El auténtico significado del verbo “cuidar”.

Cuidar significa establecer relaciones, exponerse a la vida interior de las personas con necesidades

Stefan Schulz, un enfermero del área de psiquiatría forense, sube al escenario. Utilizando palabras como “culpable”, “incapaz de sentirse culpable” o “en nombre del pueblo”, describe sus esfuerzos diarios para establecer relaciones con personas a quienes, por sus actos aberrantes, la mayoría de ciudadanos rechazarían. Su tarea consiste en acompañarles durante años para que puedan llevar una vida lo más normal posible. Aparte de la neurosis, Stefan es capaz de ver en ellos las cosas que les unen: el anhelo de protección, familia y amor.

Una joven maravillosa, Elisabeth Schwartz, que está formándose para cuidar ancianos y además es cantautora, interpreta una canción que supone una mirada a la vida interior de personas a las que se presta poca atención en la sociedad: las personas mayores necesitadas de cuidados.

“Yo no quiero hacerme famosa”, me asegura después de que le pronostique su futuro

Es cuestión de tiempo y es cuestión de entusiasmo

Un tema recurrente a lo largo de la noche fue el dinero. Aunque con una forma de valorarlo diferente a la habitual: aquí no se trata solo de dinero. Florian Einhorn, en su interesante ensayo “Nur mal kurz” (“Por poco tiempo”), describe el fin de una jornada de trabajo cualquiera en la planta de un hospital, que termina con la catarsis de un enfermero sobrecargado pronunciando la siguiente frase: “¡No quiero vuestro dinero, lo que necesito es más tiempo!”.

Es cuestión de tiempo y es cuestión de entusiasmo. El tiempo y el entusiasmo que se necesita para conectar con otra persona a nivel humano, para poder ayudarle a desarrollar sus fortalezas y su creatividad. Y precisamente, algo que también se necesita en una profesión dedicada a los cuidados, es la capacidad de seguir la propia intuición y la creatividad necesaria para encontrar respuestas. Quizá por eso cada una de las actuaciones de este slam tocan tanto la fibra, porque no son fruto de reflexiones etéreas, sino que van al fondo de la cuestión: la vida, la muerte, una pérdida, un nacimiento, un nuevo comienzo.

Otro participante, Kai Gebel, está relacionado con el mundo de los cuidados sin trabajar de cuidador. Gebel es un fotógrafo que participa de forma voluntaria en un proyecto fotográfico de acompañamiento a madres y padres cuyos hijos murieron durante o después del parto. Con la “primera y última foto” les apoyan en su proceso de duelo.

Lo que el ser humano necesita: Una familia y un hogar

Especialmente emotiva es la participación de Karuna, una asociación berlinesa que se ocupa de ayudar a niños en situación vulnerable, que no tuvieron suerte con su familia de origen y acabaron en la calle. Jörg Richter lee en voz alta el burocrático y aburrido texto del ordenamiento municipal para el trabajo con jóvenes. Mientras tanto aclara que esto no se trata de un “servicio” que se presta a “clientes” a los que no vuelves a ver, sino que los jóvenes necesitan atención, cariño, una familia de elección que les acompañe el resto de su vida, del mismo modo que, a quien nace en una familia funcional, ésta le acompaña toda su vida. Y es así como se debiera diseñar el trabajo con la juventud. Dos jóvenes de la asociación están presentes y recitan sus poemas. Por ejemplo, para Jule, de diecisiete años, esto es lo que representa un hogar:

Un hogar es para mí
un espacio en el que no me siento encerrado,
donde ningún muro amenaza con aplastarme,
donde el alma tiene paredes
que no tratan de retenerla.
Donde los pensamientos encuentran resonancia,
pero no resistencia.
Donde el cuerpo halla descanso,
pero no una prisión.
Donde puedo entrar y salir cuando quiera,
teniendo la certeza de que las puertas siempre estarán abiertas.
Donde puedo estar y no estar solo,
porque puedo llevar todas mis máscaras a la vez,
y aún así me reconozco.
Donde me pueden crecer alas y raíces a la vez,
pero que no me obstaculizan ni me impiden.
Donde mis palabras están vivas,
libres de juicios y de reprimendas.
Donde encuentro normas y reconocimiento
libres de paternalismo.
Donde el amor me nutre,
pero no me devora.
Donde puedo estar conmigo
sin sentirme solo.
Donde la lluvia cae para aliviar mi sed,
pero no para ahogarme.
Donde el sol brilla,
pero no quema.
Donde puedo dormir y perderme en mis sueños,
pero sin perder de vista la realidad.
Donde el miedo chilla y la alegría baila,
donde la libertad se puede vivir
sin miedo a botellas y corchos.
Donde puedo usar la razón
sin miedo a perder el instinto y el sentir.
Donde mi niño interior
aprende a hacerse adulto jugando.
Un hogar es para mí
el lugar donde puedo vivir y respirar.

Annett Metzenthin, con su monólogo “Haz el cuidado y no la guerra”, explicó lo importante que es que los profesionales colaboren estrechamente con los familiares cuidadores, personas que cumplen un papel fundamental, pero que también necesitan compañía y apoyo, tanto material como psicológico. Por último, tres jóvenes enfermeras y médicas, que colaboran con STUDI cops para mejorar la colaboración entre enfermeros, médicos y terapeutas, recitaron un poema.

Slam como protesta y búsqueda de reconocimiento

Yvonne Falckner es la responsable de que este slam pudiera llevarse a cabo “para dar voz a las personas que se dedican a los cuidados”. Por un lado es una forma de protesta por las malas condiciones del trabajo, por las condiciones de explotación que se llevan a cabo al sustituir a profesionales formados por personal de más baja cualificación y,  en consecuencia, por los crecientes riesgos que todo ello supone para las personas necesitadas de cuidados. Pero sobre todo, lo que Yvonne ha logrado es que aflore un sentimiento de orgullo entre los profesionales de los cuidados.  Que tengan la oportunidad de subir con él a un escenario y obtener el aplauso del público. Y sobre todo, que encuentren el valor de reclamar públicamente mejores condiciones para que puedan realizar su trabajo como a ellos les gustaría.

Al final de la noche me sentí agradecida de que existan tantas personas que, de forma totalmente inadvertida, trabajan todos los días para ayudar a otras personas para superar las crisis de la vida. Además, estoy totalmente convencida de que merecen mucho más reconocimiento y ayuda, y que deben sentirse muy orgullosos de sus logros diarios.

Traducción desde el alemán por Natalia Ribés