Por Jorge Moruno Danzi y Daniel Raventós

La propuesta de la renta básica (RB) da para mucho y ya escriben sobre ella docenas de personas que poco antes ni sabían que existía tal propuesta. Para los que la defendíamos hace ya un tiempo, extremo que nos hace muy mayores, nos produce una especie de compensación, pero como contrapartida (¡ay! “detrás de la cruz está el diablo”, que dejó escrito el gran Cervantes) están publicándose textos que, incluso con la actitud más benévola y bien intencionada, son duros (en más de dos acepciones) y siempre surge la duda de si vale la pena entrar a debatir. Si hacerlo servirá de algo, vaya. Porque se escriben páginas como si no se hubieran publicado con anterioridad docenas, centenares o miles de textos anteriores. Y se discute y analiza a partir de una “tabula rasa”. Esta vez, los dos firmantes de este escrito hemos pensado que valía la pena hacer el esfuerzo de volver a repetir cosas que son conocidas. Lo hacemos para lo que pueda servir.

Recientemente, el economista Eduardo Garzón, con el que hemos tenido varias ocasiones de debatir (la Red Renta Básica lo invitó al último simposio realizado en Bilbao en el mes de noviembre de 2016 y no tuvimos el placer de poder debatir casi ninguno de los puntos vertidos en el escrito porque ¡no fueron mencionados allá!), escribía un artículo en el que mostraba una vez más su desacuerdo con la propuesta de la RB. Veamos las razones que aporta en el mencionado escrito y la opinión que nos merece. Intentaremos contestar con brevedad para no alargar más de lo necesario nuestra respuesta. Y vamos a citar generosamente su artículo para evitar la tentación de que algunos, por supuesto llenos de serenidad y de buena voluntad, puedan decir que citamos “fuera de contexto”.

Dice el autor que las críticas de derecha son conocidas y las de la izquierda no. Esto es más que impreciso puesto que los ejemplos que aporta para apoyar su afirmación (“no hay suficiente dinero para aplicar la medida”, “no es justo que alguien que no trabaje reciba un ingreso”) las han hecho también autores de izquierda. Además, como veremos, algunas de las críticas que hace el autor, no son de izquierdas, en todo caso las hacen también algunos autores ultraliberales. Entendámonos: esto no es, de entrada, ni bueno ni malo. Es una constatación. Pero constata una gran imprecisión del autor. También se afirma que “[las críticas de izquierda] no son tan conocidas, y –quizás debido a ello, por haber existido poco debate al respecto– no son tan fácilmente refutables como las anteriores”. Esto puede ser emocionalmente caliente, pero falso. Alguna crítica hasta el momento desconocida si es pésima puede ser más aún fácilmente refutable que una crítica vieja, de derecha o de izquierda, conocida pero que esté mejor fundamentada.

En cambio, nos ha gustado gratamente que se diga que “está suficientemente demostrado que hay capacidad de sobra para financiar la medida”. Hace poco era habitual entre críticos de izquierda y de derecha escribir lo contrario: no se puede financiar. ¿Qué ha ocurrido por medio? ¿Se ha publicado algún estudio sólido que lo demuestra? Mejor que lo digan los críticos, nosotros ya lo sabemos.

Partimos de la premisa de que cualquier defensor de la RB no propone en absoluto una merma del Estado del Bienestar sino que aboga por una RB como añadido o complemento a cualquiera de sus prestaciones sociales.” Esto es simplemente falso como puede demostrarse con facilidad: hay defensores de derechas de la RB que proponen una merma del Estado de Bienestar. Charles Murray, por poner un destacado ejemplo. Pero también algunos críticos de izquierda en un sentido generoso han criticado la RB porque, según ellos, “supone un ataque al Estado de Bienestar”. Es decir, en el primer caso, es quedarse muy corto respecto a lo que realmente puede constatarse, en el segundo, es meter a todos en el mismo saco e ignorar alegremente lo que también puede constatarse. Como por cierto hace recientemente, una vez más, una autora, Pavlina Tcherneva, conocida por su defensa del trabajo garantizado y que defiende nada más y nada menos que los programas argentinos de “jefes y jefas del hogar”.

