En la argentina de macri – así, con minúsculas – la pobreza sube porque los salarios bajan. La indigencia sube, por las nubes, como el precio del gas, de la fruta, de la leche. Y todo a media luz, para que el kilowatt no duela. Duelen sí, los comercios que cierran. Alquiler desmedido contra consumo medido. En la argentina – empequeñecida – de macri, la importación se abre y las fábricas se cierran. Se abren los cofres de las ganancias en moneda dura del latifundio, mientras los pobres cierran puertas de coches por dos monedas que no duran. O los lavan, por diez, veinte o cincuenta, mientras el que preside y su caterva lavan negocios sucios en oscuras diez, veinte o cien cuentas. Nada debe impedir el negocio, mucho menos la conciencia. Así, más que con, nos quedamos sin ciencia, porque investigar cuesta y duele. Sobre todo al norte que ha patentado hasta el susto.

En la argentina sin plata, tina a secas, se miente por la tele noche y día, pantalla que no muestra lo que a todos nos pasa. Libertad de expresión que expulsa periodistas, ahoga la crítica y extermina la democracia, una mina cada vez más extraña. Esa pantalla que oculta, que hace parecer que lo blanco es negro y deja un amarillento color sobre todo. Tal vez cambiemos – así, muy con minúscula – hasta la bandera, poniendo un dólar como sol entre dos franjas de celestial mercado.

En la argentina de ayer – que cronológicamente es la de hoy – al que es rebelde sin causa, se le arma una. A quien contradice – o sea dice en contra – se le abrirá expediente y encerrará en la cárcel, como manda la justicia falsa de ojos vendados y bolsillos abiertos. Y garrote para el que no entienda, que acá se acabó el despilfarro.

Porque despilfarro es gastar para que niños aprendan lo que no tienen que aprender, que la salud sea un bien de todos y todas, no un negocio de pocos, que roban pero no andan en moto. Despilfarro los remedios para los viejos que igual, tarde o temprano, se van a morir. Ahora – para fastidio de las arcas de los garcas – más tarde que temprano. Si es que – a despecho de los augurios estadísticos – la angustia de ver morir de hambre a hijas o a hijos, no los mata antes.

Hambre sí, eso dicen los números, hay en argentina. Tierra de promisión agropecuaria, campo infinito que ya no alimenta los estómagos que vagan por las ciudades en busca de pan para saciar su rabia. Deuda social con los que no saben cómo cobrarla y deuda infernal, de nuevo, mortal, con los que sí saben cómo hacerlo.

Porque la sumisión es su misión. Someterse y arrodillarse, ya que ser soberano y libre es meterse en problemas. Tener como amigos a los hermanos del sur es unir lo que debe ser dividido, según el norte. Norte que ya tiene en sus entrañas bastante calaña del sur y quiere ahora exorcizarla. Discriminación que imitan los cobardes de acá para parecerse a los cobardes de allá.

Podría contarlo en cifras, como suelen contarse estas cosas, pero hoy prefiero decirlo con todas las letras, para que, ojalá, se entienda mejor.

Así está la argentina, que parece que fuera de macri, puesto menor, mandadero de mandantes. Así también está el brasil de temer, en el que la esperanza ha sido congelada por veinte años. El paraguay colorado, tierra de color rojizo, mezcla de arcilla y violencia. El querido chile, que a pesar de haberle agregado sacarina, no puede sacarse el amargo gusto de pinochet y friedmann. La colombia, donde la paz es una mueca asesinada todos los días por un sicario a sueldo de terratenientes.  Así está también el méjico de indios y mestizos, traicionados por un malinche de rostro blanco y una vez más engañados, esta vez por un yanqui descortés. Y ahora amenazan con ceñir su lasso sobre el Ecuador rebelde, para convertirlo en perrito simpático como el perú de kuczinski.

Es que son todos lo mismo y para lo mismo. No es casual, es igual. No es ficción, aunque a veces parezca. No es error, ni improvisación, es plan. Es premeditación y alevosía. A eso vinieron. Son la banca. Y punto.