Para comprender el significado de la obra de Fidel no me parecía bien juzgarlo a la rápida desde las emociones que  suscita su partida. Tampoco me encajaba caer en la  denostación o en el  panegírico.

Lo primero que se me ocurrió  desde el humanismo es que, como muchos, Fidel no pudo escapar a las creencias y sistemas  dominantes de su época.  En su tiempo, sólo habían dos vías con poder suficiente como para cambiar un país: el capitalismo y el comunismo.

No era todavía una opción  el nuevo humanismo revolucionario y no  violento que recién apareció en América a fines de los sesenta  con la gesta de Mario Rodríguez Cobo, más conocido como Silo.  Hasta ese entonces los movimientos de izquierda  asumían que la violencia era la partera de la historia.

La otra creencia raíz que pudo reforzar el comunismo de Fidel era la católica. El catolicismo también  aportaba una moral a favor de los explotados, proponía un paraíso sin clases (si bien fuera de este mundo), aprobaba el  comunitarismo  y reprobaba moralmente a un dictador que, al decir de muchos, había hecho  de Cuba «el burdel de América».

Para seguir con las compatibilidades, ni siquiera la violencia como forma de llegar al poder era extraña al catolicismo que ya había sido usada por los papas para ocupar ellos mismos el trono o para perseguir a los infieles, los disidentes, las sectas o las brujas.

En cuanto al juicio ético me surge comparar la Cuba sin instrucción y esclavista que dejó Batista con la que deja Fidel, tan alabada y reconocida por sus descollantes logros en educación,  salud, cultura y deporte. La superioridad de la obra de Fidel en estos rubros esenciales es enorme.

Sin embargo, me parece que la libertad personal para disentir y salir de la isla tuvo que sacrificarse a favor de una  justicia social lograda verticalmente desde el poder. Pero cabe reflexionar sobre esta pregunta: ¿de qué libertad real  se puede hablar sin conocimientos, sin alimentación y sin buenos servicios de salud, como ocurre en algunos países que ya llevan un cuarto de siglo dentro de un programa neoliberal que ha aumentado la desigualdad y ha excluido a la mayoría de la población del acceso a servicios de salud y educación de calidad?

Como humanista pienso que ha sido una lástima que Fidel no haya logrado instituir un democracia real, de abajo hacia arriba. Se optó por trasladar el poder de decisión a la cúpula político-militar, la que, según sus críticos, se habría  beneficiado con los privilegios propios de un esquema jerárquico.

Pero pienso también en lo siguiente: ¿de qué otra manera se hubiera asegurado la revolución y la propia vida de los  revolucionarios con un imperio al lado bloqueando y conspirando todo el tiempo?

Ahora bien, si de encarcelados y de asesinatos se trata, no creo que se pueda comparar el número de Fidel con los cientos de miles que el capitalismo colonialista euro norteamericano regó y riega por todos los continentes, sea con intervenciones directas o indirectas.

Tampoco se puede decir que la democracia capitalista es superior porque tampoco en ésta el poder está en la base social. Todo lo contrario, el poder se ha hiperconcentrado al igual que la distribución de la riqueza. Por lo mismo, hoy existe un Paraestado mundial, que nadie ha elegido, manejado en gran medida y sin ninguna contención por  las corporaciones.

En este contexto, Fidel luce como un hijo de su tiempo, que hizo mucho por su gente, a un costo libertario que, sin embargo, no es posible obviar. Sobre todo si es que hacemos de la coherencia entre fines de paz y medios no violentos la opción que le puede abrir un futuro venturoso a una  humanidad que el capitalismo global está llevando al borde del abismo.