El punto 1 es un batiburrillo, o matete por decirlo en argentino, difícil de igualar.“La filosofía que trasciende a la RB es: ‘gana libertad y haz lo que quieras’, cuando desde un punto de vista colectivo, solidario y fraternal debería ser: ‘gana libertad y contribuye a mejorar tu mundo’. Por lo tanto, la RB debería evolucionar hacia una suerte de prestación dirigida a fomentar principios de solidaridad, altruismo y fraternidad, algo que no se conseguiría únicamente con la prestación monetaria en una sociedad capitalista dominada por principios de egoísmo e individualismo.”¿La filosofía que trasciende? Como cualquiera que se sumerja aunque sea muy superficialmente en la muy abundante literatura sobre filosofía y RB puede constatar, hay defensas de la misma desde la filosofía liberal libertariana, la liberal igualitarista… y desde la libertad republicana que hunde sus raíces en la gran democracia ática, en Aristóteles, Kant, Jefferson, Paine, Robespierre, Marx… No alarguemos este punto: cualquiera puede constatar las enormes diferencias que hay entre estas distintas filosofías citadas.  “La filosofía que trasciende…”, es una forma digamos poco fina de intentar resumir una realidad que es muy distinta a la dibujada. Para otra ocasión queda el análisis de la jocosa idea según la cual “gana libertad y contribuye a mejorar tu mundo”. A esto han intentado responder muchos filósofos de extrema izquierda, de izquierda, de derecha y de extrema derecha. Por lo tanto es tan informativo como decir algo así: “que el mundo sea más bueno”. Buen deseo, pero digamos que se trata de algo extremadamente hueco. Y que hay que llenar de forma que va más allá de la declamación. Un materialista que no parte del axioma liberal propio del free rider entendería que el sentido y el significado de la RB, así como de las relaciones sociales construidas, son un proceso en disputa que como ocurre en todos los casos depende de la correlación de fuerzas.

“Pero si el empleador no es capaz de incrementar suficientemente la remuneración, es de esperar que el trabajador abandone el puesto de trabajo en busca de una mejor alternativa y que el empleo en cuestión desaparezca. Por otro lado, muchos autónomos que hoy día realizan jornadas maratonianas y que ganan poco más de lo que supondría la RB también podrían verse tentados a abandonar su actividad económica con el objetivo de labrarse un futuro diferente y más halagüeño (¿para qué va a estar, por ejemplo, el dueño de un pequeño comercio trabajando todo el día y cobrando no mucho más de 650 euros si tiene la oportunidad de no trabajar y cobrar 650 euros?” Dudamos que quisiera escribir exactamente tamaño despropósito el redactor de esta parrafada.  Porque lo menos cruel que se nos ocurre contestar es ¿esto sería malo?, ¿es preferible que permanezca el trabajo semiesclavo?, ¿es malo que un trabajador o autónomo tenga la libertad de “verse tentado a abandonar su actividad económica”? Suponemos que debe haber sido un lapsus. Si no… Además, no hace falta recordarle al pimpante crítico que trabajo no es empleo. Y no es difícil entender, por crítico que se pueda ser de la RB, que alguien que pueda ser más libre de acortar tiempo de trabajo asalariado o empleo, podría dedicarlo a los otros tipos de trabajo: el voluntario (o militante o solidario) y el doméstico. ¿Es eso malo? En este aspecto las críticas liberales a la RB y algunas críticas de la izquierda tradicional comparten su miedo a la emancipación de la clase sobre el trabajo. Los primeros porque se rompe “la cooperación de mercado”, dado que la actividad queda menos sujeta a los baremos de la utilidad entendida como beneficio económico de un tercero y los segundos porque acaban haciendo del objeto de la crítica de Marx (que recuérdese, consideraba como su maestro Aristóteles, que el trabajo asalariado es “esclavismo a tiempo parcial”), el trabajo en el capitalismo, su principal defensa. Todo avance social siempre ha tenido en frente a quienes alertaban del desastre que suponía para la economía; basta con revisar qué decían los periódicos cuando en 1886 se reclamaba la jornada laboral de las 8 horas.

