Cuba aún vive la expectativa de cómo serán las políticas del nuevo presidente norteamericano para con la isla del Caribe. Si bien, en su campaña presidencial anunció hacer retroceder los avances en el tema diplomático, en la ciudadanía común se piensa que debido al pragmatismo económico de Trump, habrá interés en realizar inversiones en un mercado que, de demorarse más, los norteamericanos pueden perder.

Pero la argumentación de que el peso económico hará irreversible el proceso de acercamiento Cuba-Estados Unidos, carece, en buena medida, de fundamentos sólidos. Hasta ahora, las inversiones realizadas por el empresariado norteamericano son mínimas y puede, el capital del norte, prescindir por completo de ello.

Desde el 14 de diciembre del 2014 –fecha en que empezaron los primeros hechos públicos de encuentro entre los gobiernos de los dos países-, hasta la fecha, no se puede hablar de medidas o inversiones directas las cuales la sociedad cubana pueda constatar.

Hasta el momento hay solo dos tópicos que escapan de los hechos meramente simbólicos resumidos en el intercambio de embajadas y visitas de presidentes. El primero –siguiendo un orden cronológico-, es la firma de acuerdos entre Google y ETECSA –esta última la empresa de telecomunicaciones de Cuba-, que facilitará el acceso al internet a un país que aun su sociedad vive de espaldas a la red de redes.

Las pruebas de internet en las casas ya han comenzado en determinados barrios capitalinos, algo que hasta el momento solo se conseguía a través de asignaciones oficiales o recurriendo a la bolsa negra, que en pleno siglo XXI se ha tecnificado.

La segunda medida de importancia entre los dos países es la derogación de la ley que daba al migrante cubano un estatus especial en cuanto llegase a tierras norteamericanas. Por primera vez, desde el inicio del conflicto político entre los dos países, un cubano sin papeles en regla, será tratado de la misma manera que un haitiano o un colombiano.

Hasta el 12 de enero del 2017, en que se anunció esta nueva regulación entre los dos gobiernos, con el solo hecho de pisar suelo norteamericano, accedía el cubano de manera automática a derechos de amparo que evitaban su repatriación.

Este caso ya se vivió al finalizar el conflicto con Nicaragua, cuando los contras fueron devueltos a su país tras la derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional ante la Unión Nacional Opositora.

Y es que este estatus migratorio privilegiado solo se debía al interés de desestabilizar a Cuba. Era un supuesto favor con un evidente trasfondo de política de la Guerra Fría.

En Cuba, una parte de la población lo asumió de manera crítica, pues han perdido una valiosa válvula de escape, sin contar a los que estaban en tránsito o en preparativos de emigrar. Hay quienes la noticia la recibieron con las casas vendidas y el dinero invertido en el viaje. Hoy no tienen nada en Cuba, ni cómo salir de Cuba.

En cambio, no pocos miembros de la comunidad intelectual y artística aplaudieron la novedad, pues entienden que de esta manera se les retira el cartel de emigrante potencial que arrastraban a todas las embajadas donde se presentasen.

Ahora, según algunos entrevistados, los consulados nos verán como lo que somos, personas que queremos visitar otro país por el hecho de querer ir a trabajar, impartir conferencias, hacer intercambios de conocimientos y después regresar.

Se duda que Trump, dada su política antiinmigrante, derogue dicho acuerdo.

Pero más allá de estos dos tópicos mencionados y el alza del turismo norteamericano, no se constata más ningún cambio –en el caso del levantamiento del bloqueo se espera la misma cifra de turistas norteamericanos que de turistas de otros países que llegan hoy a Cuba, es decir, 4 millones de norteños y cuatro millones de otras nacionalidades-.

Puede ser que Donald Trump, apegado al pragmatismo del que se habló en los inicios de este trabajo, para no perder el voto del electorado cubano de Florida que en parte lo apoyó –la mitad se derivó por Hillary Clinton-, congele relaciones, pero no retire la embajada, y, sin tanto empaque mediático como lo hacía hasta ahora el gobierno Obama, continúe las relaciones económicas en ascenso.

De hecho el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos la semana pasada se ha entrevistado con Raúl Castro personalmente y, según On Cuba, “por primera vez en el último medio siglo, diplomáticos cubanos asistieron a la ceremonia de investidura presidencial en Washington”.

A la vez, Jason Greenblatt, representante especial para las negociaciones internacionales del gobierno Trump, ha dado señales claras de continuar el acercamiento.

Ya los Estados Unidos han dado su voto de abstención ante la ONU cuando la delegación cubana ha pedido la condena del bloqueo y, sin ningún conflicto, Washington puede seguir haciéndolo.

Por demás, con Irán se ha demostrado que eliminando ciertas sanciones se puede negociar sin descartar una política hostil y de embargo en ciertas ramas. Es la forma típica de quedar bien con todos.