Ahora mismo, frente a los arcos del terror, entre los papelitos del Mundial 78, las paredes de la dictadura, las patadas de la democracia, los caños de la seguridad, la manga de cínicos, los sombreritos del capitán, el vestuario de los suboficiales y la pirotecnia de la represión estatal, están llegando los jugadores que nunca aceptaron las reglas del juego. Ni hoy, ni ayer, ni la ciudad de los distraídos, ni el campo de concentración. Uno, diez, 25 micros de larga militancia están estacionando sobre la mano dura de Libertador. Pero ninguno trae visitantes. Todos tienen la misma camiseta. Todas tienen la 10. Somos 44 villas. Y somos locales otra vez. Se abren las puertas del colectivo. Y baja Luciano. Y baja Luciano. Y baja Luciano. Y bajan 1.500 menores de edad, en la Escuela de Mecánica de la Armada.

¿La edad de imputabilidad?
No baja nada.

A lo largo de 12 meses, las inferiores de nuestras asambleas, los sueños en equipos de gimnasia y las promesas con visera nos concentramos para defender el alegato social y humano de ninguna fuga, ¡el primer Campeonato Nacional Luciano Arruga! Buscándolo, extrañándolo, encontrándolo, entre reja y reja, salimos hoy a la cancha para reventar el silencio a los pelotazos, para romperles el cerco mediático, para inflarles las redes, para trabar contra la impunidad, para barrer el punitivismo y para contraatacar al periodismo servil, jugando en un estadio con capacidad para 30.000.

¿No querían un feriado para la memoria?
Vamos a guardar otro sábado para la historia.

Con el aliento de los ex detenidos en la ESMA, con la dirección de los Familiares y Amigos, con el relato de Rodolfo Walsh y con los ovarios de Vanesa Orieta, damos el puntapié inicial a nuestro foro nacional, en el círculo central de la represión estatal, para llegar a las 17, bien precalentados, agitados y organizados hasta Lomas del Mirador, donde los movimientos populares volveremos a marchar por un desaparecido que apareció para jugar, ese pibito que se volvió grito y bandera de la cultura villera, denunciando cómo nos mata la hipocresía, cuando fracasa la mafia de la Policía.

Acá dijimos «ni un pibe menos» y allá dijeron «ni un negro más»:
hoy, miles de villeros, cruzamos la General Paz.