Por José Gabriel Feres

El naciente Frente Amplio se ha autodefinido como un esfuerzo de construcción de largo plazo que pueda constituirse en una real opción de transformación para Chile y como respuesta de futuro a la encrucijada que plantea el evidente fracaso del modelo neoliberal que se viene implementando mundial y localmente, después de la caída de los “socialismos reales”.

El fracaso de estos modelos es la culminación de un largo proceso histórico que hoy hace crisis planetariamente y que repercute en todos los campos. Decimos que hoy se esta expresando con toda su fuerza un fenómeno que ya era detectable como tendencia hace mas de 20 años: lo que algunos llaman “crisis de las instituciones”, pero que en definitiva es parte de un fenómeno de desestructuración general, que se manifiesta en los bloques regionales, en los estados nacionales y en sus instituciones; y que en sus límites mínimos ha llegado a las organizaciones sociales de base, al simple vecino y al individuo.

Particularmente en lo político, vemos como se ha ido trasladando paulatinamente el poder del estado al capital financiero (ya ni siquiera nacional sino que transnacional) y ese reducido poder estatal va siendo ocupado por fuerzas políticas que han entrado en un sincretismo de propuestas, lenguajes y estilos políticos, cuyos perfiles ideológicos son cada vez mas borrosos.

La disconformidad social es cada vez mas evidente y se expresa en general desorganizada y puntualmente, sin lograr percibir la globalidad del fenómeno en que se está y, por lo tanto, no pudiendo estructurar respuestas que afecten en alguna medida la dirección de este proceso. Por otra parte, y en la medida en que se reconoce el voto como un derecho y no como una obligación, vemos como aumentan aceleradamente los porcentajes de abstención votación tras votación, crece el descrédito frente a las ofertas electorales de los partidos tradicionales, o bien, se abona el terreno al surgimiento de neo-irracionalismos que asumen la intolerancia como bandera de lucha.

Tampoco se entiende el carácter y profundidad de la crisis cuando se sigue considerando que puede hacer alguna diferencia un posible candidato a presidente, senador o diputado, sin comprender lo poco que esto significa en función de una real transformación social.

El único trabajo con sentido para constituir una opción con vocación transformadora será el de dedicar nuestros esfuerzos a la re-construcción de un tejido social que pueda servir de base para efectivizar los cambios a que aspiramos. No estamos con esto minimizando lo que pueda significar la participación en los procesos electorales, pero si afirmamos que esto cobra sentido sólo en la medida en que se comprenda la dirección desestructuradora que tiene el proceso actual y que se actúe en los campos mínimos de especificidad social, grupal y personal.

Es en el barrio, en la unidad vecinal, donde se percibe todo conflicto, aunque sus raíces estén muy distantes. La preocupación política consiste en priorizar ese vecindario antes que el municipio, la provincia, la región o el país. Mucho antes de que se formaran los países existían las personas congregadas como grupos humanos que al radicarse se convirtieron en vecinos. Luego, y a medida que se fueron montando superestructuras administrativas, se les fue arrebatando su autonomía y su poder. De esos habitantes, de esos vecinos, deriva la legitimidad de un orden dado y desde allí debe levantarse la representatividad de una democracia real.

Se requiere para esto poder priorizar los conflictos y organizar frentes de acción adecuados en base a dichos conflictos. Se necesita definir qué se debe hacer para dar participación a todas las organizaciones mínimas en las que se exprese el trabajo, la cultura, el deporte y la religiosidad popular. Se necesita promover la organización de “centros de comunicación directa” en donde los vecinos puedan discutir todo problema económico y social, todo problema de salud, de educación y de calidad de vida. Pero no sirven estos núcleos organizativos si están aislados, sino que es la conexión entre unidades vecinales la que debe decidir la situación de una comuna dada y esa comuna no puede, inversamente, depender en sus decisiones de una superestructura que dicta órdenes.

Si se logra que en las comunas se organice su “democracia real”, es posible producir un “efecto demostración” que puede replicarse a gran velocidad. No estamos planteando un proceso gradual, que deba ir ganando terreno hasta llegar a todos los rincones del país, sino de mostrar en la práctica que esto es posible.

Sin duda, todo esto requiere resolver múltiples problemas de implementación, pero esta es la única dirección que vemos como posible para revertir el proceso de desestructuración en que estamos inmersos y que el Frente Amplio se constituya como una fuerza de cambio real.

(1) Las ideas centrales de este artículo están desarrollas por Mario Rodríguez C., Silo, en “Cartas a mis amigos, sobre la crisis social y personal del momento actual” (Virtual ediciones, 1994)