“La destrucción de muchos de estos empleos provocaría una disminución de los bienes y servicios ofertados en el mercado, lo que unido a un incremento de la capacidad adquisitiva de la población provocaría tensiones inflacionistas: por la ley de la oferta y la demanda, más dinero —o el mismo— que antes dedicado a comprar menos productos y menos servicios que antes tiende a provocar que los vendedores de esos bienes y servicios se vean tentados a aumentar los precios para aprovecharse de esa nueva situación en la que tienen menos competidores.” ¿Hemos entendido bien? Por la misma línea de pseudoargumentación: incremento de salarios (“más dinero —o el mismo— que antes dedicado a comprar menos productos y menos servicios que antes tiende a provocar que los vendedores de esos bienes y servicios se vean tentados a aumentar los precios para aprovecharse de esa nueva situación en la que tienen menos competidores.”) crean inflación. Pero este argumento no es precisamente patrimonio de la izquierda (o de una izquierda muy especial), porque la derecha hace décadas que lo viene repitiendo, con gran alegría de las patronales que en el mundo hay.

“La RB en la práctica no es incondicional. Los defensores de la RB proponen financiarla con una reforma fiscal progresiva de forma que el 20% más rico aproximadamente saldría perdiendo (pagaría la RB de todo el mundo) y el 80% más pobre saldría ganando. En estas condiciones se pierde la característica de incondicional, pues no todo el mundo disfrutaría la RB ni de la misma forma, sino que ello dependería del nivel de renta que se tuviese (los más ricos no disfrutarían la RB, los más pobres sí, y los situados en medio la disfrutarían pero en un nivel reducido). Es decir, en la práctica la RB funcionaría exactamente igual que una Renta Mínima dirigida al 80% de la población más pobre.”

¿Qué cabe decir ante estas afirmaciones? ¿Qué se puede decir ante la confusión del concepto de incondicional con el de “añadido a lo que se tiene”. ¿Y sobre que en la práctica funcionaría exactamente igual que una Renta Mínima dirigida al 80% de la población más pobre? No se trata de un argumento de autoridad, se trata de uno de humildad: centenares de estudios, libros, artículos de perfectos ignorantes del tema, de creer a Garzón, de los costos administrativos y de gestión de los subsidios condicionados como Van Parijs, Atkinson, Van der Veen, Standing, Vanderborght… entre otras docenas de autores suprimidos de un plumazo. ¡Gran mérito el del joven economista! Sin duda. Nos preguntamos, ¿ha entendido algo nuestro buen amigo?

“El coste administrativo y financiero de una RB es superior al de una Renta Mínima bien gestionada. A pesar de que los defensores de la RB hacen hincapié en que la aplicación de la RB sería rápida y sencilla, precisamente por la pérdida de la incondicionalidad señalada en el punto anterior –que provocaría que todo el mundo tuviese que declarar la renta que recibe cada año–, el coste administrativo de una RB no es despreciable ni su aplicación instantánea.”

Lo que invitan estas afirmaciones es pedirle educadamente al autor: “lee por favor cualquier cosa que se haya escrito sobre eso”. Pero hay que tener paciencia y repetir lo que cualquiera no ya que quiera escribir sino que simplemente se haya interesado por estas cuestiones sabe desde hace tiempo. Los costes administrativos de los subsidios condicionados (sea cual sea la condición) se deben a que hay que controlar quién tiene derecho y quién no a recibirlos. Por ejemplo, cualquiera sabe los habituales controles que deben realizarse para recibir el subsidio de desempleo: se debe comprobar cuanto tiempo se ha estado empleado, demostrarlo presentando determinados papeles que lo demuestren… Otro ejemplo, los subsidios de las comunidades autónomas del Reino de España suponen un gran control (con problemas adicionales que se derivan de la estigmatización, aspecto que no parece preocupar lo más mínimo al crítico digamos de izquierda a la RB), como los trabajadores sociales han denunciado y explicado a toda persona que simplemente quiera escucharlos. La RB es incondicional, los controles y los gastos derivados de las condicionalidades no existen. Esto es elemental.

El colmo del despropósito se escribe a continuación: “De hecho, cualquier renta mínima gestionada a través de IRPF (tras la declaración de ingresos, si fuese necesario el Estado aportaría la cantidad necesaria para alcanzar los 650 euros mensuales) sería más sencilla y barata en términos administrativos porque los afectados serían muchos menos. Es más costoso y farragoso detraer recursos del 20% más rico para transferirlo al 80% más pobre que detraer recursos del 5% más rico y transferirlo al 20% más pobre (que en todo caso es quien de verdad necesita ayuda).”

La primera afirmación obedece a una incomprensión monumental de cómo se administraría (o podría administrar una RB). Para una sencilla “guía” de cómo hacerlo, recomendamos leer este artículo. O para el caso francés cómo lo aconseja hacer Thomas Piketty. Es bastante sencillo de entender. La segunda afirmación es falsa. Lo intentaremos explicar en pocas palabras. ¿”Es más farragoso”? No, es automático.

Adicionalmente, existe un fenómeno, estudiado y conocidísimo desde hace décadas, asociado a los subsidios condicionados que se llama “trampa de la pobreza”. La incondicionalidad de la RB permite que ésta sortee esta trampa. Cuando somos perceptores de un subsidio condicionado, nos hallamos ante un fuerte desincentivo a buscar y realizar trabajo remunerado, pues ello implicaría la pérdida del subsidio. Ni que decir tiene, sustituir una prestación monetaria por un salario bajo resultante de una ocupación precaria y alienante no parece la más sensata de las opciones, razón por la cual no pocas personas prefieren no buscar o aceptar esos empleos o hacerlo en la esfera de la economía sumergida. En cambio, la RB funciona como un suelo, nunca como un techo: la realización de trabajo remunerado no implica la pérdida de la prestación, con lo que el desincentivo a la actividad desaparece. Sencillamente, podemos ir acumulando ingresos procedentes de las fuentes que sean, y en caso de que tales ingresos superen ciertos umbrales, nos corresponderá ir aportando a la sociedad a través del sistema impositivo.

En nuestra opinión tal y como avanzan las circunstancias, el debate no será sobre si se quiere una RB o no se quiere, el debate girará en torno a qué tipo, sobre qué bases y para qué objetivo se implanta una RB. Cuando uno observa que el Foro de Davos o la tecno-utopía de Silicon Valley apuesta por una RB, puede pensar que automáticamente eso demuestra que es por definición una medida regresiva. Gran error. La batalla política y cultural es precisamente por el significado social, de qué otras medidas irá acompañada (recuérdese que la RB es una medida de política económica, no una política económica completa por sí misma), la implantación y cómo se va a financiar la RB, porque a nadie se le ocurriría dejar de disputar el sentido de la democracia cuando otro la concibe de distinta manera. Eso es la política, el desacuerdo. No rehuyamos de ella.

 

es sociólogo y autor del libro «La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa mundo» (Akal). Cofundador de Podemos y responsable del área de discurso.
es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Junto con Jordi Arcarons y Lluís Torrens, pronto publicará un libro (DESC y Ed. Catarata) dedicado a todos los detalles de la financiación de la Renta Básica.

 

El artículo original se puede leer aquí